El nuevo boom latinoamericano: las escritoras marcan el rumbo

**Encabezan los rankings de ventas y sus libros son leídos y premiados en el mundo. La mayoría rechaza la etiqueta, pero coincide en que las mujeres pisan fuerte en el universo literario.


El nuevo boom latinoamericano: las escritoras marcan el rumbo

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2021, 12:36 pm

Fabiana Scherer/
La Nación

“En un documental sobre el famoso boom latinoamericano, el de los varones, la periodista argentina Leila Guerriero, una de las grandes representantes de la crónica en nuestro país (y sin duda integrante de este fenómeno de autoras hoy reconocidas), calificó ese movimiento como un boom de testosterona. Siguiendo esa línea, ¿podemos hablar de un boom de progesterona? Tal vez”, pregunta Gabriel Saidon, la autora de La Reina.

Cuando en 2017, la escritora argentina Samanta Schweblin por su obra Distancia de rescate se transformó en finalista del Booker Man Internacional, uno de los premios anglosajones más importantes, puso en el centro de la escena a la literatura latinoamericana. Desde ese entonces, con mayor énfasis medios como The New York Times o The Guardian centraron su mirada en diferentes autoras. Este año, el prestigioso galardón tiene en sus filas a la también argentina Mariana Enríquez (al cierre de esta edición se desconocía el dictamen) por el libro de cuentos Los peligros de fumar en la cama. Estos merecidos reconocimientos trazó un paralelismo con el ya conocido boom latinoamericano, que surgió entre los años 1960 y 1970, por su repercusión en el mercado internacional, a la vez que generó una revisión de las voces femeninas que no entraron en aquel selecto club y hoy se debate la etiqueta de nuevo boom latinoamericano femenino. La mexicana Fernanda Melchor, autora de la celebrada Temporada de huracanes no sabe si es un boom como tal, pero cree definitivamente que hoy en día existe un enorme interés por las voces femeninas, por las historias contadas por mujeres, “un interés que yo calificaría de voraz –describe−. Las editoriales quieren publicar mujeres, y los lectores quieren leerlas. Hay un interés genuino de acercamiento hacia estas voces. Pero no sé si realmente podemos hablar de un boom femenino, porque ello implicaría comparar la situación actual con un fenómeno literario ocurrido hace más de medio siglo. Si tomamos en cuenta que en la actualidad asistimos a una conjunción espectacular de escritoras provenientes de diferentes países y generaciones, produciendo obras de calidad notable y con repercusión internacional, sí, podríamos decir que se trata de un fenómeno similar. Pero también hay varias diferencias: las escritoras actuales, por ejemplo, no sólo privilegian la novela como vehículo expresivo: hay también cuentistas, ensayistas, cronistas. Y si bien sí hay una cierta conjunción política que deriva hacia el feminismo y la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, no hay como tal una unidad de miradas políticas y estéticas como sí la había en los años sesenta entre los señores del boom”.

Los riesgos de enmarcar en una etiqueta lo que sucede en el universo literario despierta debates y análisis como el propone la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero (Pelea de gallos, Sacrificios humanos), quien no duda en que le parece “tremendamente injusto comparar lo que está pasando ahora con ese fenómeno de marketing editorial (en el que no necesariamente primaba el valor de las obras, sino otra cosa: crear una imagen de América Latina que fuera vendible) que fue el llamado boom latinoamericano. Primero, porque durante ese boom había muchas mujeres que escribían extraordinariamente bien y a las que las luminarias de ese momento, ya sabes, las mesas de novedades, las páginas enteras en suplementos literarios, la expectativa eligieron dejar en la sombra. En esa oscuridad deliberada quedaron portentos de la literatura que ya tenían una obra sólida, como Alicia Yánez Cossío, Clarice Lispector, Elena Garro, Rosario Castellano, María Luisa Bombal, Nélida Piñón y un montón de escritoras más. Lo que quiero decir es que llamar a esta generación de escritoras el nuevo boom implicaría olvidar que hubo un explícito deseo de borrar a las mujeres de aquel boom famoso. Otra cosa que me perturba de esa categorización es que pone el foco en algo equivocado, nuestro sexo, y le da al asunto un toque revanchista que nadie busca. Lo que sí creo que todas queremos es no permitir que se olvide nunca más que detrás de nosotras hubo decenas de mujeres a las que se excluyó de todos los movimientos latinoamericanos premeditadamente y sin inocencia ninguna. El que las mujeres escriban, y escriban bien, no debería generar perplejidad. Lo que sí debía haberla generado es que en un movimiento continental como el boom no se mencionara una sola escritora”.

En este sentido, Denise Kripper, editora de traducciones de Latin American Literature Today, reconoce que esta es “una oportunidad valiosa justamente para poder hacer una lectura retrospectiva del boom de los años 60 y 70 y rescatar figuras de escritoras que no gozaron de la misma visibilidad que sus colegas hombres –detalla, además de destacar la importancia de las traducciones para el alcance universal de las obras−. Las autoras latinoamericanas han tenido mucha resonancia a nivel internacional, en especial en el mundo anglosajón. En el caso específico de los Estados Unidos, creo que tiene que ver con un fenómeno más amplio, podríamos decir un boom de la traducción en general. En los últimos años se han creado nuevos programas académicos, editoriales independientes y revistas de difusión dedicadas a la traducción literaria, entre las que se encuentra Latin American Literature Today, que se publica íntegramente de manera bilingüe. En este contexto, me parece fundamental destacar el rol de los traductores, y en este caso en particular de las traductoras, y el trabajo incansable que hacen abogando por la publicación y circulación de literatura latinoamericana de calidad escrita por mujeres. Es gracias a traductoras como Sarah Booker, Lisa Dillman y Megan McDowell, por ejemplo, que hemos tenido la oportunidad de compartir el trabajo de autoras como Cristina Rivera Garza, Pilar Quintana, Mariana Enríquez y tantas otras”.

Justamente, la traducción de Las aventuras de la China Iron le valió a Gabriela Cabezón Cámara ser finalista del Premio Internacional Man Booker y que The New York Times ya había destacado en 2017 (año de su publicación) como uno de los mejores libros de ficción iberoamericana. “Hace poco volvió a circular una nota de la revista Gente de 1992 titulada «…Y mañana serán Borges» sobre la entonces joven literatura argentina, y de doce autores solo una era mujer –comenta la autora de la también magistral La Virgen cabeza−. Sí me doy cuenta de que, a diferencia de otros momentos históricos no muy lejanos a las mujeres, nos editan y nos leen mucho más que antes. Pero, me parece, la sorpresa que esto genera habla de una situación previa de enorme disparidad. Una situación curiosa, porque las mujeres escribimos siempre. Creo que, en este contexto de mayor paridad en el acceso a la edición, no es asombroso que muchas autoras destaquen. En este momento, hace muy poquito, está pasando que suenan fuerte muchas autoras latinoamericanas. Hay autoras enormes escribiendo y publicando. Respecto de si es un boom, sería cauta: el boom fue un fenómeno de mercado, creado por una agente de mente brillante que supo encontrar y juntar a algunos de los muchos escritores sobresalientes de su época. Y dejar a otros, tan o más sobresalientes, como Reinaldo Arenas y Elena Garro, por nombrar apenas dos, afuera. Ahora no hay una agencia o una editorial que esté armando de un modo u otro el fenómeno”.

La mexicana Guadalupe Nettel celebrada por La hija única y ganadora del Premio Herralde de novela con Después del invierno, toma la posta del pensamiento de Gabriela Cabezón Cámara para marcar la diferencia con aquél boom de testosterona. “Este ha sido un fenómeno más natural. Este boom femenino se ha gestado solo. Nadie se propuso hacer un fenómeno comercial con nosotras. Por un lado, se trata de un triunfo de las luchas feministas que han desmontado el prejuicio de que las mujeres no somos interesantes. Gracias a ellas y a los lectores, tanto la crítica como la academia se interesan ahora por lo que escribimos. Por otro lado, se trata de un cambio de paradigma estético. Si te fijas –puntualiza−, las novelas del siglo XX en América Latina hablaban sobre políticos, sobre militares, sobre dictaduras, sobre construcción de países y extractivismo de la naturaleza. Muchas eran novelas históricas o sagas familiares construidas alrededor de un hombre. Había una abundancia de personajes claramente patriarcales (Cortázar en eso fue una excepción). Esos eran los gustos de la época. En cambio, la literatura del siglo XXI es mucho más intimista, más volcada a la vida cotidiana, a la introspección y a las fantasías de terror, géneros que siempre han interesado a las mujeres y en el que las mujeres han sido campeonas”.

Desde Madrid, el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, considera que hoy transitamos por un camino de visibilización que “las madres y las abuelas literarias de las escritoras actuales no tuvieron, es decir, el canon del siglo XX es un canon parcial, invisibilizador, que ha silenciado una mitad de la escritura y la creación. Esas madres, esas abuelas han estado creando, escribiendo y no desde la marginalidad y la periferia, han sido escritoras que han estado perfectamente asentadas en un papel y en un rol social cultural e intelectual de su época. Me parece crucial reivindicar ese cauce continuo que ha habido entre las escritoras latinoamericanas a lo largo del siglo XX y en este primer tercio del siglo XXI”.

Al igual que Nettel y siguiendo la línea de Casamayor, la ecuatoriana Mónica Ojeda se aleja del termino boom porque “no corresponde con lo que estamos viviendo hoy por hoy –sentencia la autora de Las voladoras, Nefando y Mandíbula, entre otras obras−. Me parece mucho más interesante y fructífero que hablemos de cómo se ha abierto más el campo temático, los formatos escriturales y los puntos de vista en la escritura, y de cómo ha cambiado la recepción lectora, al punto de que ya la gente no se acerca con recelo a las obras escritas por mujeres. No es una novedad que haya mujeres escribiendo obras de calidad en Latinoamérica, esto ha sido así siempre: lo que pasa es que antes la gente no se acercaba a sus trabajos, los editores no las editaban, la crítica no estudiaba sus obras, la historia de la literatura no las recogía. Me parece que, más que de un fenómeno escritural, de lo que deberíamos hablar es de un fenómeno de recepción lectora. Y eso se lo debemos mucho a los feminismos, claro”.

En la cocina editorial hay coincidencia, y por eso se animan a asegurar que desde hace unos años la literatura latinoamericana se destaca no solo por la calidad de sus escritores y escritoras, también por los temas que se abordan, tal como ejemplifica Glenda Vieites, directora de la División Literaria Penguin Random House: “Desde la ficción o algunos géneros híbridos que van surgiendo naturalmente, describen inevitablemente las realidades que viven los pueblos latinos. Entonces, en un territorio donde hay pobreza, narcotráfico, femicidios, contaminación por el agronegocio y todavía se discute el aborto como si no fuera cuestión de salud pública, a la literatura como arte no le queda otra alternativa que reflejarlo. El interés creo que tiene que ver con la visibilidad que cobraron en los últimos años situaciones injustas que vivimos las mujeres a diario y estaban totalmente naturalizadas. La literatura hoy no es nada tradicional ni convencional, por suerte. Está en plena transformación, de la mano de la diversidad y de los multiformatos que nos obligan a ser cada vez más creativos”.

Cuando en mayo de 2019 Dolores Reyes publicó Cometierra, no imaginó el impacto de su primera novela en el mercado local y la rápida apertura al mundo en traducciones al inglés, francés, italiano, griego o turco. “Me sorprendieron mucho las traducciones de los países nórdicos –reconoce la autora−, de los que están en proceso las traducciones al sueco, al danés y al noruego. Fue maravilloso pensar que un universo tan lejano se acercara al mundo periférico que plantea mi novela, en donde una chica descubre la suerte de los cuerpos de mujeres desaparecidas comiendo la tierra que habitaron. Que las visiones la lleven desde la tierra hasta esos cuerpos que nos faltan siempre me pareció algo muy latinoamericano como para preguntarme qué es lo que leerán estos nuevos lectores tan remotos –analiza−. Si en la actualidad hay un boom latinoamericano en femenino, deseo que sea lo suficientemente fuerte para borrar los mecanismos que nos excluyeron durante años, para que ahora entremos las mujeres, las travas, las lesbianas y disidencias, autoras que abordan en su escritura un abanico que va desde ficcionalizar problemas sociales que están en carne viva hasta materiales absolutamente alejados de esos elementos identificables, la pura invención”.

“Ya era hora, ¿no? –dispara sin anestesia María Fernanda Ampuero–. Las mujeres, y hasta me resulta ridículo tener que decirlo, somos la mitad de la población y escribimos desde hace cincuenta siglos, desde Enheduanna, lo que pasa es que el patriarcado lo controló todo, empezando por la voz que debía escucharse, hasta hace muy muy poco. Los movimientos globales de mujeres, tanto en el campo como en las ciudades, en las calles y en las redes sociales, han hecho sino imposible al menos muy difícil mantenernos en la sombra como ha ocurrido durante siglos. A la prensa debería avergonzarle hacer tanta alharaca de que las mujeres escriban y ganen premios porque suena primero condescendiente y luego como algo pasajero: «Vaya, hablemos de esta moda de que las mujeres escriban». Lo que se debería hacer más bien es autopreguntarse por qué durante años y años no generamos ningún interés, por qué ningún periodista cultural −¿tal vez porque todos eran hombres?− pensó jamás en hacer una reseña sobre, qué se yo, la obra de María Luisa Bombal, Armonía Somers, Amparo Dávila, Elena Garro o Ileana Espinel”.

La periodista y escritora Gabriela Saidon (finalista en uno de los premios de la Semana Negra de Gijón de este año) considera que estamos frente a una suerte de revisionismo de género. “Siempre estuvimos, ahora nos ven –puntualiza−. Creo que no hay día en el que no salga a la luz una autora del pasado que no conocíamos. También hay que tener en cuenta que la mayoría de las personas que leen son mujeres, y si antes todas leíamos a los hombres, ahora esa movida también determina que nosotras elijamos leernos y en esto también comienzan a eliminarse, aunque falta recorrer otro largo camino, prejuicios en cuanto a identidades de género, como lesbianas o mujeres trans, por ejemplo, y no solo mujeres cis. Pero también los modos de circulación en ferias feministas o de editoriales independientes, o en redes y distintos soportes digitales que abren nuevas posibilidades, ayudan a los consumos, ofertas y demandas de mayor horizontalidad. Ya no es solo la autora de renombre, sino una especie de vuelta al fogón o al aquelarre donde nos alegramos por nosotras, pero también cuando publican las otras”

Y a este aquelarre se suma Camila Sosa Villada, la cordobesa que con Las malas logró el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. “Diré que sí, que es un boom, que en todo el mundo se lee literatura escrita por mujeres y travestis que escriben en el peor de los contextos, que existen nuevos nombres, que tienen tetas o sueñan con tenerlas. Premiadas, distinguidas, siempre en boca de los galardones más prestigiosos, los eventos más importantes y así. Diré también que en las librerías algunos nombres brillan y atraen curiosidad, porque no solo se presta atención a lo que escriben las mujeres y las travestis, también a cómo se las edita, entrevista, en fin, cómo miran a esas escritoras. Algo de lo terrible y feroz de ser latinas hizo algo en la escritura, una especie de tajo en las páginas, que por otra parte es absolutamente merecido –reflexiona la actriz y escritora transgénero−. Mira, como yo soy un poco ignorante respecto de convencionalismos y la sustancia que está por fuera del mero hecho de contar, te digo lo que yo sí puedo entender: no es lo mismo escribir desde un rincón, entre que sobrevivís y te enfermás, entre que el mundo es peligroso por los hombres, no es lo mismo escribir desde un cuerpo donde la literatura se gestó a la par del miedo, del conocimiento de un riesgo. Ser travesti o ser mujer y escritora lleva enganchado un riesgo que los hombres no conocen. Salvo los homosexuales, pensaba en [Pedro] Lemebel, claro, ese peligro, compartido entre mujeres, travestis y maricas que se ponen a escribir. Imaginate todo el mundo que hay en esas miradas, que lo ven desde atrás, desde afuera, por entre las ramas, desde el aislamiento. Ese es el mundo que se escribe y que pareciera haber sido ignorado por todos los que leen. Y ahora lo descubren al alcance de una librería”.

Lo que no puede ignorarse es que acompañado por campañas de marketing, por premios y traducciones podemos decir que “también es un fenómeno de ventas –enfatiza Paola Lucantis, editora de Tusquets Argentina–. No quisiera usar la etiqueta ni de boom ni de femenino. La primera, porque sería algo excepcional y transitorio, y la segunda, porque no creo que exista una literatura que pueda ampararse bajo el paraguas de lo femenino. Y porque no sé qué sería lo femenino. El trabajo de las autoras se viene dando hace muchos años. La calidad es la misma, se mantiene y crece. Lo que cambia es la visibilidad. Sí creo que está acompañado de un fenómeno de ventas. Porque quizás haya que pensar que, en paralelo a la visibilidad de muchas escritoras, aparecen también muchas lectoras. Y lectores, por supuesto. Es un buen momento para la literatura latinoamericana, que coincide con un contexto histórico, social, reivindicativo y de transformación sobre muchas desigualdades. Esto incluye la visibilización de las mujeres en todos los ámbitos y el mercado editorial no está exento”.

Desde su trabajo diario, Nicole Witt, la agente literaria de la alemana MertinWitt, confirma que la literatura escrita por mujeres es la más buscada en estos momentos. “Lo afirmo desde nuestras conversaciones con scouts, co-agentes, traductores y editores nacionales e internacionales. ¿Por qué? El papel de la mujer ha cambiado radicalmente desde la época del boom protagonizado por García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar: la mujer está mucho más presente en la sociedad y en la conciencia de todos nosotros. No en vano se están fundando cada vez más editoriales o sellos por mujeres exclusivamente dedicados a publicar obras de autoras, en las últimas semanas tuvimos dos ejemplos en Francia (Dalva) y en Alemania (Ecco)”.

Maribel Luque, directora literaria de la agencia Carmen Balcells, considera que este boom no es exclusivamente latinoamericano. “Al lado de autoras como Schweblin, Enríquez, Brenda Lozano, Ojeda o Melchor, nos encontramos con voces españolas no menos potentes como las de Sara Mesa, Andrea Abreu, Elena Medel, Txani Rodríguez, Eva Baltasar, Irene Solà o Maria Climent. Diría que podemos hablar de un boom femenino, feminista, no adscripto territorialmente sino en expansión por todo el mundo y la literatura se hace eco de eso en todos los idiomas. Y, por supuesto, las editoriales dan cabida a todas estas escritoras en sus catálogos porque la sociedad está reclamando cada vez más esta presencia femenina”.

A la hora de pensar acerca de este nuevo interés del mercado editorial, la colombiana Margarita García Robayo, autora de Tiempo muerto y Cosas peores supone que “tiene que ver con esa corrección política tan de moda en los últimos años: hay que tener una lista de escritoras para sentar una postura, para no quedarse afuera. No me parece un crimen, pero como toda lista sí me parece una simplificación –sentencia−. Las escritoras latinoamericanas contemporáneas no se autogeneraron como esporas, vienen de distintas y abundantes tradiciones. Quiero decir que el nuevo interés es bienvenido, claro, pero no deja de incomodarme que sea tan nuevo”.

Uno de los puntos llamativos y que sostiene Denise Kripper es que a la crítica “todavía le cuesta aproximarse a estas obras sin interrogarlas desde la condición de mujer de sus autoras”. Lo que bien lleva a que Gabriela Cabezón Cámara pregunté: “¿Por qué? ¿Por qué tanta sorpresa, tanta mesa-debate, tanto conversatorio sobre esta cuestión de que las mujeres también escribimos y también somos leídas? Pero la sorpresa que despierta que haya interés por lo que escribimos las mujeres, me parece, habla de un estado anterior de las cosas muy curioso: evidentemente, se suponía que las mujeres no éramos parte, o éramos una parte ínfima, de la institución literatura. Hay una cuestión histórica, un acceso menos difícil a mundos que antes nos estaban vedados: sí, las mujeres escribimos. Me parece que va siendo tiempo de sorprenderse menos y empezar a aceptar que la buena literatura no depende del género de su autor/a/e”.

La crítica cultural y escritora argentina María Moreno destaca en este análisis las “alianzas de mujeres y trans que incluye tanto escritoras como editoras, académicas como activistas, que han aprovechado las nuevas tecnologías para mantener el continuum literario y, por supuesto, sus lectoras. Ya no se podía ignorar lo que era bien visible. Gran parte de las propuestas más audaces y disruptivas en el campo literario estaban escritas por mujeres y trans. Basta leer la vuelta de tuerca al Martín Fierro que hace Cabezón Cámara o el realismo mágico trans de Camila Sosa Villada –ejemplifica−. Importan también unas militancias feministas que utilizan en sus movilizaciones la performance y la literatura, la existencia de una crítica como la que se despliega en Historia feminista de la literatura argentina (editado por Laura Arnés, Nora Domínguez y María José Punte, cuyo primer tomo, En la intemperie, acaba de aparecer)”.

Esta literatura femenina que funcionaba como una especie de categoría comercial, “solo dejaba en evidencia la profundidad del prejuicio con el que tenían que lidiar las mujeres que escribían y del que todos, en mayor o menor medida, participábamos –profundiza Maximiliano Papandrea, director de la Editorial Sigilo−. Hoy los editores somos menos miopes”.

El movimiento feminista permitió que las editoriales mostrarán mayor interés, de eso no hay duda y en este punto se detiene Tamara Tenenbaum (El fin del amor y Todas nuestras maldiciones): “Sobre todo en esto de salir a buscar esas voces, que ya estaban, lo que generó también más interés de los medios para reseñar, y en la literatura institucionalizada que son los festivales. Igual, creo que vale la pena decir que los lectores acompañan. Hoy en los rankings de ventas vas a ver más a mujeres que a varones, que funcionen o no funcionen, que se lean y reseñen, tiene que ver con su calidad. Si no hay algo auténtico, no se logra”.

Como si se tratara de una gran bola de nieve, la escritora Virginia Higa (Los sorrentinos) destaca que claramente estamos frente a “un fenómeno que también involucra a las editoriales, en muchos casos las pequeñas y medianas, que publican primeras obras de autoras. Una bola de nieve de efecto positivo que hay que celebrar”. Y que la uruguaya Vera Giaconi (Seres queridos) abraza como un gran futuro para las chicas que hoy están empezando a escribir “porque está lleno de nombres, rescatados y nuevos, y de gran compañía. En eso quizá pueda rescatar el concepto de boom para hablar de este nuevo escenario, como si fuera un estallido que derrumbó viejos espacios para ampliar territorio”. Mirada que comparte la peruana Katya Adaui (en julio publicará Geografía de la oscuridad) al decir: “Tuvimos que desprejuiciarnos nosotras también de algo que habíamos interiorizado: solo ellos publicaban. Aún sigue siendo muy difícil que los libros viajen, pero entre autoras y editoras hay una red solidaria. Decimos sus nombres, las buscamos, las leemos y recomendamos”.

Como todo boom, Ariana Harwicz (Matate, amor, La débil mental y Degenerado) reconoce los efectos positivos, pero también los negativos que conlleva toda moda. “Hablar de boom latinoamericano femenino tiene el peso de ser una etiqueta, encerrada en una entidad que termina limitándola. Y con eso hay que tener cuidado”. Es hora de dejar de ver esta situación “como un fenómeno anómalo –afirma Camila Fabbri, elegida este año como una de las mejores narradoras en español sub 35 por la revista inglesa Granta−. Seguir mirando el llamado boom con ojos de infrecuente, extraño o singular es lo que nos sigue condicionando”.

El nuevo interés no es filantrópico, según Lucantis. “Está estimulado por la repercusión que estas escritoras tienen en los y las lectoras que han sabido conquistar. Se venden sus libros. Hay un negocio. El mercado editorial también debe hacer un mea culpa y ampliar su mirada. En algunos casos será por conveniencia y en otros por convicción. Lo cierto es que las escritoras latinoamericanas se merecen cada una de esas traducciones y premios. Y si les toca ser las voceras de una estética y un momento político latinoamericano, bienvenido. Si el éxito de las mujeres fuera natural en el imaginario de la sociedad, nunca hablaríamos de ello. Y etiquetarlo o señalarlo, lo hace marginal y emergente por su excepcionalidad. Sería más justo pensar en qué lugar y por quiénes quedaron relegadas algunas autoras, y también autores y sus literaturas, en un mercado que es parte de un mundo y de un sistema con múltiples capas de desigualdad. No solo entre hombres y mujeres”.