Crónicas de mi tierra, Chihuahua (XIV)

DESCUBREN “TRINCHERAS” DE PIEDRA, UNA ANTIGUA FORTALEZA INDÍGENA EN AHUMADA


Crónicas de mi tierra, Chihuahua (XIV)

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2014, 18:03 pm

**En la llanura de Tarabillas, al pie del Cerro El Barrigón, municipio de Ahumada, Chihuahua.

Por Froilán Meza Rivera

Chihuahua.- Siempre se dice que los indígenas de esta región no dejaron construcciones sólidas, y que eran tan nómadas y tan móviles, que no tenían necesidad de construir nada más que tiendas provisionales que desmontaban y que si acaso, llevaban en piezas en su andar de un lado a otro.

Así se concibe la vida de los indios conchos, que poblaban casi la tercera parte del estado de Chihuahua. Pero de vez en cuando, salen a la luz algunos detalles que contradicen esa visión que se tiene de los indígenas chihuahuenses de antes de la Conquista europea.

Al pie de la Sierra de Tarabillas, en el municipio de Ahumada, en su vertiente del Este, una enorme construcción que se extiende por al menos una hectárea, sorprende al visitante. Es una fortaleza. “Son trincheras”, dicen los lugareños.

A unos poco de kilómetros al Sur, la llanura pertenece al municipio de Chihuahua, y en algunos puntos y tramos, los límites son imprecisos.

Así se conocen, como Las Trincheras, y son muros de piedra que tienen al menos un metro de ancho y forman un complejo arquitectónico del que actualmente quedan en pie casi todas sus paredes.

En su parte Sur, estas murallas forman un primer redondel que, si alguna vez tuvo techo de ramas y pieles, pudo haber sido la habitación principal. O si se trata de un centro ceremonial, esta construcción de paredes redondas debió de haber sido el punto principal de concentración, según Ramón Trejo Domínguez, quien está dando a conocer este conjunto arquitectónico.

En todo el pie de la sierra se esparcen millones de fragmentos trabajados, tallados, labrados, percutidos, de rocas de la familia del cuarzo: ágatas y jaspes, principalmente éstos, precioso material, con el que estas gentes fabricaban herramientas y armas. Y estos vestigios son, quizás, la prueba asociada al origen prehispánico del lugar y a la muy probable existencia de un importante asentamiento, todavía por estudiar.

Las Trincheras son todavía un misterio y un desafío para la arqueología.

SITIO DEL CAÑÓN DEL BARRIGÓN

Y a muy poca distancia, unos doscientos de metros en línea recta, en las estribaciones del Cañón del Barrigón, nombrado así porque está en el conocido Cerro del Barrigón, que forma parte del sistema de la sierra de Tarabillas, al Norte de la Laguna de Encinillas, hay más vestigios prehispánicos.

Es en la boca de este cañón precisamente, y a unos pasos de la anchurosa llanura de Tarabillas, donde hay más huellas visibles de una cultura prehispánica, en un paredón rocoso con dos series de inscripciones talladas en la roca, así como algunos signos pintados de color rojo. Y a un lado del arroyito, a unos pasos del refugio de piedra, se encuentran varios morteros tallados en la roca, seguramente utilizados para moler granos.

El ingeniero agrónomo Ramón Trejo Domínguez, descubridor de este asentamiento, y quien es desarrollador de proyectos de conservación del suelo y de reforestación en los predios agrícolas de esta zona, describe cómo pudo haber sido la vida de los habitantes estacionales, quizás las tribus seminómadas de indios conchos que llegaban hasta acá.
En la estación lluviosa, dice Ramón, coincidiendo con los estudios del arqueólogo Arturo Guevara Sánchez -el mayor conocedor de las etnias de esta parte del desierto-, éste era el lugar ideal para vivir. El arroyo llevaba agua, y su corriente pudiera haberse extendido algunas veces hasta la estación seca, con la saturación de los manantiales cuesta arriba.

Como sustento, acá hay animales de caza, como el berrendo, también llamado antilocapra, del que quedan dos o tres manadas hoy en día sobrevivientes a la caza inmoderada, a la carretera Panamericana que cortó las rutas de migración, y acaso ya no sobrevivan a la depredación que están haciendo en este llano los menonitas que sobreexplotan los acuíferos; hay conejo y liebre, hubo seguramente en tiempos también abundantes manadas de bisonte americano, etcétera. Abundan aquí las plantas de sotol, el cactus barril, gigante proveedor de pulpa y agua. Abundaban los mezquites, cuyos frutos se pueden consumir como fruta fresca en temporada, pero que una vez secos y triturados en forma de harina, se pueden guardar indefinidamente y preparar después con ese ingrediente un rico atole o los sabrosos panecillos que hasta hace muy poco se consumían entre la gente del desierto y que se llaman mezquitamal.