Crónicas de mi tierra, Chihuahua (XXIV)

LA LLORONA DEL RUMBO DEL CHUVÍSCAR Y LA PLACITA PEREA


Crónicas de mi tierra, Chihuahua (XXIV)

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2014, 12:25 pm

Por Froilán Meza Rivera

El niño había caído en una de las pilas con agua jabonosa, y nadie podía sacarlo, a pesar de que lo jalaban de sus piernas dos señoras que habían ido a lavar. Era como si alguien lo estuviera empujando hacia el fondo de la pila, y el pobrecito solamente pudo salvarse gracias a que llegó corriendo un fornido lanchero, de ésos que pasaban gente al otro lado del Chuvíscar en las pequeñas barcazas de casco alto que la gente conocía como “botalotes”.

Cuando llegó el hombre, el niño ya no respiraba y había tragado mucha agua, pero su salvador lo agarró de espaldas contra su pecho y lo exprimió como trapo, hasta que tosió el ahogado y arrojó toda el agua que traía ya adentro.

La especulación se desató pronto en el Centro de la ciudad de Chihuahua, porque las mujeres lavanderas difundieron su experiencia, que fue, dijeron, como si hubieran estado luchando contra un demonio que se llevaba al niño.

Hay una leyenda en mi barrio, de que en los lavaderos que estaban aquí a dos cuadras de la calle Libertad hacia el río Chuvíscar, se había aposentado la Llorona. Recuerdo, a mis más de 90 años, que estos lavaderos, que habían sido hechos por la Presidencia Municipal, quedaban ya casi entre los jarillales. Este rumbo se distinguía porque era ya un paisaje diferente, donde se marcaba el dominio del cauce del río y que se adentraba a la ciudad con ese bosquecillo de verdor, y que impregnaba el ambiente con eL aroma fuerte y distintivo de estas plantas conocidas como jarillas.

Ya antes de este incidente, se rumoraba que ahí se aparecía la Llorona. Decían que en un punto del río cercano, una mujer desesperada porque no tenía qué darles de comer, ahogó mejor a sus dos retoños, niños pequeños también, y que ella misma se dejó ahogar en las aguas. Dicen que desde entonces, se puso una cruz que siguió ahí cuando remodelaron los lavaderos y, aunque estas instalaciones fueron demolidas hace más de cincuenta años, la cruz pintada sigue en las inmediaciones de la Placita Perea, aunque no me consta porque yo ya no me puedo mover, pero me aseguran que ahí está todavía en medio de la calle.

Me acuerdo de una vez en que no había agua en mi casa y que mi madre me mandó con dos cubetas a los lavaderos. Pero no sé cómo, me caí y allá fui a rodar, y regresé enojada, sin agua y toda empapada a mi casa. Me entró algo de miedo porque mi mamá me iba a reñir, pero no me regresé a los lavaderos porque ya se estaba haciendo de noche. Eso me sucedió precisamente la víspera del niño que se ahogaba.

Resulta que al día siguiente, el chamaquito, que era como de unos cinco o seis años, jugaba a subirse a los lavaderos y a las tinas de cemento, al parecer porque su madre se encontraba lejos, enjuagando ropa con una vecina en otra pila. En eso se cayó y llegó otro muchacho y lo quiso sacar de los pelos, pero “algo” se lo arrebató, y el niñito fue volteado con la cabeza hacia adentro del agua, que fue entonces cuando llegaron las señoras que lo jalaban de los pies.

Unas palabras he de decir como colofón, acerca de estos lugares, y es que poco después de la fundación de la ciudad se estableció en ella el sonorense Juan de Perea, bisnieto del conquistador de la Provincia de Sonora, quien el 20 de enero de 1712 denunció un solar en las inmediaciones de la confluencia del arroyo de La Manteca con el río de Chuvíscar, a fin de establecer vivienda, corral, huerta y una cendrada o vaso de fundición de metales. Entre las primeras viviendas del barrio quedó una plazoleta que recibió el nombre de "Plaza de Perea", que es la que conocemos como Placita Perea, donde supongo yo, se debe conservar la cruz pintada que colocaron para librarnos de las apariciones de La Llorona.