Crónica: El alma mexicana del ballet antorchista en Tijuana

**En resumidas cuentas era el ocaso de una burbuja de fuego benévolo empujando olas de lentejuela azul plateada hacia nosotros; en resumidas cuentas eran pelícanos volando al ras de las ondas, que no formaban parte de la coreografía, sino del escenario verdaderamente natural.


Crónica: El alma mexicana del ballet antorchista en Tijuana

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2019, 12:41 pm

Por Luis Miguel López Alanís

Playas de Tijuana, B.C.- Una expresión tan elevada de baile, de arte tan esplendoroso, de canto tan bueno, todo junto, no ocurrió nunca en la corta historia de nueve años de este Malecón Bicentenario, de las Playas de Tijuana, en el último extremo noroeste de México, donde el muro…

En resumidas cuentas, era gente mirando atónita coreografías asombrosas de bailes de Nuevo León y de Sinaloa; en resumidas cuentas era una voz bravía, hermana y deleitable, que cantaba canciones mexicanas con la humildad de la grandeza; en resumidas cuentas era el ocaso de una burbuja de fuego benévolo empujando olas de lentejuela azul plateada hacia nosotros; en resumidas cuentas eran pelícanos volando al ras de las ondas, que no formaban parte de la coreografía, sino del escenario verdaderamente natural; en resumidas cuentas, eran los grupos culturales del Movimiento Antorchista Nacional que por primera vez se presentaban en Tijuana, para promocionar su evento este domingo 20 de octubre a las 4 de la tarde en el audiorama El Trompo, donde se reunirán 20 mil personas a celebrar el 45 aniversario de la fundación de su organización.

Poco antes de su presentación la normalidad del barullo del malecón comenzó a romperse con la presencia del ballet folclórico nacional antorchista —un grupo de 50 jóvenes en la flor de la vida, de origen humilde, que con disciplina, entrega y entusiasmo ha llegado a ser considerado el mejor a nivel nacional en su categoría—, que llegó a vestirse de sus galas ante los curiosos; después, la dirección de una maestra de ceremonias con un discurso bien pensado y dicho,tampoco escuchado por estos lares, con una probadita del pensamiento antorchista; era la maestra Celia Torres, dirigente de su agrupación en la Baja California Sur.

Entonces comenzó. El vendedor ambulante de micheladas, cambió su mirada; cambió la atención de los vendedores bajo las enormes sombrillas multicolores; la de las mamás que llevaron a sus pequeños a pasear; rápidamente los vendedores negros de frituras y dulces entendieron que allí habría venta segura, “donde lloran aistá el muerto”; en una palabra, la vendimia, rendida ante la calidad artística, no atinaba si a ver aquel espectáculo o promocionar sus productos. Poco a poco se fueron sentando frente al entarimado escenario, en la escalinata, aquellos que de inmediato apreciaron la calidad; la vendedora de piñas coladas definitivamente prefirió mirar; la primera canción que cantó Wences Muñoz congeló a muchos con Canta, canta, canta, de José Alfredo Jiménez: lo mismo sucedió con las otras seis canciones mexicanas que entonó de forma magistral.

Con los bailes de los muchachos del ballet nacional antorchista sucedió lo mismo; el entusiasmo que provocaron en mucha gente fue inocultable; unos gringos se decían en su lenguaje que por ver algo así hubieran pagado muchos dólares en el otro lado; todos los que grababan el gratuito espectáculo con sus teléfonos celulares se lamentaban de tener el sol casi atrás de los juveniles movimientos de los bailes mexicanos: a contraluz. El vehículo patrulla de bomberos que recorría la playa a unos metros del agua se detuvo para ver a la distancia el inusual y fugaz momento. “¡Qué suave, verdad?”, decía el entusiasmado esposo a su mujer, un “suave” dicho como cuando ya no hay otra palabra superior que exprese la belleza que el pueblo como él pueda expresar. Los camarones fritos ensartados en un largo palillo también detuvieron a su vendedor y lo hicieron establecer su mercado entre el auditorio. “¡Mira, mira, mira!”, repetía un papá a su familia buscando con premura un lugar a dónde sentarlos a los cinco para que apreciaran la locura de belleza que estaba ocurriendo sobre el escenario. Dos vendedores de paletas ubicaron sus carritos estratégicamente a un lado del escenario y un teporochito insistentemente sentado al pie del escenario, meditaba filosóficamente al son de “pa´ de hoy en adelante yo soy mano, sólo cartas marcadas has de ver”: parecía que cada verso de la canción mexicana lo traspasaba, fulminándole el alma.

Hasta el último rincón de nuestro México cercenado, allí donde empieza la patria que nos robaron, hasta allí llegó el Ballet Nacional del Movimiento Antorchista a iluminar almas con las caricias de su arte popular, y soy testigo del entusiasmo que despertó, pues vi a familias de turistas corear las consignas de los jovencitos aún sin conocer previamente nada de Antorcha, así, coreadas tan naturalmente como el oleaje mismo del mar. Vi a estos jóvenes cantar y bailar, mientras en el lejano horizonte monstruosos cargueros repletos de mercancías zarpaban de San Diego; en este malecón Bicentenario fui testigo de un acontecimiento político cultural sin precedentes: vi a estos jóvenes tejer, con sus ágiles pasos y entonada voz, sueños y realidades del alma nacional, expresiones nacidas del pueblo mismo, cantadas y bailadas con excelencia por los hijos de ese mismo pueblo; atestigüé que en las narices mismas del pérfido imperio que tanta veces lo ha ofendido, frente a su férreo muro que algún día será considerado una de las más grandes ofensas a la dignidad humana, valientes mexicanos que cultivan lo suyo con cariño y primor lo expresaron poniendo por delante el franco corazón de su pecho. No en balde, cuando se dio la despedida, una voz del público, con el pecho inflamado por la luz de esta antorcha nacional, como una resonancia que nunca será apagada, gritó reiteradas veces: “¡Viva México, viva México, viva México!...”.