Copa del mundo y cronómetro presidencial

Javier Coral Jurado/ Columna Rotafolio


Copa del mundo y cronómetro presidencial

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2014, 12:25 pm

Invitado por insospechados motivos como ponente en el foro México en el siglo XXI, organizado por el periódico español El País, Enrique Peña Nieto ya determinó, por si hubiera alguna duda de su ilegal injerencia en el Congreso, el calendario de las leyes secundarias tanto de telecomunicaciones como en materia energética. "Advierto que es algo que habrá de ocurrir en próximas semanas. Antes de que concluya el mes de julio". "Y suponiendo que esto se ampliara, yo creo que no pasará de julio, primera quincena de julio de que esto quede debidamente abordado".

No hay rubor en Peña Nieto, desatada la arrogancia entre el priísmo gobernante, ya ni en las formas se concibe la división de poderes, el plazo está dictado: iniciará la discusión con la inauguración del Mundial y cuando se juegue la final de este campeonato deberán estar aprobadas las reformas. La estrategia pone en vilo a la política, se autodescalifica cuando busca que el debate de estas importantes leyes reglamentarias pasen de noche a la sociedad, que los legisladores tengan que elegir entre las dos leyes a cual dedicarán análisis y estudio, y que igual opción tengan que hacer analistas y medios de comunicación. Las leyes en estas materias son amplias, voluminosos sus proyectos de dictamen y algunos aspectos de enorme sofisticación técnica.

Es una vil treta. Quieren tener a los mexicanos frente al televisor, y no se trata sólo de los 90 minutos por cada partido que México juegue y hasta donde llegue; quieren tenerlos horas y horas, incluso si la Selección no continúa, los mexicanos seguirán la fiesta que han esperado por cuatro años, tiempo en el que los medios han alimentado la urgencia e importancia del magno evento.

Noticiarios y portadas se volcarán a las mejores jugadas y goles, las transmisiones tendrán programas especiales con resúmenes, y todo el mes, el Mundial será el único balón que ruede en los medios, o al menos el de mayor relevancia relegando a una mera cuestión de trámite las grandes reformas que impactan la calidad de vida de los mexicanos. Ya lo hemos visto en otros mundiales: calles semivacías, casas llenas en la sala, cafés y cantinas repletas. Quieren repetir la fórmula que ha dado resultados para mantener una sociedad hipnotizada por la TV, amnésica del deber ciudadano, olvidadiza.

El gobierno de Peña Nieto y sus cómplices en el Senado lo que quieren es al mexicano disfrutando su "mexicana alegría" o su pesar por las derrotas. En todos lados, menos atentos al debate parlamentario que resuelve cosas trascendentes en la vida del país, el destino de dos bienes de la nación para unos cuantos: espectro radioeléctrico e hidrocarburos. Temen que el pueblo salga a la calle y se manifiesten pacíficamente, que las leyes aprobadas traigan consigo el estigma del rechazo social. O que crezca un movimiento semilla de molestos e inconformes con este gobierno.

En un penoso desliz para un legislador de su experiencia, el presidente de la Comisión de Energía, David Penchyna, calificó como un "debate de idiotas que nubla la mirada y la altura" el que se polemicen las fechas de discusión que coinciden con la Copa Mundial de Futbol. La declaración nace de la soberbia que hoy envuelve al grupo parlamentario del PRI, que se sabe sin contrapesos en el conjunto de los medios y entre la oposición en el Congreso.

El futbol se convierte en una expresión de pasión frente a los temas políticos que los mexicanos ven cada vez más lejanos -precisamente por el ocultamiento y la separación conveniente de la sociedad que hacen los políticos-. La emoción colectiva es la venda que pretende cegar al pueblo. El paroxismo general que ofrece al individuo se convierte en la mordaza que busca callarnos a quienes nos manifestamos. Los sentimientos reflejan lo social compartido, aunque en realidad ofrece la mentira que necesita el gobierno. En el embriague del festejo, los grandes magnates de nuestro país maridados con políticos que sirven a los poderes fácticos, aprovechan la coyuntura para atropellar los derechos humanos desde la mismísima ley.

El método de empalmar la discusión de las reformas energética y telecomunicaciones, así como la idea de empatar ese debate, si es que lo hay y no se atropella el proceso legislativo y de deliberación, refleja la enorme debilidad de la clase política que se dice reformadora, pero no es capaz de asumir sus reformas a la luz del día, ni en un ambiente despejado para la atención pública. En el fondo hay temor.