Andanzas del cadáver del padre Hielo Vega

**Entre la leyenda y la realidad, se impone la tradición oral.


Andanzas del cadáver del padre Hielo Vega

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2011, 13:14 pm

Froilán Meza Rivera

Una suave y dulce muerte, la muerte silenciosa, apagó para siempre los ojos del padre Jesús Hielo Vega, el primero y el único sacerdote de raza tarahumara que ha habido. Falleció él en su cuarto de la parroquia de Cerocahui, cuando una lámpara que usaba para alumbrarse se quedó encendida mientras dormía y se apagó al cuajarse el conducto de gas por el frío glacial que esa noche cayó sobre la tierra.

Al padre Hielo Vega lo había ordenado, en 1975, el obispo de la recién constituida Diócesis de la Tarahumara, José Alberto Llaguno.

Murió asfixiado cuando se descongeló el gas y se esparció, ya sin llama, por toda la estancia del pobre hombre que se entregó confiado al sueño reparador.

Como sucede siempre con quienes mueren por el gas, el cuerpo del sacerdote se descompuso rápidamente, y para la tarde del nuevo día, ya estaba putrefacto.

La historia la cuenta el escritor, periodista y analista político Carlos Mario Armendáriz.

Entre la feligresía, hubo quienes exigieron que al padre Hielo se le enviara por tren a su pueblo, de la misma forma como vino a Cerocahui, pero el párroco de Sisoguichi, don Felipe Ruiz, fue de la idea de enviar el cuerpo lo más rápido posible en avioneta. Optaron por contratar un vuelo que trasladara al difunto a una aeropista que está a dos kilómetros de El Salto, la ranchería donde nació y donde lo esperaba su madre.

De inmediato se cruzaron sendos “recados a la sierra” mediante el infalible recurso de la radio comercial.

Así le hicieron, y como homenaje al esforzado sacerdote muerto, la avioneta pasó dos veces por encima de Cerocahui, con gran número de gente que abajo se congregó para despedirlo.

Mientras que el obispo Llaguno enviaba a otro sacerdote a cubrir la vacante, se quedó como emergente para Cerocahui, al mismo tiempo que para Sisoguichi, el padre Felipe Ruiz.

Cuenta don Felipe que la madre del padre Hielo Vega vino un día a reclamarle, sumamente enojada, que no había cumplido con la costumbre de regresar los cadáveres por el mismo camino por el que salieron de su pueblo. Ruiz no se acordó, o no le dio importancia, a esta arraigada tradición de los rarámuris.

Y en efecto, al haber enviado por aire al padre Hielo, el “espíritu” se extravió y, de acuerdo a la madre, andaba vagando todavía y molestando a los vivos.

“¿Por qué no lo mandó por el camino?” -Se quejó la anciana.

“Es que ya apestaba el cadáver, señora” -Contestó el párroco.

“El cuerpo de un rarámuri siempre tiene que regresar por donde vino, así ha sido siempre, y así tendrá que ser hasta que el mundo se termine” -Explicó la mujer, quien apenas desquitó su coraje contra el sacerdote.

Y asegura la gente de El Salto, que el espíritu del padre Hielo Vega se les aparecía en el camino, y que les jalaba los pies durante la noche, y que los molestaba de mil formas, que a su misma madre no la dejaba en paz.

En esa comunidad, incluso, el curandero mayor preparó cuidadosamente una ceremonia del “jícuri” o peyote, para consolar a la mamá, y para aplacar al mismo Jesús Hielo, quien, dicen, nunca ha encontrado el camino, está extraviado, porque los muertos son ciegos.