Chomari Sayónami, el peyote, intermediario del chamán

**La ceremonia del peyote es casi clandestina, porque ha sido satanizada por la Iglesia.


Chomari Sayónami, el peyote, intermediario del chamán

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2011, 01:22 am

Froilán Meza Rivera

El venadito azul (chomari sayónami), es el intermediario del chamán u hombre santo de las tradiciones rarámuris, con la vida de los espíritus. El rarámuri es un hombre espiritual que ha perdido en gran medida el contacto con la madre tierra y con los astros. El venadito azul es el peyote.

La ceremonia del peyote es algo muy singular. No cualquiera tiene acceso a ella como espectador, y no cualquiera participa en ella. Asimismo, el lugar de esta ceremonia debe ser especial: lleva mucho tiempo y experiencia a los chamanes el identificar y “marcar” estos “lunares” que son como respiraderos de la tierra, a través de los cuales deja ésta escapar la energía primordial.

El chomari sayónami es punto de contacto. No cualquier rarámuri puede consumir el peyote, no cualquiera tiene facultades para hablar con éste, a quien llaman “señor” y que es tratado no como una planta curativa, sino como una entidad, como una personalidad hecha y derecha.

En la cosmovisión original de los rarámuris, la tierra, la madre tierra, tiene conexión con los hombres y las mujeres. “Venimos de los elementos de la tierra”, dicen, y el “jículi” o “jícuri”, como nombran ellos también al peyote, es el vínculo.

“A nuestro pueblo lo asustan con el demonio, y le meten en la cabeza a nuestras gentes, que las ceremonias autóctonas son brujería o cosa del diablo, y no es cierto”, dice el chamán. Al revés, la obra “civilizadora” y “evangelizadora” no provoca otra cosa que la disolución de las comunidades, la perversión de la cultura y las costumbres originales que daban, y dan todavía en cierta medida, cohesión al pueblo de los pies ligeros.

Para la ceremonia, se utilizan plantas que se van a quemar para crear el ambiente propicio. En primer lugar, está el copal, al que se conoce ampliamente como el incienso de los aztecas, pero que se usaba también desde tiempos prehispánicos incluso por los rarámuris, ya que en las cañadas de la sierra existe una variedad de este árbol sagrado. Se usa también choreque, que es resina de pino; se usa la efedra, que es una planta del desierto y que florece en verano, productora de la efedrina que, sintetizada por los modernos envenenadores de la juventud, es la base de las drogas de diseño como el famoso “éxtasis” de las tachas.

En unos incensarios que se hacen de barro o de piedra, completan la quema ritual otras plantas como el aromático romero y el mismo jícuri en bajas concentraciones.

Hay una curiosa historia de cómo los rarámuris no batallan para recolectar el copal: es que descubrieron que las avispas alazanas toman la resina del árbol sagrado y la usan como pegamento para unir hojitas secas de otros árboles para hacer los nidos, una vez que baten esta mezcla. Y aunque los nidos de las avispas se encuentran a grandes alturas, los indígenas se las ingenian para bajar el nido completo. O bien, simplemente esperan a que los nidos caigan solos, por el peso que alcanzan porque los insectos añaden secciones nuevas cada año, hasta que la colmena colapsa.

Son ceremonias mágicas, realizadas por hombres que conocen esta magia. Navegan los chamanes por el Cosmos, reciben respuestas de los espíritus superiores y, por supuesto, aplican esta sabiduría en beneficio de su pueblo, para aliviar sus sufrimientos.

Las ceremonias se realizan, claro está, casi en la clandestinidad, dado que los chabochis y su iglesia persiguen y satanizan a los hombres sagrados.