"Cuando eres un adolescente inglés lo normal es emborracharse"

La fama desmesurada llevó a Daniel Radcliffe a entregarse a una vida de juergas. Durante el final de su adolescencia, libró en silencio una batalla contra el alcohol. Hoy, tras confesar su rehabilitación y encontrar novia estable, se enfrenta a su mayor enemigo: Harry Potter.


La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2012, 10:37 am

Ser Daniel Radcliffe, ex-Harry Potter, debe de tener muchas ventajas, aunque, a juzgar por el hombre que custodia su puerta en el hotel neoyorquino donde el actor promociona el thriller gótico La mujer de negro (su primera película lejos del mago de ficción), todo tiene un precio. Y en el mundo de la fama, ese precio significa no poder salir a la calle sin un señor forzudo a tu lado que evite el acoso y derribo de todo tipo de seres: fans, paparazis, adolescentes enamoradas, jubiladas aburridas… “Bueno, pero en Nueva York solo lo necesito en algunos barrios. En otros me dejan tranquilo”, confesará más tarde durante una entrevista en la que la alquimia que envolvía a su personaje se apropiará de su persona. Simpático, coqueto, amable, con la mezcla justa de desparpajo y seriedad, sentarse un rato junto a Radcliffe, de 22 años, es sentir la fuerza de esos hipnóticos ojos azules que tan bien supieron explotar los directores de fotografía de la saga que concluyó el pasado verano. Y en cierto modo también es sentir sobre la piel ese algo llamado carisma, tan difícil de explicar en palabras, pero tan fácil de experimentar cuando se está frente a quien lo exuda.

Nunca hablará mal de Harry Potter. "Todo lo que me ha dado es bueno", ratifica.
Sin duda, ya lo llevaba impreso en su ADN a los 11 años, cuando David Heyman, productor de la primera película basada en el best seller de J. K. Rowling, lo escogió entre los más de 40.000 niños que se presentaron a las audiciones. Harry Potter y Daniel Rad­cliffe han estado unidos durante diez años por ocho películas que convirtieron al actor en multimillonario siendo un crío y hoy mantienen su nombre en el top ten de los jóvenes más ricos de Reino Unido, por delante, incluso, del príncipe Carlos.

La pareja oficializó su divorcio el pasado verano, tras el estreno de la segunda parte de Harry Potter y las reliquias de la muerte. En un gesto casi shakespeariano, Rad­cliffe asesinaba así simbólicamente al padre, ese personaje tan importante para él profesionalmente como traumático personalmente. Aunque raro será cogerle en un renuncio. El actor nunca hablará mal de Harry Potter, el personaje gracias al que, si quisiera, podría pasarse sin trabajar el resto de su vida. “Absolutamente todo lo que me ha dado es bueno”, asegura en la escasa intimidad que puede tener una suite con un publicista en la habitación contigua con la puerta abierta.

Sus esfuerzos por emanciparse del niño mago se radicalizaron en 2009, cuando confesó en público: “Soy ateo”. La frase, pronunciada justo antes del estreno de Harry Potter y el misterio del príncipe, cayó como una losa en Estados Unidos, donde la derecha más recalcitrante, conectada con el mundo de los cristianos evangelistas, siempre había criticado la saga por “anticristiana”. A pesar del pánico entre los publicistas, este desliz confesional no puso en peligro la taquilla de sus películas. Pero tras el relumbrón de los estrenos subyacía una realidad más cruda: la de la fama temprana mal digerida. Hoy admite haberse entregado a una vida de juerga y alcohol sin límite. “El éxito lo pone al alcance de tu mano, y cuando eres tan joven es casi imposible no caer en esa trampa”, confiesa.

El pasado verano, su nombre daba la vuelta al mundo por unas declaraciones hechas en la revista GQ en las que afirmaba que llevaba meses sin beber después de unos años de vicio y perdición alcohólica que no le hicieron feliz y que cortó de forma radical al terminar el rodaje del último Harry Potter. Preguntado al respecto durante este encuentro promocional, Radcliffe no tuvo reparo en hablar sobre una época a la que ha dado portazo. “Todos los adolescentes, famosos o no, descubren el mundo, salen a la calle, curiosean. Una de las consecuencias es que te vas de fiesta y te emborrachas con tus amigos. Y hay mucha presión para que lo hagas. No puedes estar con ellos en un bar y beber agua. A cierta edad, lo normal es emborracharte a muerte, y más en un país como Inglaterra, donde la gente bebe muchísimo”.

Aquí, Radcliffe hace gestos y muecas cómicas imitando un típico momento “amigotes en un bar”. “Si encima tienes dinero para gastar, te invitan a fiestas donde corre el alcohol, está lleno de chicas guapas y eres una estrella de cine; hasta te llegas a creer que quieres vivir esa vida tan tópica de joven famoso algo malote y golfo. Pero la realidad es que yo no soy así, eso no me ha hecho feliz, y tengo que asumir que me siento mucho mejor en la tranquilidad de mi casa, con mi novia [la pintora Rosanne Coker, a quien conoció en 2007 cuando esta ejercía de asistente de producción de Harry Potter y el misterio del príncipe], leyendo y lejos de ese tipo de vida. He entendido lo que me hace daño”.

Nacido en Londres en 1989, hijo de un agente literario y de una directora de casting, Radcliffe comenzó a actuar en el colegio, pero su primer trabajo profesional le llegó a los nueve años. No era buen estudiante y tampoco tenía muchos amigos. Su madre, sabedora de los riesgos de la profesión, trató de impedir que entrara en ese universo, a pesar de que desde los cinco años había expresado su sueño de ser actor. Fue un amigo de la familia quien insistió para que hiciera una audición para el que sería su primer papel, una adaptación televisiva de David Copperfield, de Charles Dickens. Tras una discreta aparición en El sastre de Panamá, con Pierce Brosnan y Geoffrey Rush, quiso presentarse a la audición de Harry Potter, pero su madre no se lo permitió. Sin embargo, la casualidad quiso que David Heyman, productor de la saga fílmica, lo descubriera en un teatro al que había acudido como espectador junto a su padre, que puso todo tipo de prerrogativas. Sabía que encarnar al protagonista de un best seller de tales dimensiones cambiaría la existencia de su hijo para siempre.

"La fama conlleva una responsabilidad social. Yo he optado por asumirla"
Por petición expresa de sus progenitores, todas las películas tuvieron que rodarse en Reino Unido, lejos de la máquina deglutidora de Hollywood. Aún hoy no ha trabajado allí (La mujer de negro también está filmada en Inglaterra). “Tengo la curiosidad lógica por trabajar allí, aunque soy consciente de que es un mundo muy competitivo. Y yo a lo que aspiro es a tener una carrera longeva”. No logra evadir la pregunta en cada entrevista: ¿cómo va a quitarse de encima el sambenito del personaje que le ha dado la gloria? “Creo que es inhumano seguir contestando a ella, porque es imposible hacerlo de forma natural. Por otro lado, sé que si quiero que la gente vaya a ver mis nuevas películas, tendré que seguir contestando a esta pregunta. Y lo único que te puedo decir es que mi objetivo es trabajar duro para demostrar que un papel no tiene que marcarte para siempre, y así, quizá, otros niños actores no tendrán que volver a responderla”.

Él quiso despacharla en 2007, con su radical incursión teatral en el West End londinense. En la adaptación de Equus, donde aún contaba 17 años, se presentaba con un desnudo frontal, fumando sin parar y ofreciendo una imagen de joven torturado, a años luz del niño mago. En su afán por desmarcarse, ha fichado para hacer de Allen Ginsberg en la cinta independiente Kill your darlings. El poeta era homosexual, fumaba porros y durante años fue un seguidor del dios Krishna, un ejemplo a no seguir para los detractores de Radcliffe, que ahora tendrán más carnaza para echarle a las fieras.

¿Si me siento culpable por mis ingresos? No los merezco. En esta industria se pagan cantidades absurdas.

Su fortuna actual, estimada en 37 millones de euros, le permitiría tranquilamente dirigir y producirse una película. Pero de momento prefiere utilizar la magia del dinero para invertir en propiedades en todo el mundo y en proyectos solidarios como The Trevor Project, dedicado a evitar el suicidio de adolescentes homosexuales que luchan contra la presión social. “Si alguien me preguntara si siento culpabilidad por mis ingresos, le diría que no me los merezco. Pero trabajo en una industria que paga cantidades absurdas. El dinero te cambia la vida porque te da la posibilidad de elegir. Pero cuando tienes un nombre público tienes una responsabilidad social, y yo he optado por asumirla”. Ha financiado otras iniciativas solidarias relacionadas con niños huérfanos, enfermos de sida y víctimas del Holocausto. Al preguntarle, confiesa que también habría donado dinero a Ocupa Wall Street, “pero no me había enterado de que aceptaban donaciones”.