Una economía que necesita de la guerra

Abel Pérez Zamorano


Una economía que necesita de la guerra

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2014, 22:41 pm

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, municipio de Guazapares. Es Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y Director de la División de Ciencias Económico Administrativas (DICEA) de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh), para el periodo 2014-2017.)

Hoy 28 de julio, hace exactamente cien años, estalló la Primera Guerra Mundial, cuyo motivo fue el asesinato, en Sarajevo, Bosnia, del Archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero de la corona del Imperio Austro-Húngaro. La conflagración dejaría, según los cálculos más aceptados, alrededor de 8.5 millones de muertos, y tuvo como razón de fondo, al igual que la Segunda Guerra (1939-45), el reparto del mundo por los países ricos; de esta última surgiría Estados Unidos como ganador y gran potencia mundial. Pero a un siglo de la Primera Guerra la humanidad no puede aún vivir en paz, ello no obstante que, supuestamente, vivimos en una sociedad civilizada, en un capitalismo moderno, muy diferente de sus bárbaras formas iniciales; en nuestros días estremecen el mundo una serie de guerras, que aunque locales, están ligadas por sus causas y actores. Destaca en esos conflictos, por su ferocidad, la agresión de Israel a Palestina.

Sólo por mencionar las más recientes. En los años noventa Estados Unidos participó en la guerra de los Balcanes. En 1990-91 encabezó una coalición contra Irak, país al que invadió en 2003, con el falso argumento de que poseía armas de destrucción masiva, mismas que jamás fueron encontradas, pero que sí posee y usa, en grande, el mismo Estados Unidos. La ocupación formal terminó en 2011, luego de “pacificado” el país y eliminado Hussein, pero ahora Irak se desgarra en un nuevo conflicto armado, esta vez entre el fanático grupo musulmán ISIS, que aliado con fuerzas leales al derrocado régimen combate al gobierno, y ha tomado buena parte del territorio, la frontera con Siria y la ciudad de Mosul, tercera más grande de Irak, así como la principal refinería; por su parte, Estados Unidos ha enviado 300 asesores militares a apoyar al gobierno. En el norte los kurdos se han declarado independientes y dominan un importante territorio y la ciudad de Kirkuk.

En 2001 Estados Unidos invadió Afganistán, declaró la guerra al talibán, y ahora que ha iniciado la retirada, se desata la contraofensiva. En Libia derrocó y eliminó a Muamar el Gadafi, bajo cuyo mandato el país tenía, por cierto, el Índice de Desarrollo Humano más alto de África; el país se debate hoy en una guerra de facciones, que han llegado ya a pelear por el control del aeropuerto de Trípoli, obligando incluso al cierre de la embajada norteamericana. Asimismo, Estados Unidos promovió la guerra de Siria contra el gobierno de Bashar al-Asad; todavía el mes pasado el presidente Obama solicitó al Congreso 500 millones de dólares como ayuda para los rebeldes. Finalmente, apoya activamente al gobierno ucraniano en el conflicto que, al involucrar a Rusia le obliga a proteger su entorno inmediato en defensa de su seguridad nacional. Como vemos, las guerras no sólo no han terminado, sino que se tornan crónicas.

Y como cualquier barbaridad puede ser teorizada, se pretende justificarlas con argumentos digeribles para la opinión pública: combatir al terrorismo, derrocar gobiernos malos y antidemocráticos, violadores de los derechos humanos (aunque para ello haya que violar más gravemente esos mismos derechos en guerras de invasión); en fin, se dice, se lleva la democracia a naciones que no saben vivir civilizadamente. Pero todo esto es sólo cobertura mediática que pretende ocultar las causas profundas, que son, aunque resulte lugar común, económicas. De manera inmediata, la industria militar necesita vender, y para ayudarla los gobiernos aplican cuantiosos recursos: en 2012, el gasto militar de Estados Unidos fue de 685 mil 300 millones de dólares (SIPRI Yearbook 2013). En 2008 Joseph Stiglitz y Linda Bilmes llamaron a la de Irak y Afganistán la “Guerra de los Tres Billones de Dólares” (una mina de oro para la industria bélica), mucho más costosa que las de Vietnam y Corea.

Entre 2007 y 2011 el comercio mundial de armas convencionales creció en 24 por ciento, y Estados Unidos, principal exportador (seguido de Rusia, Alemania, Francia y el Reino Unido), aumentó sus ventas también en un 24 por ciento; ese país exporta el 30 por ciento de todas las armas vendidas en el mundo. “El informe del SIPRI destaca además "aumentos significativos" en el comercio de armas en zonas como el este y el norte de África, el sudeste Asiático y el sur del Cáucaso, y que los principales exportadores continúan suministrando armas a países que se han visto afectados por la llamada Primavera Árabe”. (El Mundo, 19 de marzo de 2012, con información del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo, SIPRI). El continente africano aumentó sus importaciones en 110 por ciento en cinco años, sobre todo en los países del norte. Como parte de las causas económicas, el control y comercialización del gas y el petróleo también motiva guerras.

Mediante el uso de la guerra como ariete se busca igualmente abrir nuevos mercados para la producción de los países ricos, que éstos no pueden absorber. En ese mismo sentido, Estados Unidos, Europa y Japón sufren de una saturación de capitales, que difícilmente pueden ser colocados con altas tasas de ganancia en su propio territorio y a los que necesitan ubicar en otros países, pues sus economías no están creciendo y no responden a las bajas tasas de interés ni a la reducción de impuestos como estímulos para elevar la inversión, ni al regalo de mano de obra, como la nuestra. Así pues, resulta que existe capital “sobrante” que, o bien va a los paraísos fiscales, o bien conquista nuevos territorios.

Por ello, mientras impere el interés de la máxima ganancia, provocará guerras; por su parte, Estados Unidos, máximo representante del capital y factor común en todos los conflictos, se revela cada vez menos capaz de garantizar la paz mundial, porque sus intereses y la causa que defiende son esencialmente antagónicos con ella, y porque su fortaleza económica ha menguado. En conclusión: la organización económica dominante tiene en la guerra una necesidad inmanente; consecuentemente, otro interés, más compatible por su esencia con la paz, debe gobernar al mundo. A cien años de la Primera Guerra esta verdad conserva plena validez.