¿Y yo qué sé de beisbol? o Introducción a un gigantesco experimento social

**... acá se mantiene la esencia de la competencia sana del deporte, sin cantinas, sin balazos, sin pandillas, sin asaltos... una especie de respiro de esa convulsa realidad que nos rodea.


¿Y yo qué sé de beisbol? o Introducción a un gigantesco experimento social

Nadia Sosa
Febrero de 2016, 18:20 pm

Texto: Nadia Sosa Vázquez/ Fotos: Sugeyry Gándara

Tecomatlán, Pue.- Hay un refrán mexicano muy socorrido para situaciones en las que una persona es prejuiciada por lo aparente, “crea fama y échate a dormir”, se usa mucho en la vida diaria, pero posiblemente cuándo más comprobable es esto, la tendencia que tenemos a juzgar a las personas por la fachada – dicen también que un libro no es por su portada -, es cuando viajamos fuera del lugar de origen, por ejemplo: si la persona viene de Jalisco la gente puede esperar varias cosas, que como regla sepa de tequila y que tenga por tanto un grado aceptable y mínimo de alcohólico; si es del D.F., a fuerzas que hable cantadito y sean vulgares como los pintan el grueso de los cómicos mexicanos, en la televisión sobre todo; si de Guerrero, prietito y mover la panza encuerado cada que salen a la calle como retratan las típicas películas mexicanas de los 70’s y 80’s, por ejemplo, o en el extremo de los casos y últimamente, guerrilleros; de Sinaloa y también en el extremo del caso como lo refieren un sinfín de los llamados narco corridos, narco, lo más amable, que coma muchos mariscos y tome cerveza a lo bruto, que nomás se la pase de fiesta; en mi caso, si eres de Chihuahua, te esperan grandote, bien gritón, que hables golpeado y que marques mucho la “ch”, que tu dieta sea exclusivamente de carne de vaca y burritos, que huelas a tortillas de harina y queso menonita, pero también, como nos saturan los noticieros cada tanto, que como en Sinaloa, seas narco o mates a un cristiano en cada calle. Pues a mí me acaba de pasar.

No soy ni grandota, no puedo ver la carne roja y no huelo a tortillas o a queso, y definitivamente no pienso matar a nadie, pero bien dicen, “crea fama, y échate a dormir”; estuve toda la semana en un lugar que se llama Tecomatlán, es un pueblo chiquito que está en Puebla, y fui para hacer trabajo de reportera sobre una competencia que llaman Espartaqueadas, este año es deportivo, se turnan uno y uno cultural y otro deportivo, esta es la edición décimo octava y llevan más de treinta años haciéndolo, y donde acomoda el refrán, perfecto, es en que todos con los que hablé esperaban que fuera una experta en béisbol, pero fui una decepción para ellos porque yo soy reportera de calle y de procesos electorales, básicamente, no tengo idea de lo que es el béisbol.

De deportes sé, en lo personal y en el oficio, prácticamente nada, yo hago spinning con mi hija adolescente y camino como loca como todos los reporteros lo hacen, y hasta ahí, pero yo no fui a hacer una cobertura deportiva, más adelante me explico y de paso esto que es un proyecto periodístico aprovechando la libertad que me da mi sacrosanto jefe y cabeza del periódico en qué trabajo, La Crónica de Chihuahua.

Y resulta que llego, llegamos, y nos invitan – deportistas norteños amateur - a mi compañera fotoperiodista que vino haciendo equipo conmigo, y a mí, a todos los juegos de béisbol que se les ocurrieron, porque lo primero que me dijeron fue, “tienes que hacer una nota de béisbol, cómo que eres de Chihuahua y no vas a hacer nada de béisbol”, que mira que a tu papá le gusta, me pidieron los del norte que hicieras una nota, así más o menos eran los argumentos que me daban para que, como por lógica, escribiera sobre béisbol, pero estas personas no sabían que estaban pidiendo demasiado de mí. De donde soy, mucha gente va en familia a los estadios con cerveza y casi hacen picnic en las gradas, qué les gusta, ¿la mitad de la población casi?, porque se llenan cada que es temporada, pero, ese no es mi caso, hazlos entender dicen, “crea fama y échate a dormir”, dicen también. Y yo me sentía completamente fuera de lugar, mi compañera tampoco se sentía muy diferente, posteó una foto en Facebook como al tercer juego, en la que salimos haciendo mala cara y dice, “nos tocó béisbol y todo mundo creé que porque somos de Chihuahua nos la sabemos de todas, todas”. De veras, estaban muy, muy equivocados.

Están.

Pero como es mi trabajo, me propuse aunque no era mi encomienda original, hacer una nota de béisbol, y total que me dispuse a aprender – yo, porque era la que escribía y documentaba -, de vista, de oídas, fuimos mi compañera y yo, a no uno, a seis juegos, el primero fue el de Querétaro contra Tamaulipas, ganó el primero diez carreras a cinco, todavía no entiendo qué son carreras, ni cómo ganaron; luego Sonora-Guanajuato, después Hidalgo-Sonora, Veracruz e Hidalgo, al de Puebla contra el Estado de México, y un último San Luis Potosí contra Sonora, algo así, pero realmente no entendía nada, lo primero que oí es que no sé quién se había robado una bola, “mira, hasta rateros”, pensé, en realidad eso no es cierto estoy exagerando, pero nadie logró hacerme entender qué significaba y hasta el momento el enigma se mantiene, yo esperaba honestamente que alguien dijera gol, y luego me dijeron que hacer una carrera equivalía al gol en el soccer, algo así entendí, y después que el pitcher, así se llama el señor que avienta la bola al que tiene el bat, que es el bateador, tenía que sacarlo del montículo.

Los montículos, descubrí, resulta que no eran románticas colinas o un campo defectuoso como pensé, y mi idea de las círculos marcados en blanco en el pasto sintético tampoco era muy diferente a mi equivocada elucubración de esas colinas, montículos, yo lo único que podía pensar era en los símbolos que en los campos de maíz hacen supuestos extraterrestres en las películas de M. Night Shyamalan, porque realmente la presión de que supiera de béisbol y les diera un trabajo del mejor cronista deportivo, era mucha, no podía concentrarme.

Para que se den una idea de la presión, había un montón de batos detrás de mí, a los lados, rodeándome, yo estaba sola porque mi compañera salvaba el momento yéndose al campo a tomar fotos, y además de sentir un miedo impresionante porque, sí, era demasiada testosterona pues en su mayoría había hombres no como esos partidos familiares que te platican de Chihuahua, los hombretones gritaban y tomaban cerveza, nada violento o agresivo, era parte del espectáculo pero sí, muy abrumador para mí, demasiada testosterona, no sé si ya lo mencioné... el caso es que no podía concentrarme en lo que veía y trataba de seguir la narrativa del cronista del juego, pero tampoco ayudaba porque sólo decía que se robaban una bola, que si la lanzaban suavecito, que se iba, se iba, ¡y a la chingada! que se fue, pensaba yo mientras trataba de encontrar, dónde quedó la bolita, y por supuesto no esperaba una tecnisísima explicación, pero no ayudaba pues, y tampoco ayudaba la música ensordecedora que tocaba o que fueran las mismas pistas juego tras juego, tras juego, tras juego, menos, porque estaba justo debajo de la cabina donde narraba, después del primero fui más inteligente y me movía poco a poco de sillas, cada vez más convenientemente lejos.

En el último de los encuentros me dí por vencida y me concentré en disfrutar la fruta fresca de una charola, alimento muy socorrido porque por cierto, en este lugar hace un calor impresionante aunque sea febrero, el punto es que estaba completamente frustrada, y no importaba que los señores de la testosterona fueran cada vez más amables, mi estado de confusión me dijeron después, al parecer era muy evidente y eran compasivos… en ese punto yo ya sólo esperaba a que mi compañera terminara de tomar fotos, pero como es muy dedicada y no se mueve hasta que sale lo que quiere, pues casi me chuto todo el juego, y tampoco ayudó su interés repentino por los beisbolistas.

El colmo de mi ridículo, porque hice un ridículo espantoso que atribuyo a la presión de tener que ser yo toda una conocedora nomás porque soy de Chihuahua, fue cuando al terminarse el último juego al que fuimos - aún no lo supero y creo que tengo algo así como estrés postraumático - el cronista usó un lenguaje todavía más confuso que cuando dijo, que porque habían hecho diez carreras ya no tenían que completar las siete entradas, o algo así, dijo, que se acababa el juego por knock out - comienzo a pensar que es lo mismo, ya alguien me corregirá -, pero yo, automáticamente pregunté, y de la peor manera porque traía los audífonos puestos y por tanto grité, “¿qué eso no es en el box?”, en medio del incómodo silencio y a pesar de su testosterona, los señores fueron muy amables porque no me dijeron nada, ni me miraron con cara de extrañeza, o se rieron ni nada, pero sus expresiones sí fueron muy condescendientes, además no tuve tiempo de pensar en la vergüenza porque aun trataba de entender todo.

Aún trato, de hecho.

Está por demás decir que no pude hacer una nota de béisbol, hubiera sido un molde de una nota muy técnica o una crónica fácil, pero hueco, un mal trabajo creo. Finalmente no cedí a la presión y retomé mi encomienda original, y esta anécdota del béisbol me sirve para presentar lo que fui a hacer, y yo no fui a hablar de béisbol… ni de basquetbol, ni de futbol, o volibol, o carrera, o ciclismo o natación, no como un reportero de deportes o como dando un reporte puntual y cronológico de las competencias, yo en realidad fui para hablar de lo que en sí representa este encuentro, de las Espartaqueadas, que al igual que el béisbol, al llegar, tampoco las conocía, pero he escuchado, observado, de lejos, por muchos años de ellas, de las deportivas y de las culturales porque tengo contacto con gente que es parte y ha estado desde sus inicios en la organización que las convoca, el Movimiento Antorchista de México, que al igual que lo que me pasó a mí he pensado muchas veces en ella partiendo del refrán ¿no? “crea fama y échate a dormir”, pero, en una búsqueda muy personal de respuestas, porque sí tiene ese contexto este trabajo periodístico, he llegado a este punto y quiero compartirlo porque pienso que como reportera mi función debe ir más allá del simple papel de observador, que los tiempos actuales reclaman que, como dicen los más románticos del periodismo, seamos testigos, atestigüemos sobre los hechos, sobre las diferentes realidades, y las demos a conocer.

La gente, la gente no es o no somos tontos como nos dicen velada o abiertamente los que están en puestos de decisión en el país, y sabemos decidir por nosotros mismos.

Hay quien dice que en el periodismo, en el trabajo reporteril, “no debe perderse de vista que el hilo conductor de toda la actividad periodística son los hechos. A los hechos hay que apegarnos como si en ello nos fuera la vida”. Este trabajo pretende mostrarlos con una serie de reportajes, entrevistas, y un extenso trabajo fotográfico, con el lenguaje periodístico más claro posible tanto en las letras como en las imágenes, sin embargo no pretende convencer o aleccionar a nadie, y mi objetividad puede ser cuestionada puesto que, como dije, me mueve una profunda convicción y travesía personal, pero lo que no deja lugar a dudas es el hecho. Ya lo que ustedes decidan será como en el béisbol, si al estudiarlo, conocerlo, analizarlo, decidan si les gusta o no.

Lo que sí debo narrar como los primeros hechos que observamos, fueron los que directamente captan los ojos, y la cámara; llegamos la madrugada del sábado 30 de enero a Tecomatlán, Puebla, después de 29 horas de camino - salimos el jueves 28 a las 8 de la noche - alentadas junto con los choferes y los jugadores de basquetbol de Carichí, por las porras de los muchachos de volibol de Jiménez y Chihuahua, y de hecho, de una cuadrilla de porristas de adolescentes de Ciudad Juárez, durante casi las 29 horas - era aquello un griterío, muy refrescante -. No había mucho que se pudiera ver por la oscuridad y porque el cansancio del camino no dejaba mucho margen a la disposición, de entrada vimos un pueblo limpio, muy iluminado, con pintura muy bonita en los camellones que pensamos lo habían puesto "guapo" para la competencia, vimos también a decenas de muchachos principalmente, que bajaban de camiones y se acomodaban en escuelas, casas y el único hotel del lugar, para descansar y desfilar al día siguiente desde la entrada del pueblo hasta la plaza monumental de toros del pueblo que se llama “La Antorcha”.

El desfile compuesto principalmente por adolescentes, niños y un alegre grupo de bailarinas y músicos de sones brasileños, fue el primer hecho observado en realidad, ya a la luz del día. Resulta que hasta el momento el registro de los organizadores era de alrededor de 17 mil deportistas amateur como participantes, y la avenida pequeña de dos carriles que luego se termina en uno - típica avenida de pueblo - estaba atiborrada de por lo menos unos diez mil de las delegaciones de los 32 estados participantes. Y lo segundo que vi una vez que nos pusimos de acuerdo y la foto reportera comenzó su trabajo, fue el arco que está a la entrada del pueblo, testifica por así decirlo, que este es un pueblo, como se dice en la opinión pública, antorchista: en el centro del arco visto desde adentro y desde afuera dice, “Bienvenidos a Tecomatlán, Pue. cuna de Antorcha Campesina y Atenas de la Mixteca”, tiene grabados de próceres, los que señalan como forjadores del pueblo, y símbolos Náhuatl, en el centro, por encima del arco, están esculpidas dos manos que sostienen una antorcha encendida y un listón que las rodea dice, “unión, fraternidad y lucha”.

Pues por ahí venían entrando estos miles de niños y adolescentes, pero también varios miles de adultos de 18 años y más, y podías ver a las ruidosas y bonitas muchachas de Sinaloa de playeras azul marino ondeando banderas de colores; a unos alegres chamacos de las barriadas de Nuevo León de playeras blancas con el nombre en negro de su estado y la antorcha del lado del pecho, el izquierdo; por supuesto, a la entusiasta escuadra de porristas de Chihuahua, una niña con la sonrisa llena de frenos más contagiosa que he visto en mucho tiempo; jovencitas de Quintana Roo con sonrisas tan energéticas como el naranja de sus uniformes de básquetbol; de Michoacán, de Querétaro, del Metropolitano, varios cientos de niños tan alegres como el día, que venían de Veracruz riéndose y marchando-caminando por la angosta avenida, que para ese punto del mediodía, ya era apreciable que el estado general de las calles era el mismo que en la entrada del pueblo, que el color oficial en los edificios es naranja, y que está lleno de bugambilias moradas en macetones pintados de blanco la mayor parte, nada ostentosos, macetas típicas de patio pero limpias y pintaditas.

En uno de los contingentes más numerosos, con adultos, niños y adolescentes, destacaba ya al llegar a la plaza de toros, una pequeñita morenita de unos 8, 9 años con el uniforme en rojo y blanco del Estado de México y cara de asombro, abrumada tal vez por el gentío, y con la expresión más dulce que sólo los niños pueden tener, con una coleta de ratón y flores moradas en el cabello a juego con las de la decoración del pueblo; había de todos colores y sabores, chiquillos morenos café con leche, muchachas morenitas, morenitas de ese café típico de los mexicanos, güeritas y güeritos desperdigados las menos de las veces, uniformes muy línea y bonitos, más elaborados, como los de los beisbolistas desde el pantalón hasta la camiseta, o niños con la indumentaria que cualquier padre o madre trabajador de este país puede dar a sus hijos, pantaloneras o shorts sencillos - sí parecían haber llevado los más bonitos que tenían en los roperos - con simples playeras que llevaban impresos los nombres o mapas de su estado y la antorcha, en tinta negra barata, o bien, uniformes de participantes patrocinados por escuelas con más recursos, como de las universidades de Chiapas o San Luís Potosí, la Universidad de las Américas de Puebla, o del mismo Tecnológico de Monterrey.

En el desfile flotaban los listones de colores en el pelo de las muchachas, y lipstick rosa y rojo como los colores favoritos, la estampa era una calle llena de chiquillos y adultos cantando y gritando, y esa fue la constante, lo que puede apreciarse no sólo en este trabajo fotográfico sino en general en la cobertura que se hizo durante toda la semana pasada de la Espartaqueada XVIII, y lo que en lo personal llamó mucho mi atención como reportera, esa actitud, en sonrisas, en risas, en aguantar el sol como por ejemplo fue el caso de las bailarinas de música brasileña con plataformas de 15 centímetros o incómodos zapatos de baile, enfundadas en trajes a todas luces calurosos de lentejuela y medias de nylon, que esperaron pacientemente a que comenzara el desfile y caminaron los alrededor de dos kilómetros.

O los músicos y bandas de guerra con los típicos y cerrados uniformes de banda, gruesos y calientes, durante la casi hora y media que tardó su recorrido desde la entrada monumental hasta la plaza de toros, y al llegar ahí, nuevamente sonreír, reír y cantar, una estampa no frecuente en medio de esta vorágine de violencia que se vive actualmente en México y en el mundo. Para muchos de quienes lo ven por primera vez ciertamente es impresionante ver a tantos niños, jóvenes y adultos en un pequeño pueblo festejando y compitiendo, manteniendo la esencia sana del deporte, sin cantinas, sin balazos, sin pandillas, sin asaltos... una especie de respiro de esa convulsa realidad que rodea.

Eso también fue abrumador, como el béisbol.

A grandes rasgos esto es lo observado a primera vista y que se aprecia en la también primera galería de imágenes, a modo de introducción con este anecdotario reporteril, https://flic.kr/s/aHsktZwBxF; en los siguientes días comenzando por este, publicaremos los reportajes escritos, las entrevistas y las fotografías, para explicar el porqué de las Espartaqueadas, por qué esta organización, el Movimiento Antorchista, sustenta en la difusión, promoción y participación deportiva y cultural, su oferta política y proyecto de país, y más de cuarenta años después dice tener evidencias, pruebas, de que su oferta es cumplible y lograble, incluso con las actuales reglas que rigen a la política y a la administración pública de México, que no es casual que los deportistas del estado de México y Puebla o el Distrito Federal fueran los primeros sitios de esta justa, pues es en municipios claves de esos lugares en donde han aplicado a pie juntillas su propuesta política y social de administración pública, sobre esos casos son los que trata esta investigación, la propuesta, hay que pasar forzosamente por los antecedentes, y por supuesto, el comienzo es con las Espartaqueadas.

Por lo pronto esperamos que disfruten la primera galería, y yo mientras tanto, aprender un poco de béisbol.

https://flic.kr/s/aHsktZwBxF