Baltimore y el sistema del enriquecimiento

**Algún día tendrá que hacerse un recuento, aunque sea aproximado, de los miles de millones de víctimas causadas por el espantoso sistema del enriquecimiento.


Baltimore y el sistema del enriquecimiento

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2015, 21:39 pm

Por Omar Carreón Abud

Los motines de Baltimore en la última semana de abril cimbraron a todo Estados Unidos. Nuevamente unos policías eran los presuntos homicidas de un joven negro, Freddie Gray, que había sido detenido arbitrariamente y tratado de manera tal que había resultado muerto el 19 de abril anterior mientras estaba a cargo de los guardianes del orden. La gente, harta del maltrato oficial, salió a la calle, causó daños, incendios y protagonizó saqueos de almacenes comerciales, colmada su paciencia de que en Baltimore, estado de Maryland, a unos 70 kilómetros de Washington, los muchachos de color tengan 21 veces más probabilidades de resultar muertos a manos de la policía que en todo el territorio nacional. What´s going on?, ¿no era la economía capitalista, con la mejor expresión de ella en los Estados Unidos de Norteamérica, el American way of life, vaya, la mejor forma de pasar la existencia? ¿no era el mundo del capital el último peldaño en la escala ascendente de la evolución humana?

Baltimore sigue los pasos de otra famosa ciudad de Estados Unidos: Detroit, y nos recuerda brutalmente que las grandes urbes modernas con todo su esplendor, encanto y magnetismo, son simple y sencillamente, resultado de la concentración del capital, o sea, de los medios de producción, de la fuerza de trabajo y de las inmensas masas de compradores que hacen posible la economía de la máxima ganancia y que, como efecto y consecuencia necesaria suya, cuando el capital no encuentra las condiciones favorables para su existencia y crecimiento, se retira a otras oportunidades y latitudes y deja a los proletarios y sus familias abandonados a su suerte.

En 1950, Baltimore era la sexta ciudad más grande de Estados Unidos y ahí vivían 950,000 personas, era una urbe moderna y próspera en la que había una gran planta acerera e importantes astilleros, había muchos empleos en fábricas de textiles y en la producción de automóviles. La industria del acero llegó a Baltimore en 1893 con la instalación de una fundidora y un astillero por parte de la empresa Pennsylvania Steel Company, alcanzó el dominio casi total de la economía de la región en 1916 con la adquisición de la Bethlehem Steel Company y durante muchos años, la empresa acerera instalada en la zona conocida como Sparrow’s Point, marcó la forma y la esencia del crecimiento de Baltimore.

Al término de la Segunda Guerra Mundial y, como consecuencia de la devastación de Europa y la Unión Soviética, la producción norteamericana de acero se duplicó entre 1945 y 1960, Estados Unidos llegó a producir el 60 por ciento del consumo mundial de acero. Se levantó un inmenso y poderoso monopolio –o casi- pero que, como todos los monopolios que en el pecado llevan la penitencia, los negocios acereros de Estados Unidos y particularmente los de Baltimore, no se actualizaron, no mejoraron su productividad y, para seguir vendiendo con los altos costos de producción que les ocasionaban los viejos procedimientos, recurrieron al fácil y barato (para ellos) recurso del proteccionismo gubernamental para enfrentar “la competencia desleal” de otros países.

Pero curiosamente el que era en apariencia un imbatible monopolio acerero vino a ser herido de muerte, no por la competencia extranjera “desleal”, sino por la aparición de nuevos materiales tales como el aluminio, el plástico y otros que cumplían los mismos propósitos pero eran más baratos y efectivos. La primera amenaza seria le llegó, no de China ni de otros puntos del orbe, sino de una empresa norteamericana ubicada en Richmond, Virginia, que empezó a producir latas de aluminio y a conquistar un mercado que hasta entonces monopolizaba la empresa ubicada en Sparrows point en Baltimore. A finales de los años 50, la empresa Bethlehem Steel tenía 35 mil empleados en la zona de Baltimore, para 2012, al cierre de la última razón social con la que operó, la RG Steel, ya no había ninguno. Era el fin de la máxima ganancia y, consecuentemente, comenzaba el fin de Baltimore como modelo de la prosperidad norteamericana, como centro de empleo y de buenos salarios, el capital se retiraba en busca de nuevas oportunidades tomando sus muy privadas decisiones.

Los negros del sur empezaron a llegar a Baltimore a fines del siglo XIX y principios del XX, llegaron atraídos por la esperanza de un salario digno y algunas prestaciones y se quedaron definitivamente porque durante mucho tiempo se pensó que los grandes y peligrosos hornos de la empresa acerera sólo podían ser operados con trabajadores de este origen racial, que ningún otro inmigrante resistiría la altas temperaturas y el gran desgaste físico que requería la labor, más aún, que ningún otro tendría tanta necesidad como ellos de enfrentar los peligros de los inmesos hornos abiertos.

Actualmente, en Baltimore, el 63 por ciento de la población es negra. Ahora que el gran negocio se ha ido, la clase trabajadora afroamericana es la que sufre las más graves consecuencias: el ingreso anual promedio del estado de Maryland es de 73,538 dólares, el ingreso anual promedio de los blancos de Baltimore, 60,550 dólares y el de los negros de esta ciudad, 30,610 dólares, una diferencia en el ingreso promedio de 3,577 dólares cada mes. La inconformidad, la rabia social de la última semana de abril tiene sus causas.

En la ciudad de Baltimore, el 24 por ciento de la población vive bajo la línea de pobreza, aunque, tratándose de los niños, el 35 por ciento vive bajo esta espantosa línea y, en el estado de Maryland en su conjunto, sólo el 9.8 por ciento de la población está bajo la línea de la pobreza; una familia de tres de Baltimore tiene que sobrevivir con 386 dólares a la semana, la esperanza de vida en algunos barrios negros pobres, apenas llega a 63 años (en nuestro país la esperanza de vida es de poco más de 77 años); los jóvenes negros de Baltimore, de entre 20 y 24 años, sufren una desocupación del 37 por ciento, mientras que los jóvenes blancos de la misma edad sólo padecen una desocupación de apenas un 10 por ciento; el valor promedio de la vivienda familiar en Maryland es de 292,700 dólares, en Baltimore, apenas llega a 157,900 dólares; la ciudad tiene 16,000 inmuebles vacíos, pero hay barrios más abandonados, como Sandtown-Winchester y Harlem Park que forman la zona en la que vivía el joven negro recientemente asesinado, en los que el 25 por ciento de los inmuebles está abandonado y, por si hicieran falta algnos números más para acabar de esbozar la dramática situación de los proletarios de Baltimore, debe decirse que la ciudad es una de las seis más peligrosas de Estados Unidos, que hay 600 robos violentos por cada 100 mil habitantes, mientras que el promedio nacional es de 110, que hay 37 asesinatos por cada 100 mil habitantes, mientras que el promedio nacional es de 4.5 y que, como consecuencia esperada, la tercera parte de la población de los penales del estado de Maryland es originaria de Baltimore. La ciudad abandonada por el capital es, pues, pobreza, desempleo, deserción escolar, embarazos juveniles, alcoholismo, drogadicción, pandillerismo y violencia, es desesperanza.

Los sucesos de Baltimore no se explican, pues, solamente como una consecuencia de la discriminación racial, es más, la discriminación racial, ha sido siempre y en todas partes, una discriminación de clase, una forma salvaje de explotación. Los motines de Baltimore son la continuación de las sucedidas en meses recientes en Ferguson, muy cerca de San Luis Misouri, Nueva York, Seattle, Chicago, Cleveland, Indianapolis y Washington. Las grandes fortunas amasadas en el mundo son resultado del tiempo de trabajo no pagado a enormes masas de seres humanos a quienes se les compra su energía solamente mientras producen riqueza para una minoría privilegiada pero que, cuando las condiciones no les favorecen, la minoría ya no “da trabajo”, ya no “fomenta el progreso” y, sin tardanza y sin misericordia, recoge su capital y lo lleva a otra parte buscando siempre la máxima ganancia, así funciona en todo el mundo el sistema del enriquecimiento. Ahora trasciende que el capital ya tiene un novísimo descubrimiento que empieza a aplicarse en otra ciudad industrial (¿por cuánto tiempo?) en Liverpool, Inglaterra: los contratos ¡por cero horas! sí, leyó usted bien, por ¡cero horas! que son aquellos en los que el trabajador debe estar disponible las 24 horas todos los días de la semana -con una cláusula que les impide tener otro empleo- para ser llamados en el momento en que el patrón los requiera y por el lapso de tiempo que se requiera; los obreros ignoran cuánto tiempo van a trabajar y cuánto van a ganar. De locos ¿no? Algún día tendrá que hacerse, como en el caso de las muertes de la Segunda Guerra Mundial, un recuento, aunque sea aproximado, de los miles de millones de víctimas causadas por el espantoso sistema del enriquecimiento.