Trabajos forzados

Por Abel Pérez Zamorano


Trabajos forzados

La Crónica de Chihuahua
Diciembre de 2018, 19:52 pm

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico- Administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo, de la que es director.)

Ateniéndonos al sentido común, podríamos esperar que si el hombre crea maravillas tecnológicas: grúas gigantescas que mueven cargas de gran tonelaje en cosa de minutos; tractores que abren muchos surcos a la vez, o máquinas de costura que producen miles de piezas en unas cuantas horas, todo eso, más la automatización de los procesos productivos, debería reducir la jornada de trabajo, o al menos hacerla menos ruda. Pero no es así. Conforme se desarrolla la tecnología los trabajadores ni disponen de más tiempo, ni se hace más cómoda su labor; por el contrario, la cantidad de trabajo aumenta en extensión e intensidad […] bueno, para los que pueden conservar el empleo.

Paradójicamente, hoy los obreros trabajan más tiempo. Francis Wheel en su obra La historia de El Capital de Karl Marx, dice que: “[…] el empleado medio británico actual trabaja un total de 80 mil 224 horas a lo largo de su vida laboral, frente a las 69 mil horas de 1981” (pp. 77­78). Contra lo esperado, el desarrollo en la productividad del trabajo con la automatización no reduce la jornada, más bien la incrementa. Ésta es una característica de la economía de mercado. En México la ley fija una jornada de trabajo máxima de ocho horas, límite que en la realidad es casi siempre violado. Para empezar, los jornaleros agrícolas trabajan de sol a sol, y en las fábricas los trabajadores buscan laborar horas extra, pagadas al doble que a las normales (alrededor de 20 pesos hora). Por ley un trabajador puede laborar un máximo de nueve horas extras a la semana, pero en realidad trabaja más, con el incentivo de que rebasado ese límite legal cada hora le será pagada al triple. Por ello, aunque legalmente la ley fija la jornada máxima en ocho horas, la jornada de 10 horas se ha generalizado de facto.

Lo que sí ha logrado la tecnificación en la economía de mercado es provocar el despido de trabajadores, reduciendo la parte del capital destinada a pagar salarios e incrementando la empleada en máquinas, materias primas e instalaciones, el llamado capital constante. Pero los trabajadores que tienen la fortuna de conservar el empleo no ven reducida su jornada total; trabajan más, sufriendo de esta forma una doble condena: unos son despedidos y los que quedan deben trabajar más intensamente.

A este respecto, el investigador británico Peter Ward, en su libro México megaciudad: desarrollo y política, 1970-2002, señala que el nivel de utilización de mano de obra en México ha caído desde principios del siglo xx, hasta llegar a sólo 34 por ciento a finales de los ochenta, agregando que:

De acuerdo con algunos autores, esto resulta conveniente para el capital, pues existe un “ejército de reserva” de mano de obra que puede mantenerse sin costo alguno y ser absorbido cuando sea necesario, al tiempo que se mantienen bajos los índices salariales, se debilitan los intentos de movilización obrera para exigir mejores condiciones, etcétera […] La mano de obra puede ser contratada y despedida con regularidad según el volumen de trabajo disponible, para asegurar su pasividad, o bien para evitar las obligaciones contractuales que implican los empleados “permanentes”[…]

Finalmente, también se refiere a la sobreexplotación de los trabajadores por “el aumento en la intensidad del trabajo y la extensión de la jornada laboral […]” (pp. 66­67). En resumen, como podemos verlo en México, los trabajadores no se benefician de la automatización en términos de reducción de la jornada laboral; por el contrario, trabajan más, presionados por los salarios miserables que reciben.

Las empresas se han adueñado de todo el tiempo y la vida de los trabajadores, no dejándoles punto de descanso. Éstos se han de levantar de madrugada para salir de sus casas y permanecer en las fábricas todo el día, para regresar, finalmente, noche ya, a sus moradas, muertos de cansancio, en busca de un poco de reposo para madrugar de nuevo al día siguiente, continuando sin parar esta terrible y criminal rutina que termina por consumir sus energías y su propia vida. No hay descanso para ellos. Como consecuencia, los obreros no sólo carecen de dinero y medios de vida, sino que ven también enajenado todo su tiempo, no quedándoles nada para el descanso, la cultura o la educación o la convivencia familiar.

La explicación de la paradoja entre desarrollo tecnológico y prolongación de la jornada es que la modernización no se hace pensando en reducir el tiempo de trabajo total de los obreros. No es por ellos, ni pensando en su bienestar, que los empresarios se afanan constantemente por modernizar los procesos y elevar la productividad. Lo que en realidad buscan es reducir sólo el tiempo de trabajo “socialmente necesario”, el que el obrero necesita para devengar su salario y producir el valor de los medios de vida que consume, por la vía de reducir el valor de estos últimos, abaratando así la mano de obra y con ello el salario real que se le paga, todo para elevar la ganancia de los empresarios. Muy lejos de nuestra idea está que la humanidad deba aspirar al paraíso del ocio; eso atentaría contra la preservación misma de la especie humana y contra su salud física y mental. Se trata sólo de que los progresos tecnológicos hagan del trabajo algo menos pesado y torturante, menos brutal y sí más humano.