De indocumentado a neurocirujano de Harvard.- La vida de un mexicano en EU

"No puedes ser de México. Eres demasiado inteligente para ser de México". No dijo nada, pero el comentario lo crispó. Estas palabras serían más tarde el estimulo para demostrar que eso era un error.


De indocumentado a neurocirujano de Harvard.- La vida de un mexicano en EU

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2013, 14:24 pm

(CNN) — El médico Alfredo Quiñones Hinojosa no deja de decirlo: " pienso en mí mismo como un tipo normal".

Es una increíble declaración de alguien que se crió en un población pobre de México, se fue de forma indocumentada a California, asistió a la Escuela de Medicina de Harvard y ahora trabaja en la Universidad Johns Hopkins Medicine como neurocirujano.

"Nunca he sido una persona que se niega a la aventura", dice.

Primeros años

Como el mayor de cinco hermanos, Quiñones Hinojosa de niño tuvo que vivir la pesadilla de salvar a su madre y hermanos de los incendios, inundaciones, y deslizamientos de tierra, según su libro de memorias, Becoming Dr. Q, del que es coautor.

Su interés por la medicina puede tener su origen en este sentido de la responsabilidad, junto con la muerte del hijo de su hermana por un padecimiento de colitis (su libro está dedicado a ella). Pero cuando Quiñones tenía seis años, en realidad él quería ser un astronauta.

Su padre era dueño de una gasolinera en la que trabajaba desde los 5 años, su familia vivía en un departamento en la parte posterior. Pero a medida que la economía de México cayó en picada, el negocio se derrumbó, junto con los medios de subsistencia de la familia.

El padre tuvo que vender el establecimiento por casi ninguna ganancia. Más tarde se enteraron de que la gasolinera había sido agujerada en los tanques subterráneos.

La familia comía carne una vez a la semana, lo que después se convirtió en un lujo. Después de vender la estación, tuvieron que conformarse con tortillas de harina y salsa casera, escribió.

Algunas visitas al Valle de San Joaquín, en California, donde su tío Fausto era capataz de un rancho, Alfredo encontró su primera visión de Estados Unidos y el llamado sueño americano. A los 14 años, pasó dos meses podando campos para llevar dinero a su familia.

"Ese dinero duramente ganado demostró que las personas como yo no estaban indefensas y sin poder," escribió.

Cuando era adolescente, pensó que iba a convertirse en un maestro de escuela primaria. A pesar de sus excelentes calificaciones en la escuela normal, le asignaron una escuela en una zona rural remota, mientras que los egresados con buenas conexiones políticas consiguieron trabajo en las ciudades, escribió. Su salario era insignificante.

Su tío accedió a dejarlo trabajar una breve temporada de nuevo en el rancho de California para complementar sus ingresos, las dudas comenzaron a acumularse sobre su futuro como profesor. El plan comenzó a formarse en su mente.

El viaje a Estados Unidos

Alfredo tenía 65 dólares en el bolsillo cuando, la víspera de su cumpleaños 19, en 1987, decidió cruzar a Estados Unidos para una estancia prolongada. No pensaba en las leyes, solo quería salir de la pobreza para que pudiera regresar a México y alimentar a su familia, dice.

Arriesgándose a la detención, la deportación o la muerte, Alfredo tenía un plan: cruzaría la frontera en un “salto de Spiderman” a la cerca de cinco metros, evitar el alambre de púas y caer en California, escribió.

Cuando lo hizo, los agentes fronterizos lo recogieron y lo enviaron de vuelta a México.

Alguien más podría haberse rendido, pero no Alfredo. Una hora después de su intento, se fue de nuevo al mismo lugar para intentar la maniobra exactamente igual, solo que más rápido. Esta vez, fue un éxito.

Con la ayuda de su tío, Alfredo terminó de vuelta en los campos del Valle de San Joaquín. El vasto terreno agrícola estaba repleto de maíz, uva, tomate, algodón, melón, brócoli, coliflor. Vivió en un remolque.

"Hay una gran cantidad de sentimientos contra la inmigración hoy en día, pero en ese momento, cuando llegué, Estados Unidos me dio la bienvenida", dice Quiñones. "Necesitaban mi trabajo y yo los necesitaba".

Recuerda que conducía un tractor y veía a los agentes del Servicio de Inmigración y Naturalización pasar. Se llevaban a los demás trabajadores a distancia, pero de alguna manera, evitó ser capturado.

Si hubiera sido detenido en ese momento, no podría ser un neurocirujano en Estados Unidos hoy en día. Deja escapar una risa al comprenderlo: "Es una locura que nunca pensé de esa manera, para ser honesto, pero es cierto".

Alfredo había querido hacer suficiente dinero para comprar comida para sus padres y hermanos, quienes más tarde llegaron a Estados Unidos, y tenía la intención de regresar a México después de ahorrar dinero.

"Cuando estás haciendo 3.35 dólares por hora, te das cuenta que ese sueño se va a tomar mucho más tiempo", dice.

Luego consiguió un trabajo como soldador en una empresa ferroviaria. Un incidente a los 21 años casi le cuesta la vida.

Estaba reparando una válvula en un tanque que previamente había transportado petróleo licuado y, haciendo caso omiso de las advertencias, ingresó al contenedor después de que una tuerca de metal cayó dentro.

Estuvo inconsciente mientras lo demás trabajadores, incluidos su padre y su cuñado, lo sacaron y despertó más tarde en un hospital. Un médico le dijo que habría muerto si hubiera permanecido allí dos minutos más.

"Como si me hubiera transformado, ya no me importaban las trampas de la riqueza o los sueños de riquezas que me habían motivado antes", escribió en sus memorias.

Una educación diferente

Alfredo pasó dos años en el San Joaquin Delta College, tomando clases durante el día y trabajando para California Railcar Repai por las tardes. Nunca supo la diferencia entre "colegio comunitario" y "universidad", pero un amigo estadounidense y su familia le ayudaron a entender, y se animó a inscribirse en una de las más prestigiosas instituciones para continuar su educación.

Para su sorpresa, recibió ofertas de varias universidades, recuerda. Eligió la Universidad de California, Berkeley, debido a la beca que la escuela le ofreció, pero también porque se enteró que fue el epicentro de un movimiento social en la década de 1960. Se inscribió a los 23 años.

Pero el ambiente no era del todo favorable. Un profesor asistente le dijo una vez, "No puedes ser de México. Eres demasiado inteligente para ser de México". No dijo nada, pero el comentario lo crispó. Estas palabras serían más tarde el estimulo para demostrar que eso era un error.

Siguiente parada: la Escuela de Medicina de Harvard. Cuando se matriculó, la población latina era de aproximadamente 18%, y en la facultad de las escuelas de medicina era solo del 3.7%, escribió en un artículo en el New England Journal of Medicine. Mientras era un estudiante, obtuvo su ciudadanía estadounidense, en 1997.

Uno de sus compañeros de la escuela médica le dijo que nadie podía pronunciar "Alfredo Quiñonez" y le sugirió que cambiara su nombre a Alfred Quinn. Pero él en cambio alargó su nombre con su segundo apellido a Alfredo Quiñones Hinojosa, en honor a la familia de su madre.

Fue también en la escuela de medicina que obtuvo el sobrenombre de Dr. P., que es como sus pacientes aún lo llaman hoy.

Su primer acercamiento a los temas cerebrales llegó una noche de viernes cuando Alfredo estaba en la escuela de medicina y el hospital estaba casi vacío. Un neurocirujano prominente lo detuvo y le preguntó si quería ver una cirugía cerebral.

"Él dijo: ’Vamos a ir ahora mismo’", recuerda. "Me puse una bata médica y caminé al quirófano para ver a ese magnífico paciente que estaba despierto y se estaba escaneando para la cirugía de cerebro".

Hoy en día, Quiñones Hinojosa se especializa en la misma cirugía.

"Alfredo es un cirujano excepcional, y cuida muy humana y muy cualificadamente a los pacientes con tumores cerebrales", dice el médico Henry Brem, presidente del departamento de neurocirugía en la Universidad Johns Hopkins Medicine.

"Su misión es no solo ofrecer la mejor atención posible, sino también hacer investigación de vanguardia con el fin de comprender mejor las enfermedades y saber en definitiva cuáles son las mejores terapias para estas enfermedades", explica.

A pesar de su carrera prominente, el viejo amigo Edward Kravitz, profesor de neurobiología en la Escuela de Medicina de Harvard, lo describe como alguien con los pies en la Tierra.

"Es fácil hablar de él. Te da su mano para estrechar tu mano, y hace un saludo cálido maravilloso. Es muy amable. Nada presuntuoso".

Operando el cerebro

Como agricultor migrante, la jornada de Alfredo estaba llena de peligros. Con la maquinaria que operaba, un movimiento en falso podía significar quedarse sin un dedo o una mano, o incluso podía haber perdido la vida. En una máquina que usaba para recoger tomates, que él llamó la "silla de astronauta", tenía que usar las dos manos y brazos.

En estos días, en la Universidad Johns Hopkins, tiene una "silla de astronauta" diferente en la que se sienta en la sala de operaciones, usa las manos, pies y boca para controlar los instrumentos y un microscopio.

"Toda la práctica comenzó cuando yo estaba trabajando en el campo", dice.

Alfredo opera en alrededor de 250 tumores cerebrales cada año. Usa su sala de operaciones como una extensión de su laboratorio.

Está trabajando en un método para utilizar las células grasas humanas para combatir el cáncer de cerebro. A partir de la grasa, los investigadores derivan las células madre mesenquimales, que parecen ser eficaces en la identificación de cáncer.

"Es como si le dieras algo a un perro de caza para que lo huela", dice Quiñones. "Damos a las células el olor del jugo de cáncer para que vuelvan y persigan estos cánceres muy bien".

Se puede decir que Alfredo ama lo que está haciendo ahora por la forma en que habla sobre el cerebro.

El cáncer de cerebro, dice, es "la enfermedad más devastadora que afecta a los más bellos de órganos en nuestro cuerpo: el cerebro. Soy parcial porque soy un cirujano del cerebro, estudio el cerebro, pero yo no soy parcial, es el más hermoso órgano de nuestro cuerpo".

Mary Lamb, de 56 años, de Annapolis, Maryland, supo que tenía gran tumor cerebral —un meningioma no canceroso— en 2008. Nerviosa por su primera cita con Alfredo, se encontró con que él era "una bola de energía" que estaba seguro de que iba a estar bien.

“Es tan bueno y tan amable y se siente como alguien que he conocido toda la vida", dice.

La mañana de la cirugía, el médico alivió los temores de Lamb. "Me dijo ’No importa lo que pase en el resto del mundo, yo no te dejaré, eres mi preocupación’", recuerda.

El tumor de Lamb no ha regresado, y organiza eventos para recaudar fondos para la investigación de Alfredo. Hasta ahora ha recaudado más de 40,000 dólares, en tres años.

"Supongo que eso lo que lo hace tan bueno y tan compasivo, es de dónde viene", dice.

El sueño americano

De alguna manera, el médico Quiñones Hinojosa, ahora de 45 años, es un "tipo normal".

Quiere que sus tres hijos —de 7, 11 y 14 años— sean felices. Trata de hacer ejercicio para mantenerse en buena forma, especialmente para las medias maratones que corre con los pacientes para recaudar fondos para el cáncer de cerebro. Usa la expresión "santo guacamole".

Ha habido muchos momentos en su vida cuando ha vivido una combinación de suerte y determinación. En otras circunstancias, no podría haberlo hecho.

Es todavía consciente de la idea del sueño americano. Dice que fue encapsulado por el orgullo que sentía el año pasado.

Fue orador invitado en una ceremonia de premiación para los estudiantes con altos promedios de escuela intermedia, y presentó un premio a su hija mayor.

"El sueño americano no significa que tienes una casa grande o un coche de lujo", dijo. "Ese no es el sueño americano para mí. El sueño americano es la capacidad de ser reciproco cuando se es tan privilegiado de tener la oportunidad de hacer lo que haces. Es ¿cómo se puede encontrar la manera de devolver al menos un poco de eso? Para mí eso es el sueño americano".