Dan a conocer ruinas similares a las Cuarenta Casas

**Estas cuevas, enclavadas en el municipio de Casas Grandes, encierran uno de los mayores vestigios de la cultura de los llamados “nidos de águila” o casas en cuevas.


Dan a conocer ruinas similares a las Cuarenta Casas

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2011, 23:36 pm

Froilán Meza Rivera

Casas Grandes, Chih.— Sin descubrir todavía, desconocidas para el público, sin clasificar aún por el Instituto Nacional de Antropología e Historia, las Cuevas del Águila esperan a que se les estudie, catalogue y se les apliquen urgentes medidas de conservación.

Enclavadas en el valle de Jovales o Ejido Hernández, estas cuevas encierran uno de los mayores vestigios de la cultura de los llamados “nidos de águila” o casas en cuevas, al estilo de las Cuarenta Casas. En el sitio se encuentran cinco cuevas, cuatro de las cuales contienen edificaciones de adobe y tierra en diverso estado de conservación, así como enterramientos humanos, restos de alfarería y restos también de la industria de herramientas y armas de piedra, y al menos una pintura rupestre en la quinta de ellas.

El propio valle es en sí mismo una maravilla natural por la abundancia de las monumentales y pintorescas formaciones rocosas que se extienden a lo largo del río y al pie de la cordillera. Ahí donde confluyen el río de Jovales y el arroyo de la Hierbabuena, a once kilómetros del poblado de Jovales o Ejido Hernández, se yergue un increíble arco de piedra, otra maravilla que flanquea la primera de la serie de las cinco cuevas conocidas en el lugar.

En esta primera cavidad, existe incompleta una pintura realizada en el paredón rocoso, con símbolos varios y una figura humana mutilada por vándalos, que blande en su mano derecha lo que parece ser una antorcha o una espada de vidrio volcánico.

Don Andrés Martínez Escalante es el cuidador de las cuevas, ya que están dentro de un predio de su propiedad. Él se ha encargado de ver que no sean saqueadas estas ruinas, pero le resulta imposible estar ahí todo el tiempo, porque la gente del pueblo viene, sobre todo en Semana Santa, de visita, y a veces traen amigos y parientes de fuera. “Y la gente no tiene cultura ni costumbre de conservar estas riquezas, pero es pura inconciencia... ¡nomás fíjese lo que han hecho en Madera con las Cuarenta Casas, que es uno de los atractivos turísticos principales de ese municipio!”, exclama, con manifiesta envidia por tener algo así aquí.

Don Andrés dice que nunca ha venido nadie del gobierno a visitar las cuevas, mucho menos a hacerse cargo de ellas. Sólo los lugareños conocen la existencia de esta maravilla histórica, y el daño que han infligido a las ruinas es mayúsculo. En la primera de las cuevas, llamada Cueva del Garabato, manos destructoras arrancaron a punta de pico la parte derecha del glifo pintado ahí hace muchos años con tintes blancos. “Mire usted, lo que queda del ‘mono’ es la cabeza y el brazo hacia arriba... mire cómo tiene en la mano una antorcha o una mecha de lumbre”.

A un lado de la Cueva del Garabato se alza, a unos cuarenta metros hacia arriba, el gran arco de piedra al que los nativos le calculan que tiene unos treinta metros de largo.

Las cuevas están en secuencia a lo largo del cantil, y hay un camino practicado en la roca que las comunica.

En la segunda cueva, donde quedan restos de habitaciones de tierra con las ventanas y puertas en forma de la “T” característica de la cultura de Paquimé, don Andrés echa de menos una gran olla o tinaja que medía unos dos pies de alto por unos 3 de diámetro y que estaba semienterrada, rota por los visitantes para llevársela en pedacitos. “Es que buscan oro y joyas, pero lo que no saben es que todo esto es una joya”, reclamó.

En la tercera de las cuevas, y en la cuarta, hay paredes y casitas completas sin techo, pero destacan más las que se encuentran derrumbadas. Los principales daños, según el cuidador, se hicieron en la década de los sesenta y setenta, que es de cuando datan los mayores escarbaderos. Aquí ya no hay ollas, ni platos, y si se localizan numerosas piezas de piedra labrada, es porque a la gente no les llama el mínimo de atención, puesta la codicia en lo que consideran más valioso.

Los lugareños en general quisieran que hubiera aquí una intervención, con recursos y con estudios completos del área, de las autoridades del INAH, para frenar el saqueo y la destrucción. “Para que no pase lo que ya pasó abajo en el valle, donde cada 500 metros había una moctezuma, y ya no queda ni una sola, porque les pagaban a 15 y 16 pesos por cada ollita, y a 18 pesos las de colores”. A Andrés Martínez le ha tocado pelear por el patrimonio: “De aquí he corrido a los saqueadores que se agarraron escarbando por todo el río, con contarle que en mi ranchito había una moctezuma, y yo vi que esas gentes ya traían una caja llena de ollitas, y los corrí, pero ya no queda nada”.