Las crónicas de la historia

ESCLAVITUD EN CHIHUAHUA.- CAPÍTULO IGNORADO


Las crónicas de la historia

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2010, 15:33 pm

Por Froilán Meza Rivera

Chihuahua, Chih.- Capítulo ignorado y oculto de nuestra historia, es la esclavitud. ¿Sabía usted que en Chihuahua existió durante siglos esta vergonzosa institución? ¿Y que hubo tanto esclavos indígenas como negros importados de África, y que todos eran mercancías que se vendían en el mercado?

La creencia de siempre es que los mineros que crearon las riquezas fabulosas de la región de Parral y Santa Bárbara, eran trabajadores asalariados libres. Pero tal creencia es equivocada, y con ella se enmascara la situación de esclavitud a que sometieron los españoles a grandes masas de indígenas durante los siglos Diecisiete y Dieciocho.

Hacia 1645, la población bajo el dominio español en la provincia de Santa Bárbara alcanzaba alrededor de veinte mil personas. Tal explosión demográfica se detuvo a mediados del siglo XVII con la decadencia de las vetas mineras, cuando los habitantes del real de Parral se redujeron a 2 mil, cifra que se mantuvo a lo largo del siglo. Junto con la caída de la producción minera se experimentaron varias calamidades que incidieron en la disminución demográfica, como fueron epidemias espantosas, sequías, inundaciones y rebeliones indígenas, que hacían más violentas las relaciones entre los grupos de aquella sociedad colonial.

Hay que decir, sin embargo, que el crecimiento de la población no era natural, ni se logró tampoco con la inmigración voluntaria de la gente, sino que fue obtenida por la fuerza, obligando a miles de indígenas, tanto de la región como de otros lugares más lejanos como Sinaloa, Sonora, Nuevo México y de las grandes llanuras, a trasladarse a Santa Bárbara, así como a las villas y haciendas circundantes.

Pero también se sabe que fueron importados esclavos negros africanos, y que éstos llegaron a sumar alrededor de mil individuos.

CAZADORES DE ESCLAVOS

Algo cotidiano era que los españoles ricos, ayudados por los contingentes militares que fueron puestos a su servicio, hicieran incursiones a los poblados de los indios para obtener esclavos, quienes eran vendidos en las haciendas y reales de la región o en las ciudades y villas. Y esto sucedió así desde los primeros años de la llegada de los españoles. Si bien la esclavitud de los indios estaba prohibida por el rey de España y por sus leyes reales, se permitía que fueran sometidos en esclavitud aquéllos que se resistieran al dominio español. Y a tales rebeldes se les podía esclavizar por un tiempo determinado, de diez a veinte años, lo cual daba un pretexto para justificar las cacerías de esclavos que se convirtieron en un buen negocio para los españoles, sobre todo cuando la explotación minera en el real de Parral demandó mano de obra abundante.

La historiadora Chantal Cramaussel documentó la captura de “piezas de guerra” como les llamaban en la época a los cautivos indígenas, para luego venderlos públicamente en Parral. El mercado de esclavos registra la venta primero de indios de las cercanías como los conchos, tepehuanes y tarahumaras, para irse expandiendo a grupos indígenas más lejanos como los sinaloas, los indios pueblo de Nuevo México y por último los de las llanuras, identificados en el siglo Diecisiete como apaches.

BARBARIE EXTREMA

Si bien en los primeros años de la presencia española se capturaban esclavos indios adultos, destinados a las labores mineras más peligrosas, con el paso del tiempo se hizo costumbre llegar a la barbarie extrema de matar a los adultos y quedarse con los niños y las mujeres, quienes eran “depositados” en las casas de las familias pudientes como sirvientes domésticos. También se hacían de esta mano de obra a través del denominado “rescate”, que consistía en comprar niños capturados por algunos grupos indígenas que estaban en guerra entre sí. Por ejemplo, los indios pueblo aprehendían niños apaches, y luego los vendían a los españoles. Esta práctica se convertiría en característica de las regiones de frontera y perduraría hasta bien entrado el siglo Diecinueve, según afirma la autora.

Junto con los indios cautivos, que eran esclavizados durante cierto tiempo, arribaron a la provincia de Santa Bárbara contingentes importantes de esclavos africanos, quienes junto con sus descendientes eran propiedad indefinida de los amos. Aunque esta mano de obra, por ser cara, no se destinaba a las labores peligrosas de las minas, sino que se les ocupaba en el trabajo doméstico en las haciendas.

Otro tipo de trabajo forzado fue la encomienda, sistema por el cual ciertos españoles obtenían la obligación de “cristianizar” a un grupo de indígenas y a cambio ellos debían darles tributo.

Si bien en el centro de la Nueva España el sistema del sometimiento para la “cristianización” entró en desuso a mediados del siglo Dieciséis, en la Nueva Vizcaya se estableció en 1562, como una manera de alentar la inmigración de españoles.

EXTERMINIO SIN PIEDAD

En esta zona el tributo no era en especie sino en servicios personales, y cada indio encomendado debía trabajar tres semanas al año para su encomendero.

Los encomenderos hicieron de su prerrogativa una vía para conseguir mano de obra, pues llevaban a los indios a trabajar en sus haciendas y en menor medida a los reales de minas.

Conforme se iban acabando los indios de las cercanías, salían partidas a buscarlos en pueblos más lejanos, a la manera como lo hacían los cazadores de esclavos. Así fueron exterminando a las tribus de los conchos que, bajo diversas denominaciones, fueron hasta entonces el pueblo indígena prehispánico más diseminado en el sur, el centro, el oriente y parte del norte del estado.

Otros muchos pueblos indígenas desaparecieron en este terrible genocidio del que hay poca información, pero del cual estamos seguros hoy de que sucedió, simplemente porque esa gente ya no se encuentra en el territorio donde vivió, ni en ninguna otra parte.

En esta actividad cobraron un matiz muy particular cargos como los gobernadores y capitanes indígenas, nombrados de por vida y cuya función era traer indios a los encomenderos, para lo cual encabezaban partidas armadas para capturarlos.