La dinámica del castigo en las redes sociales o el “Pop Moment” del cadalso público

Me refiero específicamente a los comentarios de la gente ante una publicación. Son bárbaros.


La dinámica del castigo en las redes sociales o el “Pop Moment” del cadalso público

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2013, 07:57 am

Hay un fenómeno particularmente sorprendente en las redes sociales, son los posts que obedecen a dinámicas de castigo y humillación. Me refiero específicamente a los comentarios de la gente ante una publicación. Son bárbaros. Uno puede tentarse a pensar que se trata de un exabrupto, de una emoción exaltada, de una reacción imprudente. Que simplemente la gente opina de cuestiones que la rebasan y que ante esa atrocidad que tiene frente a sus ojos sólo siente la necesidad de hacer saber su opinión y de sentir que el poder ha vuelto de su lado con las redes. Pero no es tan simple. Porque la forma en que se despliega este fenómeno, la intensidad, la constancia y los muy diferentes contextos en los que nos encontramos con este comportamiento nos llevan a reflexionar un poco más sobre estas reacciones para poder tener un punto de vista responsable. Intentar una postura prudente.

La primera vez que vi esto fue en el perfil de Facebook de unos niños de secundaria. Decidieron entablar una discusión a través de los “posts” y dejarla abierta al público. Entendí en ese minuto a qué llaman “cyberbulling”. Una cantidad de niñas y niños acusando a otra (menor de 14) de tener una vida liviana lejos de los comportamientos de la edad. Las acusaciones, la humillación y la forma de agresión eran de una enorme falta de cuidado. Cuidado no es la palabra correcta. “Salvajada” es su talla. Sea lo que fuera que esa niña hubiera hecho había provocado una respuesta desproporcionada, un acto de exclusión, una enorme descalificación moral. Y esta crueldad no es privativa de los niños o de los adolescentes, los adultos son tanto o más agresivos e insensatos a la hora de comentar una publicación. Ya que incluso provocan e instigan a un castigo físico, y nunca falta el voluntario que intenta unir el online con el offline.

La cosa se complica cuando los posts bárbaros se publican al pie de una situación donde la persona es víctima y no victimario. Esta otra situación, es también muy frecuente y terriblemente desalentadora. Por ejemplo, hace dos años atrás muere Doña Tota, la madre de Diego Armando Maradona. Por tratarse de un personaje público, los medios hacen de su muerte una noticia. Fue muy desmoralizador leer allí, al pie de ésta nota, insultos de la gente diciéndole al Sr. Maradona que el fallecimiento de su madre era una buena noticia, que drogadictos como él merecen eso y mucho más… Patético fue encontrarse con la realidad de mucha gente necesitada de decirle: “gordo decadente, acá tenés tu merecido”. Seamos claros, no se trata de un hecho aislado, no estamos hablando “del loquito agresivo que postea barbaridades en la web”, sino de una práctica cotidiana bastante común que se cruza en todas las redes, a nivel mundial, en todo momento. Se trata de una dinámica de castigo de esta sociedad que parece padecer de retroceso.

¿Responde esto a un deseo de expulsión de ciertos individuos a otros a un mundo exterior? ¿A reflejar una necesidad de purificación moralista de la sociedad, donde se escoge a los personajes “amenazantes” a los hombres de la selva metafóricos, para lanzarlos hacia fuera de las murallas de la sociedad, por medio de la descalificación moral? ¿Es posible que estas reacciones sean producto de la impotencia que se siente ante la impunidad del poder? ¿Al sentimiento de desprotección? ¿Será que se mezclan aquí las vergüenzas sociales con las vergüenzas sociales? Lo cierto es que esta amalgama de odio, violencia, humillación, rabia impotente y vergüenza, altera hasta el sentido mismo de las redes, porque las convierten en otro desarrollo técnico de los medios de la violencia.

Ejemplos hay miles, hace pocos días aquí en México, grabaron a una directora de colegio zarandeando a un alumnito para que deje de llorar y reaccione. La acción se ve desmedida y desproporcionada. De un maltrato evidente e infelizmente desacertado. Pero las reacciones en on y offline de la gente hacia esta señora no son menos horrorosas: “La mando a picar por la mitad ala puta esa ah y primero le quemo su casa” es uno de los comentarios leves, otros instigan a la violencia física, direccionando a la gente a que vaya a la dirección que consiguieron para lincharla y la lista sigue… Pero el horror no quita el horror. Los siglos han pasado y la condición humana no parece acomodarse a su razón, a su conocimiento, a su historia.

Esto sucede en las redes, en los medios digitales, debajo de cada noticia. Hay dos figuras constantemente presentes: la figura del “monstruo o la monstruosidad” que se denuncia y la figura del castigador, no menos compleja y complicada. Que si bien, no ha cometido el “crimen” ha participado en la barbaridad desproporcionada de la dinámica del horror en el castigo. Dos figuras que representan la problemática de la individualidad anormal.

Podemos poner sobre la mesa la hipótesis de que con la libertad de las redes, en este territorio casi anónimo, nuevo, vacilante, la sociedad retoma una figura abandonada ya hace siglos: la figura punitiva salvaje del Siglo XVII. Donde cualquier criminal podía ser un monstruo y cuyo crimen, que representaba una lesión, un perjuicio contra los intereses de la sociedad en su totalidad, debía ser castigado con derecho a toda desproporción guardada. El castigo en ese caso no es reparación a los daños ni búsqueda genuina de reivindicación de los derechos fundamentales de la sociedad. El castigo, más bien se transforma en venganza, en revancha, en contragolpe de fuerza. Es entonces, como dijo Foulcault en su clase del 15 de enero de 1975 en el College de France, una inversión ceremonial del crimen. “En el castigo del criminal, se asistía a la reconstrucción ritual y regulada de la integridad del poder. Entre crímen y castigo, había igual una especie de rivalidad. El exceso de castigo debía responder al exceso de crimen y tenía que imponerse a él. En consecuencia, había necesariamente un desequilibrio en el corazón mismo del acto punitivo. Era preciso que hubiera una suerte de plus del lado del castigo. Ese plus era el terror, el caracter aterrorizador del castigo. Y por caracter aterrorizador del castigo hay que entender cierta cantidad de elementos constitutivos de ese terror: 1. la manifestación del crímen tenía que presentarse, representarse, actualizarse o reactualizarse en el castigo mismo, el propio horror del crímen debiera estar allí, en el cadalso; 2. resplandecer la venganza del soberano, que debía presentarse como insuperable e invencible; 3. la intimidación de cualquier crimen futuro.

El suplicio era la economía desequilibrada de castigos. No era la ley de la medida, sino el principio de manifestación excesiva. La medida común y lo atroz. Al crimen atroz se le debía responder con la atrocidad de la pena. Con la atrocidad de la pena, se intentaba hacer que la atrocidad del crímen se inclinara hacia el exceso del poder triunfante. Réplica y no medida. Y así crímen y castigo sólo se comunican en esta especie de desequilibrio que gira en torno de los rituales de la atrocidad.” Así eran las grandes escenas de suplicio del SXVII y parte del SXVIII. Hay un furor en el encarnizamiento, al rededor del crimen y en torno a él. En el siglo SXVII… antes de la revolución francesa, antes de la aparición de la figura de los derechos humanos, antes de aprender a defendernos de nosotros mismos.
Hoy nadie debería permanecer ignorante del enorme papel que la violencia ha desempeñado siempre en nuestra historia. Cualquiera que busque algún tipo de sentido en los relatos del pasado, no puede cerrar los ojos ante los mecanismos que se sofistican y se activan en nuestros días, ni asumir una postura indiferente antes las barbaridades de nuestra vida cotidiana.

¿Ahora en el 2013, después de todos esos aprendizajes, después de tanta historia, qué nos está sucediendo?