Crónicas de mi tierra, Chihuahua (XXVI)

LA HEROICA RESISTENCIA DE GUAZAPARES Y VAROHÍOS A LA CONQUISTA ESPAÑOLA


Crónicas de mi tierra, Chihuahua (XXVI)

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2015, 22:54 pm

Por Froilán Meza Rivera

El incendio terrible consumía la choza de maderos, y para salvar la vida, el padre Julio Matías Pascual, el padre Manuel Martínez y sus acompañantes salieron al patio. Pascual habló en su lengua a los indígenas guazapares que se habían rebelado, para apaciguarlos, pero un flechazo le atravesó el vientre, y al padre Martínez lo cosieron de otro flechazo el brazo con el cuerpo.

De los diecisiete acompañantes, sólo se salvaron dos, y fueron éstos los que más tarde dieron a conocer los detalles de este levantamiento.

Era el 1 de enero de 1632.

La conquista militar de los territorios del norte de México se complementó con la conquista espiritual, y siempre la actividad de los misioneros religiosos iba a la par con la espada del soldado.

La Misión de Chínipas, en la región chihuahuense que colinda con Sinaloa y Sonora, se construyó a partir de la incursión, en 1610, del capitán Hurdaide, quien llegó atravesando pueblos indios “que no eran de paz”, es decir, que no habían sido sometidos. Hurdaide logró penetrar en esa zona con un pequeño pero fuertemente armado destacamento, y en un lugar con agua que consideró adecuado, el militar estableció el Fuerte de Montesclaros.

Esa edificación fue levantada con adobes, y no era muy grande, pero le pusieron un torreón en cada una de las cuatro esquinas, y así impresionaron a los indígenas chínipas.

Una vez establecida la base militar, mandaron traer a un padre misionero.
El primero de los misioneros fue el padre Villalta, quien se encargó de destruir los amuletos, los ídolos y otros instrumentos de carácter religioso de los chínipas, así como los cráneos de sus enemigos que éstos guardaban.

El padre Castani, sucesor de Villalta, continuó la obra misionera.

El jesuita Julio Matías Pascual, quien nació rico en una familia de Venecia, Italia, llegó a México en 1616, y a Chínipas en 1626.

En aquellas soledades, Pascual aprendió la lengua de los chínipas, y bautizó a toda esa nación. El jesuita logró reunir a mil cuatrocientas familias de indios guazapares, témoris, varohíos e hios en dos poblaciones.

DE FIERO ROSTRO Y HORRENDO EN EL MIRAR

Aprendió y llegó el religioso a dominar en seis años, cuatro idiomas indígenas.
En el proceso de sometimiento de los pueblos de esa región, tuvo una significativa intervención el cacique guazapar Cabomei, descrito como “indio de grande cuerpo y robusto, aunque bien proporcionado, de fiero rostro y horrendo en el mirar y de edad de 50 años”. Pero más tarde, este Cabomei urdió una conspiración, ayudado por sus guazapares, y ahí se gestó la desgracia.

Pascual llegó un día a Santa María de Varohíos, junto con el padre Manuel Martínez, un jesuita portugués recién llegado a la misión. Los europeos se dieron pronto cuenta de que se les había tendido una trampa, y pidieron ayuda a sus aliados de Chínipas, quienes al ver unidos en el levantamiento a los pueblos guazapares y varohíos, nomás no se animaron a intervenir en la ayuda de sus amigos.

Cabomei y sus hombres prendieron fuego a la iglesia y a la casita donde estaban los dos padres, quienes al ver la muerte rondando tan de cerca, se dieron la confesión el uno al otro y prepararon igualmente para bien morir, a los oficiales y a unos cantores que habían venido con ellos: nueve carpinteros y ocho indígenas.

Al salir al patio, las flechas, golpes y cuchilladas terminaron con las vidas de casi todos, menos dos, como ya se dijo.

Como consecuencia de estos sucesos, según registran las crónicas, la nación de los chínipas se tuvo que trasladar a una región más segura, entre los sinaloas, después de que, en lo más álgido del conflicto, una partida de españoles e indios amigos de éstos masacró a más de 800 guazapares y sus aliados.