Reelección o no, dilema del siglo XXI

Occidente ha impuesto al mundo un modelo de gobierno que perpetúa la dependencia e inequidad, al que denomina democracia. En contraste, los gobiernos progresistas en América Latina lograron avances socioeconómicos en favor de las mayorías, cada vez más participativas en la toma de decisiones.


Reelección o no, dilema del siglo XXI

Nadia Sosa
Marzo de 2016, 17:11 pm

Nydia Egremy
Nydia Egremy es una internacionalista mexicana y periodista desde hace 30 años. Sus investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados la han llevado a países de Medio Oriente, Europa y América Latina. Es articulista de planta de la revista Buzos.

Occidente ha impuesto al mundo un modelo de gobierno que perpetúa la dependencia e inequidad, al que denomina democracia. En contraste, los gobiernos progresistas en América Latina lograron avances socioeconómicos en favor de las mayorías, cada vez más participativas en la toma de decisiones.

Refrendar esas gestiones exitosas no implica perpetuar el poder unipersonal que acota derechos y sirve al capital trasnacional. Ante ese dilema cabe analizar el alcance de la reelección en el mundo y su futuro para la gobernabilidad.

La clásica noción de democracia habla de una sociedad organizada que adopta las decisiones colectivas, directa e indirectamente, a través de instituciones que legitiman a sus representantes. El modelo de democracia que construyeron Estados Unidos y la Unión Europea (UE) se asocia a costosas elecciones entre candidatos a un cargo público, algunos ideológicamente antagónicos, donde hacen campaña proselitista para captar votos.

Contra ese mito de equidad en la toma de decisiones, el periodista de The Guardian y analista político británico-pakistani Tariq Ali ha cuestionado el sentido de las elecciones cuando el resultado es siempre el mismo. Para responder, el también cineasta acuñó el concepto del “extremo centro” para ilustrar que con la Tercera vía y el Capitalismo con rostro humano comenzó el camino donde unos cuantos “son extremos en implementar la austeridad, extremos en iniciar guerras, extremos en defender el sistema y extremos en quitarnos las libertades”.

Alí recuerda que en 1989 y ya sin enemigo al frente, las socialdemocracias viraron hacia una competencia política donde cada partido buscó ser el que mejor sirviera a la necesidad de los mercados. La democracia peligra porque ese extremo centro se desarrolla en un periodo de hegemonía estadounidense (militar, ideológica y política) y la política se “estadounidiza”.

Así, mientras Occidente seducía a los pueblos de Europa oriental para optar por su forma de gobierno, los gobernantes vaciaban a la democracia de todo contenido real. Por eso, ya nadie se toma en serio las democracias occidentales, concluye Ali.

Con esa arrogancia, Occidente se ha erigido en defensor o verdugo de gobiernos que se reeligen. En un caso ideal, la reelección sería el aval ciudadano a un Gobierno transparente, con logros socioeconómicos que benefician a las mayorías y que rinde cuentas. Para otros, esa persistencia en el poder confirmaría el autoritarismo del mandatario o la indolencia gubernamental para formar cuadros calificados que robustezcan la escena política.

Antes de una reelección, se toma el pulso a la sociedad con referéndums, plebiscitos o consultas. Un parteaguas en la historia de América Latina fue el plebiscito chileno del 5 de octubre de 1988 para que los ciudadanos decidieran si el genocida golpista Augusto Pinochet debía continuar o no en el poder hasta marzo de 1997. Ese día, 55.99 por ciento de los siete millones 435 mil 913 electores votaron por el ‘No’; lo que luego conduciría a elecciones y al fin de la dictadura militar.

Logros y reelección

La historia de América Latina se asocia al fuerte presidencialismo y a dictaduras como la de Porfirio Díaz en México, que se reeligió ocho veces desde 1877; de ahí que esa práctica haya sido prohibida en este país y en otras naciones latinoamericanas que salieron de las dictaduras en los años 80 del siglo XX.

Sin embargo, en 1995 se restauró esa práctica en algunos países del área cuando se reeligieron Saúl Ménem en Argentina y Alberto Fujimori en Perú.

Hoy, el sociólogo Mario D. Serrafero distingue tres tipos de reelección en América Latina y el mundo: Consecutiva o inmediata (por un mandato, para consolidar reformas y logros), indefinida o sin límites (refuerza el presidencialismo y pone en riesgo el carácter democrático del régimen) y no inmediata o alterna (con otro Gobierno intermedio).

La reelección inmediata se asocia con el “populismo radical” y un liderazgo con débil institucionalidad que se justifica con el voto, según Serrafero. Sin embargo, su afirmación niega los logros políticos, económicos y sociales de que gozaron los gobiernos progresistas de las naciones suramericanas que alcanzaron inédita estabilidad.

En octubre de 2012, el fallecido presidente venezolano Hugo Chávez ligó su cuarto mandato consecutivo, después de sus victorias electorales de 1998, 2000 y 2007, y mantuvo el poder por 14 años. En ese periodo redujo la pobreza (de 42 al nueve por ciento), su país fue declarado libre de analfabetismo, garantizó la atención médica gratuita, bajó la deuda externa a su nivel mínimo, invirtió en educación, ciencia y tecnología, entre otros logros.

En Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva logró la presidencia en 2002 en la que ha sido la gestión más exitosa en la historia de ese país. Para afianzar sus logros se reeligió en 2006, con el marco legal que promovió Fernando Henrique Cardoso en 1998. El Gobierno de Lula sacó de la pobreza a 28 millones de personas, disminuyó la mortalidad infantil, la desnutrición y la población no escolarizada; además proyectó a Brasil como una de las 10 economías más importantes del mundo. Dilma Rousseff, sucesora de Lula, ofreció abolir la reelección en su campaña presidencial aunque en 2014 renovó su mandato.

Desde su independencia en 1925, Bolivia ha vivido más de 100 golpes de Estado y la dictadura de varios regímenes militares. Sólo avanzó hacia la estabilidad, el crecimiento y la autodeterminación a partir de 2006, cuando Evo Morales asumió la presidencia y se reeligió en 2009 y 2014. Desde 1830, Ecuador escenificó al menos 39 golpes de Estado; su única experiencia democrática ha sido con Rafael Correa, reelecto en 2009, 2014 y que anunció su decisión de no postularse para un nuevo mandato.

En 2003, los argentinos desconfiaban de los gobernantes que hundieron la economía del país, lo endeudaron con 178 mil millones de dólares y sumieron a millones de personas en la pobreza. Entonces Néstor Kirchner, un político de centro izquierda, asumió la presidencia y privilegió programas sociales, la lucha anticorrupción y desmanteló paulatinamente la política neoliberal de sus antecesores. En 2007, Kirchner rechazó reelegirse y pasó su candidatura presidencial a su esposa, la abogada Cristina Fernández, quien ganó la elección y se reeligió en 2011.

Los críticos de esos gobiernos progresistas omiten el caso de Colombia, que instauró la reelección inmediata en 2005 a instancias de Álvaro Uribe. En 2014, su sucesor, Juan Manuel Santos, se reeligió y promovió que el Congreso anulara esa medida, lo que ocurrió en junio pasado. También se silencia que la República Dominicana y Costa Rica adoptaron ese tipo de reelección en 2002 y 2003, respectivamente.

De Estados Unidos a Europa

Las voces que desde la academia y los medios de comunicación repudian la reelección en Venezuela, Bolivia o Ecuador, no dicen que en Estados Unidos es una tradición política. El primer presidente del país, George Washington, fue el pionero en reelegirse y tras él, la cuarta parte de los 44 mandatarios han tenido un segundo mandato, la mayoría del Partido Demócrata. Franklin Delano Roosevelt se reeligió tres periodos y permaneció 12 años en el poder (1933 a 1945).

William Clinton vivió en la Casa Blanca casi toda la década de los años 90 del siglo XX (1992-2001) luego que George H. Bush perdiera la reelección. Y en lo que va del siglo XXI, todos los presidentes de ese país se han reelegido: George W. Bush (2001-2004 y 2004-2009) y Barak Obama (2009-2012 y 2012-2016).

Uno de los padres fundadores de Estados Unidos, Alexander Hamilton (1755-1804) explicaba que la reelección inmediata o indefinida aprovechaba los “méritos y virtudes” del mandatario. Analistas como Richard M. Pius (autor de La Presidencia Americana) y Thomas Cronin (autor de El Estado de la Presidencia) también sostienen que la reelección da ventaja al partido en el poder para controlar la economía y aprovechar las relaciones del presidente con los sectores públicos, privados y extranjeros.

Y aunque la Unión Europea censura la reelección de los gobiernos progresistas de nuestra América, no duda en aliarse con los gobiernos autocráticos de las exrepúblicas soviéticas. Mantiene buenos nexos con el líder de Kazajastán, Nursultán Nazarbayev, quien gobierna desde 1991, año en que el presidente de Tadjikistán, Emonali Rahmon, llegó al poder y con Uzbekistán, gobernado desde 1989 por Islam Karimov. La élite política europea aceptó a Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia desde 1994, llamado “el último dictador de Europa”; así como a Ólafur Ragnar Grimsson, presidente de Islandia desde 1996.