Biocombustibles e inflación en alimentos

Abel Pérez Zamorano


Biocombustibles e inflación en alimentos

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2013, 12:48 pm

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(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias EconómicoAdministrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

El día 12 de julio fue presentado en la Universidad Autónoma Chapingo un estudio de la OCDE-FAO, titulado Perspectivas Agrícolas 2012-2021 y coeditado con UACh. En este importante trabajo de proyección se presentan, a partir de la situación actual de la agricultura mundial, los escenarios más factibles hasta el año 2021; de hecho, se trata de un monitoreo del sector, realizado desde hace varios años. En su contenido, entre otros aspectos, llama poderosamente la atención el impacto que tendrán los biocombustibles en el mercado de productos agrícolas, más específicamente en el de alimentos. Se advierte ahí que si el precio mundial del petróleo continúa a la alza, los países desarrollados, como lo vienen haciendo, enfrentarán el problema sustituyendo gasolinas por biocombustibles añadidos, principalmente etanol y biodiesel, distorsionando aún más los mercados de productos agrícolas. Dice el estudio que: “De continuar inamovibles todos los demás factores, el aumento en los precios del petróleo crudo generaría una mayor demanda y precios más altos de los biocombustibles y, en consecuencia, se tendría una mayor demanda y precios más altos de la materia prima... En el escenario de un precio de petróleo crudo 25% más alto, la producción mundial de etanol aumentaría 6%, en promedio, y la producción de biodiesel, un 7%” (Pág. 46). La lógica de esta secuencia de hechos es que el encarecimiento del petróleo, al hacer más rentable sustituirlo por biocombustibles, aumenta la demanda de éstos, y la de sus materias primas, como oleaginosas, caña de azúcar, maíz, sorgo, etc.; dichos productos agrícolas, si no estuviera irrumpiendo esa variable perturbadora, hubieran sido empleados directamente en alimentación humana. También se hubieran usado en la ganadería, para producir carne, huevo o leche, productos que, al final, también habrán de encarecerse al subir el precio de los cereales. De hecho, así ha venido ocurriendo, pues en 2011 aumentaron drásticamente los precios del etanol y el biodiesel, muy por encima de su nivel de 2007-2008. Y, como se sabe, el aumento en la demanda y en el precio de un bien son el mensaje del mercado para que las empresas amplíen la producción, atraídas por la expectativa de mayores ganancias. En esa lógica, un aumento en la demanda y precio de los biocombustibles provocará un tirón en la demanda y precio de productos agrícolas asociados.

Según las Perspectivas, para 2021 se habrá duplicado la producción mundial de etanol y biodiesel, y se detalla: “El productor mundial líder de etanol es Estados Unidos de América, el cual se espera que será responsable del 44% del incremento en la producción mundial de etanol hacia 2021, y la mitad del aumento proyectado provendrá del maíz y la otra mitad del material celulósico. Brasil, con su sistema de producción altamente integrado de etanol basado en caña de azúcar, será responsable del 29% del aumento y la Unión Europea, que usa una mezcla de materias primas, lo será del 12% de la producción adicional.” (Pág. 37). Europa aportará el 47 por ciento de la producción mundial de biodiesel. “… en la actualidad cerca del 65% de la producción de aceite vegetal de Estados Unidos de América, el 50% de la producción de caña de azúcar brasileña y alrededor del 40% de la producción estadounidense de maíz se utilizan como insumos para la producción de biocombustibles.” (Pág. 96). El 44 por ciento del etanol seguirá produciéndose con base en cereales secundarios, como maíz, cebada, sorgo y otros: se utilizará como materia prima el 14 por ciento del total de la producción mundial de éstos, y el uso de la caña para uso industrial pasará de un 23% a un tercio de la producción mundial. Del aceite vegetal se usará el 16 por ciento, y de los cereales secundarios, el 14.

Es decir, una demanda acrecida de biocombustibles elevará la de sus materias primas agrícolas y provocará, como es lógico, que a su producción se destinen más tierras, agua, capital y fuerza de trabajo. Pero el panorama se complica, pues esta mayor demanda de materias primas se enfrentará con una reducción en la tasa general de crecimiento agrícola en el mundo. Según la OCDE, durante la última década la producción agrícola creció a una tasa de 2.6 por ciento anual, pero: “Estas Perspectivas anticipan una desaceleración del crecimiento de la producción hasta el 1.7% anual.” (Pág. 35). Es decir, el crecimiento de la producción agrícola se reducirá, mientras que la demanda aumentará, provocando, consecuentemente, un aumento en los precios de los productos agrícolas, como ya ha ocurrido: “De hecho, dicha inflación alcanzó el 4.6% para el conjunto de los países de la OCCDE en 2011 y algunos países registraron tasas de inflación de 5% o más el año pasado, incluidos Estados Unidos de América, México…” (Pág. 27) Nuestro país, ciertamente, registra tasas de inflación en alimentos entre las más altas, como ha señalado en otros informes la FAO. A nivel mundial, por ejemplo: “La demanda de cultivos azucareros por parte de los sectores alimenticio y del etanol seguirá por arriba del promedio, manteniendo altos los precios del azúcar […]” (Pág. 18).

En resumen, el aumento en las ganancias de los industriales de biocombustibles y de los grandes agricultores vendrá acompañado de un deterioro en el bienestar de pueblos como el nuestro. Pero en el fondo de estas implicaciones está el hecho de que en la economía actual, el motivo central de la producción no es satisfacer necesidades, sino acrecentar el valor, que se cristaliza en la acumulación de ganancias. Para ilustrar esto, permítaseme, antes de concluir, una breve digresión histórica. No deja de llamar la atención el paralelismo de lo que hoy ocurre (no por mera coincidencia), con los famosos enclosures o cercados de tierras, desde la Inglaterra de los Tudor. Ante la formidable demanda de lana para la industria textil naciente y próspera, primero en Flandes y luego en la propia Inglaterra, y los fabulosos precios que la lana alcanzaba, ocurrió que, en Inglaterra e Irlanda, los terratenientes invadieron las tierras, hasta entonces cultivadas por los campesinos para producir alimentos de consumo propio, y las destinaron a la cría de ovejas (como dijo Tomás Moro: un país donde las ovejas devoran a los hombres). Se trataba, como hoy, en la lógica del capital, del “uso óptimo” de la tierra: el que garantiza las mayores ganancias, aunque sea en detrimento del bienestar popular.