Leyenda inmortal: el dedo del ánima de Leyva

**En Ojinaga, la trágica historia está más viva que nunca.


Leyenda inmortal: el dedo del ánima de Leyva

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2012, 21:22 pm

Por Froilán Meza Rivera

Ojinaga, Chih.- La leyenda es archiconocida entre la gente, es quizás la más popular historia de todas las que incluyen misterio e ingredientes de ultratumba. La conocen acá como “el dedo del ánima de Leyva”, y a la morada del muerto la llaman “la capilla del ánima de Leyva”.

De la tierra donde fue enterrado quien en vida se llamó José María Leyva, surgió, a poco escarbarle, el dedo acusador que apuntaba hacia arriba, y aunque el cadáver fue examinado y se llegó a la conclusión de que había sido quemado hasta los huesos, la decisión de la gente fue que se le dejara donde se le había encontrado.

Y hasta la fecha, la humilde vivienda en donde moró en vida este Leyva, es también la última morada de sus restos mortales. Cuentan que todavía a principios de los años sesenta, era tal la cantidad de personas de Ojinaga y aun del extranjero que venían a pedir favores al “ánima de Leyva”, pero también a agradecerle por favores recibidos. Era tal la fama del muerto, que llegó a considerársele como un santo no oficial, con su culto particular.

Hoy en día, la capillita se encuentra destruida, sin puerta, sin techo, llena de basura, y el culto que se le rendía ya no existe casi ni apenas en la memoria de los ojinaguenses.
Pero ¿cómo surgió este culto extraoficial? ¿Cómo llegaron acá el cuerpo calcinado y el dedo acusador?

“Cuenta mi abuelita, doña María de Jesús Leyva, que el tal Leyva de la leyenda era sobrino suyo, y a falta de otro nombre que proporcione alguna fuente histórica, en mi casa siempre se supo, porque mi abuela así lo aseguraba, que el nombre del difunto era José María Leyva”, relata el periodista Roberto Leyva Molina.

La versión que se ha conservado en los actuales y modernos Leyva, es básicamente la que se relata a continuación:

LA HISTORIA COMO LA CUENTAN LOS LEYVA

El tal Leyva estaba casado y vivía aquí con su esposa pero sin hijos, en el número 308 del actual Bulevar Óscar Flores, entre Altamirano y Vicente Guerrero. Tenía el hombre un amigo suyo que lo hizo compadre, un militar cuyo nombre no ha sobrevivido al tiempo, y eran tan unidos que incluso las respectivas mujeres se convirtieron en amigas cercanas y las familias se frecuentaban.

Una noche (serían apenas pasadas las diez), el militar salió de su turno como de costumbre, y al llegar a su domicilio, su esposa no estaba, por lo que la buscó en casa de Leyva. Ahí estaba ella, en efecto, y los tres: Leyva y su esposa, y la mujer del soldado, estaban tomando café y cenando. Recibieron cordialmente al recién llegado, pero dicen que había bebido demasiado alcohol y se descontroló el individuo, aguijoneado también por los celos.
Es que el militar tenía celos de su esposa, y tenía la sospecha de que lo engañaba con su compadre. De alguna manera le reclamó a la mujer, y salió a colación el asunto de los celos. Al acercársele Leyva para tranquilizarlo, el borracho enfurecido lo golpeó y lo tiró al suelo donde cayó inconsciente, y dicen que ha de haber utilizado mucha fuerza el militar, porque Leyva era un hombretón fornido y muy fuerte. El caso es que aprovechó el militar la situación de su compadre y le arrojó el petróleo de un quinqué, y le prendió fuego.

En la parte más importante de la leyenda, en la que se aclara la bondad de Leyva, éste se despertó al sentir en fuego y, entre gritos y lamentos le hizo saber al compadre que él era inocente de todo lo que le acusaba, y que estaba cometiendo una injusticia.

Ahí murió Leyva.

La viuda, amenazada de muerte por el militar, acordó con éste que no iba a delatar el crimen, y los tres se dispusieron a enterrar al muerto ahí mismo donde fue quemado. A los pocos días, a poco escarbar la tierra, salió a flote el dedo acusador apuntando hacia arriba y señalando al homicida.

Al militar lo cambiaron de plaza y la viuda de Leyva se fue de la ciudad, pero los ojinaguenses rescataron el dedo acusador y lo llevaron al templo principal del pueblo adentro de un frasco con alcohol, y ahí estuvo hasta que alrededor del año 1960, el obispo Manuel Talamás Camandari lanzó una condena del “culto indigno y pagano” en que estaban incurriendo los fieles que le rezaban al tal dedo, y quienes le pedían al “ánima” que intercediera ante Dios. Los fieles se llevaron el dedo de vuelta a la casita de Leyva convertida en capilla, y ahí estuvo el dedo hasta más o menos 1962, al término de la administración municipal de Jesús Rohana Estrada.

Alguien se llevó el dedo a su casa. Hay que decir que el tal despojo tenía un curioso aspecto, al grado de que Roberto Leyva lo confundía con un chocolate flotando en agua. “Mamá, ¿qué es eso?”, preguntaba el chamaco. “Nada, sálgase de ahí, mocoso, y no agarre nada”, lo regañaba la madre.

En la actualidad, un movimiento cívico está haciendo gestiones para rescatar la capilla del ánima de Leyva para restaurar la tradición de esta leyenda que nunca fue olvidada.