Cómo tener sexo siendo madre divorciada y no morir en el intento

Tener intimidad. Algo simple y a la vez enormemente complicado, sobre todo cuando sé es madre divorciada y se tienen ganas de sexo. El Blog de Silvia C. Carpallo


Cómo tener sexo siendo madre divorciada y no morir en el intento

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2013, 08:52 am

Hasta el momento de enfrentarte a un divorcio, digamos que tu plan de vida seguía el llamado “curso natural de las cosas”. Conoces a alguna que otra rana de la que te encariñas, hasta que encuentras a tu príncipe, ese al que aunque de príncipe tenía poco, has sabido colocarle bien el traje. Un primer beso tímido, una primera vez tierna, y casi sin que te des cuenta, los años vuelan. Una casa, una boda, el primer hijo, el siguiente, y todo apuntaba a un "felices para siempre", donde la última página del cuento eran dos ancianitos cogidos de la mano, mientras tomaban té viendo atardecer en el porche. Las películas nos hacen daño hasta para eso, para asumir el verdadero final que a veces tienen las cosas.

Después de la duda, de la ansiedad, y del dolor, la tempestad deja lugar a la calma. Tienes claro lo que quieres y lo que no, pero añoras en parte algunas de esas rutinas tediosas, y sobre todo, añoras el tener a alguien con quien sentir de nuevo el calor bajo las sábanas. Puede que en esta etapa de tu vida no necesites un hombre a tu lado, pero quizás sí alguna compañía de vez en cuando.

Emocionalmente, has vuelto a los quince años, a esa etapa de "me da vergüenza", de risas tontas, y a la vez, de ganas de absolutamente todo. Pero la diferencia entre una quinceañera hormonada, y una treintañera desatada, es el equipaje. Que no son sólo tus hijos, sino que es también un ex marido, sus padres, y los tuyos propios, que por muy mayor que seas, no dejan ahora de recordarte, e incluso ahora más que nunca, lo que debes y no debes ser, sin que apenas hayas tenido tiempo a pararte tú misma a pensar lo que quieres ser.

Otra de esas grandes diferencias, entre tu yo actual, y tu yo adolescente, es que salvo excepciones, el cuerpo no suele ser lo que era. Ya no es sólo el paso del tiempo, sino que también son esos embarazos y esas lactancias, que han pasado factura. Llega el momento de ponerse “los vaqueros de seducir”, esos que estaban cogiendo polvo en el armario, esos que te hacían tan buen culo, y esos que por mucho que te empeñes, ya no te entran. Sin que nadie te lo pida, o si quiera te lo sugiera, decides pasar tu ITV personal, con su puesta a punto de rigor. No te das cuenta, de que en realidad tú eres tu peor enemiga, y de que nadie va a ser tan exigente contigo como tú misma.

Dieta mediante, y baile con saltitos incluidos posterior para entrar en el pantalón, sales con esa amiga, que es la única que ahora parece entenderte, y te dispones a lanzarte, a “volver al mercado”. ¡Y lo que ha cambiado ese mercado…! No eres la única por la que han pasado los años, también por ellos, y no en todos con la misma generosidad, pero te dispones a ser positiva, y entonas un “el físico no es lo más importante”, cuando en realidad, lo que buscas ese noche es algo puramente físico.

Esa es la siguiente fase, darse cuenta de que las reglas del juego han cambiado, aunque nadie te haya pasado una copia de las nuevas instrucciones, pero pronto descubres que a diferencia de tus tiempos de “citas”, ahora se apuesta más fuerte. Ya no eres una niña, quieres sexo, y ellos también lo quieren. Pero no quieres un polvo cualquiera, porque eso ya lo tenías de casada, quieres esa experiencia que nunca tuviste, impulsiva, pasional, excitante. Idealizada. El sexo puede ser torpe, puede ser desordenado, y con todo ello, puede ser muy enriquecedor, si sabemos cómo enfocarlo.

De hecho tú misma eres la primera que se encuentra algo perdida, casi como si tu himen se hubiera reconstruido y tuvieras que volver a desvirgarte. Son años dejándose llevar por las rutinas, también en la cama, de gozar de ese cuerpo conocido, que sabes llevar y sabe llevarte, que conoce tus senderos sin que tengas la necesidad de marcárselos. A lo que te enfrentas ahora, es totalmente nuevo, y ese es el pro a la vez que el contra. Pero a todo se hace una.

Cuando por fin conoces a alguien, con quien poder pasar, no sólo una noche, sino algún que otro rato agradable, viene de nuevo aquello de “tener intimidad”. Si de adolescente te sentías siempre cohibida en casa por tus padres, nunca imaginaste lo cohibida que podrías sentirte por tus hijos. Porque reconozcámoslo, a ellos sí que nunca se les escapa nada, absolutamente nada. Si estás de mejor o peor humor, si vistes diferente, si estás más pendiente del móvil, nada. Todo un interrogatorio de tercer grado, en el que ninguna respuesta parece dejar satisfecha su curiosidad, y de vez en cuando sazonado con un toque de culpabilidad con ese “echo de menos a papá”.

Pero consigues salir airosa, o más o menos, has conseguido que tu ex no sepa nada, que tu madre no te interrogue y que tu amiga no sea sólo tu compañera de escarceos, sino tu canguro por esta esta noche. Esta es la noche, hotel en el centro, champán, un vestido nuevo, lencería nueva, y debajo, una mujer también casi nueva. Y sí, quizás no es la noche perfecta, ni es el hombre perfecto, ni es el polvo perfecto, pero sí que es el momento en el que te das cuenta que a veces duele darse cuenta de que la vida no va siempre en línea recta, pero que al final, una se sorprende a sí misma disfrutando, y mucho, de cada una de las curvas.