El horror nuestro de cada día (XCVIII)

VIDEO DEL FANTASMA QUE LLORA


El horror nuestro de cada día (XCVIII)

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2011, 22:40 pm

Por Froilán Meza Rivera

La escena te marea cuando la ves en la pantalla, porque el camarógrafo estaba temblando cuando la tomó, pero bien pronto se te olvida el vértigo cuando te topas con una cara blanca que no tendría por qué estar en cuadro. Estás viendo una pared de ladrillo, la cámara hace un paneo a la derecha para mostrar el resto de la construcción de la que está muy orgulloso el camarógrafo porque la edificación de esta casa se hizo con los ahorros de toda una vida. Y ¡ahí está, de repente!

La cara blanca aparece sin que haya habido interrupción sobre la misma imagen, sin salto de continuidad. Simplemente es eso, una aparición, y lo que te asombra es la expresión triste de tristeza profunda, la mueca de dolor moral, de dolor del alma, de sufrimiento total, de aquel rostro.

Aunque las imágenes son poco claras y tienen poca definición, y a pesar de que el sonido es horrible y suena como si estuvieras haciendo palomitas en el horno, hay algo en este video que te pone los pelos de punta.

Para empezar, don Pedrito no tendría ni las herramientas tecnológicas, ni el dinero ni la imaginación para falsear la grabación que él mismo hizo la semana antepasada. O sea, que ni pensar en que el video esté trucado.

Es, entonces, lo más auténtico que puedas mirar.

Ya desde el viernes me había invitado mi amigo Chucho a visitar a don Pedro Martínez Márquez en el sector Poniente, y me lo dijo muy sonoramente: “Vas a ver algo que te hará que te cagues en los calzones”. Yo no le hice mucho caso ni me dejé arrastrar allá, porque me sentía muy cansado por todo lo que tuve que pasar durante la semana, así que decidí, sin marcha atrás, que me iba a pasar acostadote desde la noche del viernes y todo el sábado y el domingo.

Ahora estoy aquí, delante de la televisión de don Pedrito, con el alma en un hilo por culpa de algo que ni siquiera es una película de terror, ni un documental, pero sí un testimonio de algo que nunca me habría imaginado.

La cara de la mujer, ese rostro blanco como encalado y esos ojos negros que resaltan sobre la extrema palidez, los labios amoratados y reducidos a casi una línea recta de tan delgados, apuntan a que la joven —porque se ve joven- está muerta.

Pero nada me preparó para lo que vendría en seguida en la pantalla. La mujer abre los labios morados y emite un lloro que al principio le sale leve, como un sollozo, pero que va subiendo, creciendo en volumen y en su tono desgarrado.

“Aaaaaaah”.

“Aaaaaaah”.

“Si viera que yo no la vi cuando tomé la película, licenciado, yo me di cuenta ya cuando saqué la cinta y la puse en el reproductor... ¡qué feo está esto!”, nos dijo el dueño de la casa, desconcertado igual que nosotros, igual que nosotros víctima de un terror que se le metió (se nos metió) hasta lo profundo.

El lamento de la muchacha fantasma no se entiende como si fueran palabras articuladas, sino como aullidos entrecortados que imitan el ritmo de una conversación. Es lo más pavoroso que he escuchado, son gruñidos... ¿ya ven? Ni siquiera puedo definir qué eran, pero de lo que estoy muy seguro es de que esa joven fue martirizada antes de morir, fue obligada a sufrir lo peor que puede sufrir un ser vivo con cuerpo de carne y con alma inmortal. ¿A qué la sometieron? ¿Qué sufrimiento le infligieron a la pobre?

No sé, pero todos los veinte o veinticinco minutos de ese video atroz, los sufrí yo como si el sufrimiento de la infeliz se hubiera depositado en mi ser y compartiera ella su dolor con quienes la vimos y la escuchamos.

¡Ay Dios!