Ciencia y tecnología, entre la guerra y la paz

** REPORTAJE ESPECIAL. Formar recursos humanos en las ingenierías, física, termodinámica, geofísica y biociencias, impulsará el desarrollo soberano de las naciones e impedirá la distorsión bélica y mercantilista de la ciencia y la tecnología.


Ciencia y tecnología, entre la guerra y la paz

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2016, 13:34 pm

BUZOS, @twitterNydia Egremy.- Olvidemos la ciencia-ficción: ya están aquí los nuevos materiales y mecanismos que más de nueve mil millones de personas requerirán para vivir este siglo XXI. Esos descubrimientos e innovaciones, surgidos en laboratorios públicos y privados, se usan en la paz o la guerra sin conocimiento de los ciudadanos, pues esa decisión es privilegio de corporaciones y cúpulas políticas. Determinar qué ciencia y tecnología necesitan las sociedades en desarrollo, requiere de ciudadanos informados en el quehacer científico-tecnológico y de Estados dispuestos a invertir en ese rubro.

Hoy los robóts realizan complejas tareas pacíficas y bélicas con abrumadora exactitud: el aseo doméstico, operaciones quirúrgicas e imparten clases; otros, como los drones (vehículos aéreos no tripulados) de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de la Defensa estadounidense (DARPA), rastrean, seleccionan y asesinan objetivos sin contactar a sus controladores aéreos. Para algunos, esos artefactos “ya pueden pensar” y el debate radica en que coadyuven a la vida de las personas o evolucionen en armas autónomas que seleccionan blancos sin intervención humana. De ahí que los expertos pidan su prohibición.

Sin embargo, para el poder corporativo, la producción masiva de esos artefactos es un negocio colosal al que promueven como “útil para la defensa de la Humanidad”. Por otra parte, los ciudadanos han sido marginados del debate sobre las aplicaciones de la ciencia y la tecnología. Históricamente, la decisión del uso pacífico o no de esas aplicaciones ha sido coto de unos cuantos; recientemente, la difusión de los logros de la robótica y de los nuevos materiales lleva a preguntar cómo pueden participar los ciudadanos “no científicos” en ese debate.

La democracia plantea el derecho de todos a decidir en asuntos que les atañen directamente, pero en temas científico-tecnológicos se pregunta. ¿Quién decide cómo deciden los ciudadanos? Para el investigador del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, Josep Lobera, si se carece de créditos científicos o respaldo institucional es imposible participar en el debate. Por lo tanto queda abierta esa cuestión, sobre todo en países como los nuestros.

¡Ya se producen!

Mientras tanto, cada vez más científicos de todo el mundo advierten que el complejo industrial militar ya provee con capacidad letal a equipos robóticos de sistemas. Para el profesor de Ciencias de Cómputo de la Universidad de California en Berkeley, Stuart Russell, el proyecto de la DARPA del drone autónomo, violaría la Convención de Ginebra y dejaría a la Humanidad en manos de máquinas “amorales”.

Otro ejemplo de la robótica en el campo de batalla es PD-100 Black Hornet, el drone más pequeño del mundo –de sólo 18 gramos– que fabrica la firma noruega Prox Dymanics. Puede llevar cámaras regulares y térmicas y quedar en el aire más de 25 minutos; por su gran capacidad de vuelo y almacenamiento de datos, ya experimentan con él las Fuerzas Especiales de Estados Unidos.

Esos artefactos confirman que no está lejos el escenario de las armas autómatas. Los avances del software hacen posible que en el futuro se pierda el control humano en las acciones de algunos mecanismos. De acuerdo con el experto en inteligencia artificial argentino, Guillermo Simari, la inteligencia artificial “no es un material que alguien pueda controlar y no está exento de riesgos”.

Ante ese riesgo, prestigiados científicos mundiales como Stephen Hawking y filósofos como Noam Chomsky, entre otros, advirtieron en una misiva del peligro de usar la inteligencia artificial con fines bélicos. En la Conferencia Internacional de Inteligencia Artificial de Argentina, que convocó a mil 22 especialistas en julio pasado, se alertó: “cuando se le quita el componente de peligro a la batalla. ¿Cuál es el problema de enviar miles de máquinas a combatir con otras miles de máquinas? Casi se transforma en un juego de computadoras”.

Otros firmantes del mensaje contra armas autómatas, como el cofundador de Apple, Steve Wozniak, el presidente de Tesla y SpaceXel, Elon Musk, así como el responsable de inteligencia artificial de Google, Demis Hassabis, argumentan que el aliento al desarrollo de armas de inteligencia artificial, hará virtualmente inevitable una carrera armamentista global.

Conscientes de la complejidad de prohibir su desarrollo, los opositores a las armas autómatas consideran que su evolución depende del software, por lo que insisten que este debate implica un problema ético que durará años. Y, entre tanto, los laboratorios de los proveedores del Pentágono, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y otros cuerpos armados, caminan firmes hacia sistemas inteligentes en espacios reducidos.

Esos expertos alertan que si la sociedad informada y los gobiernos con científicos conscientes no ponen límites, en cuestión de años –no décadas– la Humanidad se encontrará con equipos capaces de “seleccionar, fijar y atacar objetivos sin intervención humana”. Además, anticipan que con el tiempo esas armas terminarán en el mercado negro o en manos de terroristas, pues son de fácil acceso. Otro riesgo es que las armas autómatas “son ideales para tareas como asesinatos selectivos de individuos, grupos étnicos o para desestabilizar naciones”.

Existe un riesgo adicional en sistemas de inteligencia artificial. Su uso pacífico se extiende ya al 20 por ciento de la fuerza laboral en tareas rutinarias como el ensamblaje automotriz o vigilancia del tránsito e instalaciones estratégicas. En breve, los sistemas automáticos reemplazarán a los trabajadores, quienes no podrán ganar su sustento en el futuro. Ése es un escenario muy pesimista, pero posible.

Era robótica

Sin embargo, es una realidad que la robótica contribuye a reducir costos y a hacer más eficiente el trabajo. Tanto así que hace décadas que robóts y cyborgs están entre los seres humanos y cada día los laboratorios producen mecanismos más sofisticados. A algunas máquinas inteligentes se les dota de atributos humanos: hablan, cantan, bailan, juegan futbol y conducen vehículos; otras realizan funciones de rehabilitación o ayuda a personas discapacitadas. El país líder en robótica es China, con la cuarta parte del total mundial.

La robótica es una de las 10 áreas estratégicas prioritarias para su plan Made in China 2025 para remodelar la base industrial de todo el país y reorientarla hacia sectores más intensivos en tecnología y menos mano de obra. Así, bien puede decirse que China es un país en vías de robotización; pues según la Federación Internacional de Robótica aspira a cumplir la mitad de su demanda interna en 2020. En cuanto a densidad de robóts –cifra de máquinas comparada con trabajadores– China está detrás de Surcorea (478 unidades por cada 10 mil), de Japón (315), de Alemania (292) y de Estados Unidos (164).

Nuevos materiales

Hoy se desarrollan materiales que desafían la imaginación más vívida. En mayo pasado, científicos de la Universidad de Illinois crearon un plástico que se autoregenera a sí mismo a partir de pequeños capilares con sustancias químicas capaces de rellenar un hueco de nueve milímetros, como lo hacen los seres vivos cuando se produce una herida o ruptura. Además de su uso en humanos, ese gel serviría para que se autoreparen las aeronaves en pleno vuelo.

Otro material biológico con uso similar se creó en la Universidad de California. Se trata de un hidrogel inyectable capaz de regenerar tejidos con gran rapidez y se implanta en microcavidades para tratar heridas de lenta curación.

Científicos alemanes del Instituto Han-Schickard Gesellschaft crearon dos dispositivos que se integran a la suela de un zapato ordinario para recolectar la energía que generan los seres humanos al caminar, según reportó la revista Smart Materials and Structures. Esos “zapatos inteligentes” generan energía a partir de cada mecanismo: uno que usa la oscilación del pie y otro que reacciona al golpe del talón contra el suelo. Y con esos movimientos una bobina genera corriente eléctrica. Ese calzado es útil para personas discapacitadas y ancianos, pues se ata y desata de forma automática.

En los años 80 del siglo pasado, los rayos láser se asociaron al programa de Defensa Estratégica de Ronald Reagan, que pretendía destruir con esos rayos desde el espacio las armas del adversario. Hoy se usan con novedosos objetivos pacíficos: en rompehielos que abren la ruta del océano Ártico, según informó en abril pasado el director del Instituto Central de Investigaciones Científicas Kurs de Moscú. Según el portal Sputnik, esos rayos cortarán el hielo con el espesor y el grosor necesario y a menor costo que otros artificios.

Salud a medida

Hoy la ciencia y la tecnología se encaminan a satisfacer las necesidades básicas de amplios sectores sociales como discapacitados, personas de la tercera edad, artríticos o hipertensos, entre otros. Basta citar que actualmente, millones de personas en el mundo consumen sustancias antienvejecimiento sin saberlo, pues hace una o dos décadas no eran accesibles para ellos algunos nutrientes capaces de alargar la vida humana, según The New Scientist.

También destacan las prótesis biónicas con sistemas electrónicos. Por ejemplo, las cyberlegs (piernas cibernéticas) que se desarrollan en Florencia, Italia. Se trata de una pierna artificial cognitiva –con inteligencia artificial– cuyo software reemplaza las funciones del miembro ausente. Ese adelanto de la robótica portátil permite a los discapacitados caminar de forma más natural porque se conecta al sistema nervioso central, ya sea de forma no intrusiva o usando prótesis, que inyectan energía en las articulaciones.

La gran novedad en el sector de los implantes son las narices impresas en tercera dimensión (3D). En marzo pasado, investigadores del instituto Federal Suizo de Tecnología en Zürich probaron su viabilidad en ovejas. Esos implantes, realizados con la técnica de bioimpresión, deben aplicarse en animales antes de realizar ensayos clínicos en seres humanos. Con esa técnica, se imprimen secciones nasales a partir de cartílago del paciente con un biopolímero que posteriormente descompondrán células humanas.

Vehículos imparables

En este siglo, el transporte es un área privilegiada en los desarrollos científico-tecnológicos. Una vez más, China figura como pionero, con el primer avión eléctrico para pasajeros del mundo con certificado de aeronavegabilidad: el BX1E. Mide 14.5 metros de envergadura, capacidad máxima de carga de 230 kilogramos y puede volar hasta a tres mil metros de altura a velocidad de 160 kilómetros por hora. Su precio de venta estimado es de 163 mil dólares (casi un millón de yuanes)

El artefacto fue diseñado por la Universidad de Shenyang Aeroespacial y la Academia de Aviación de Liaoning, según la agencia estatal Xinhua en junio pasado. Desde ahora el BX1E se utiliza para capacitar a pilotos, en viajes turísticos, de investigación meteorológica y salvamento.

Eslovaquia tiene el Aeromóvil 3.0, prototipo de automóvil híbrido capaz de volar que se presentó en la Feria Aeronáutica de Viena en 2014 y próximo a salir al mercado, según The Washington Post. Ese artefacto tiene capacidad para dos personas y al retraer sus alas, se transforma en un cómodo auto compacto, muy ligero y capaz de cubrir 430 millas en aire o 540 millas en tierra.

Por su parte, el piloto suizo Bertrand Piccard realizó el primer vuelo de prueba del avión solar Impulse II en Abu Dabi, Emiratos Árabes Unidos. Ese vehículo aéreo se alimenta con 17 mil celdas solares y para probar su independencia y destreza de vuelo tiene el reto de completar la vuelta al mundo en 12 etapas, de las que ya completó ocho tras su prueba en el aeropuerto japonés de Nagoya.

Esos logros del quehacer pacífico de la ciencia y la tecnología o-tecnológico son producto de la visión estratégica de los Estados. Formar recursos humanos en las ingenierías, física, termodinámica, geofísica y biociencias, impulsará el desarrollo soberano de las naciones e impedirá la distorsión bélica y mercantilista de la ciencia y la tecnología. No hacer esa inversión significará perpetuar la dependencia y la ignorancia.