Sobre el conflicto en Siria e Irak, algo de historia

Primero debieron ocurrir los atentados de París y San Bernardino para que las potencias occidentales se decidieran a actuar, luego de que durante un año simularon atacar al EI favoreciéndolo a través de Turquía, beneficiada del trasiego de petróleo sirio, con utilidades estimadas en más de 100 mdd mensuales.


Sobre el conflicto en Siria e Irak, algo de historia

Nadia Sosa
Enero de 2016, 21:13 pm

Abel Pérez Zamorano
Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.

México.- En Medio Oriente, en el conflicto cuyo epicentro es hoy Siria, se confrontan los partidarios del capital americano y europeo contra el nacionalismo popular de Rusia y sus aliados. Para entender la situación, la historia ilustra. Aliados tradicionales de Estados Unidos en la región, y que financian al Estado Islámico (EI), han sido los jeques petroleros Saudíes y de Qatar. Y en forma destacada Turquía, que históricamente, desde el Imperio Otomano ha pretendido cercar y adueñarse de territorios en el sur de Rusia. Concluida la Primera Guerra Mundial, desapareció el Imperio, pero ya como república, dirigida por Kemal Atatürk, continuó con su misma política.

En la Segunda Guerra mundial se alió con Alemania, con la que planeó que, a la caída de Stalingrado, declararía la guerra al país de los sóviets y se adueñaría de Crimea, Armenia y el Cáucaso, algo que, por obvias razones no pudo ser. Con el control de los estrechos que conectan al Mediterráneo con el mar Negro, obstruía, o fingía obstruir, el paso de los buques aliados; sin embargo, cuando el Führer fue derrotado en la batalla de Stalingrado (agosto de 1942 a febrero de 1943), y ante su ya inminente fin y el triunfo de los aliados, oportunistamente Turquía declaró la guerra a Alemania, en marzo de 1945, para ponerse a salvo; por sus servicios, poco después, en 1952, fue admitida en la OTAN, a sólo tres años de fundada ésta. En 1957 aceptó la instalación de misiles norteamericanos Júpiter en su frontera con la URSS, retirados en 1962 a cambio de que Nikita Jrushchov hiciera lo mismo con los que había instalado en Cuba.

Por su parte, en los últimos años Rusia ha afianzado con Irán una alianza de carácter estratégico, y es históricamente conocida y de profundas raíces su relación con Irak y Siria. Durante la Guerra Fría, en alianza con Moscú se constituyó la llamada República Árabe Unida, la RAU, integrada por Egipto y Siria. A la cabeza de ese ambicioso movimiento panárabe figuraba el líder egipcio Gamal Abdel Nasser, de orientación pro soviética; como dice el reconocido arabista Eugene Rogan: “A partir del año 1962, Nasser optaría por encauzar a la Revolución egipcia por la senda del socialismo árabe […] que venía a fusionar el nacionalismo árabe con el socialismo de corte soviético” (Rogan, Los árabes, pág. 498). Y más adelante añade: “Los estados árabes revolucionarios se alinearon todos con Moscú y siguieron las directrices de su modelo económico y social […]

La lista de estados progresistas era en un principio muy pequeña, ya que la integraban únicamente Egipto, Siria e Irak, pero sus filas habrían de expandirse rápidamente al culminarse con éxito las revoluciones de Argelia, Yemen y Libia” (Ibíd., pág. 499). Como parte de esa historia, Egipto y Siria lucharon en 1973 contra la expansión de Israel, atacando conjuntamente por el sur, Egipto, en reclamo del Sinaí, y por el norte Siria, en los Altos del Golán. Es en Siria, precisamente, en la costa mediterránea, donde Rusia tiene hoy la base militar de Tartus (desde hace 44 años) y la aérea de Latakia.

Unió regionalmente a esos aliados el Baaz (Partido del Renacimiento Árabe Socialista), fundado en 1947, y que en Irak, tuvo el poder con Sadam Hussein; el ala de Siria gobierna ese país desde 1963, y en 1971 llegó a la presidencia Hafez al-Assad, padre del actual presidente sirio. La ideología del Baaz es marcadamente laica: postula la separación entre el Estado y la religión. “La elaboración de una nueva constitución en 1973, una constitución que por primera vez no estipulaba que el presidente de Siria tuviera que ser necesariamente un musulmán, reactivaría la cuestión de la separación entre la religión y el Estado” (Ibíd. Pág. 633). No obstante la laicidad del Baaz y su orientación socialista, Bashar al-Assad (elegido tres veces como presidente desde el año 2000) pertenece a la religión Alauita, vertiente del chiismo, lo cual le identifica profundamente con el régimen iraní, su aliado más firme en la región, y con las milicias del sur del Líbano.

Vinculados los países por esa histórica y profunda alianza, no sólo económica, sino de identificación ideológica, no es de extrañar que en los días que corren, y ante el empuje del EI, Turquía y la OTAN, haya voces oficiales en Irak que soliciten la intervención rusa en el país para combatir al Estado Islámico que controla la mayor parte del territorio en sus límites con Siria. En el frente sirio combaten del lado del presidente al-Assad tanto la aviación rusa como las milicias chiitas. En Irak, el actual primer ministro nombrado por el parlamento, Haider al-Abadi, chiita, ha integrado un gobierno de unidad con todos los afectados por el EI, y por su orientación religiosa se identifica también con el régimen de Irán. En trazos muy generales, éstos son los antecedentes históricos de las fuerzas que participan en la guerra que hoy incendia Siria e Irak y buena parte del Oriente Medio.

No abundaré sobre la prolija evidencia vertida que prueba sobradamente el contubernio de Estados Unidos con el Estado Islámico, en lo que ha sido particularmente contundente la agencia Rusia Today. Según declaraciones del ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú, publicadas por Sputniknews, el EI y grupos afines cuentan con más de 60 mil efectivos en armas, y el califato controla el 70 por ciento de Siria y la mayor parte de Irak. El EI apareció en la región como una fuerza imbatible, apoyado subrepticiamente, al inicio, por las potencias mencionadas, pero ha pretendido seguir una política propia de hegemonía, basado en sus alianzas locales, se sale de control y ataca a quienes lo crearon, y sólo entonces viene la reacción occidental.

Primero debieron ocurrir los atentados de París y San Bernardino, California, para que las potencias occidentales se decidieran a actuar: apenas el 18 de diciembre la ONU acordó realizar un combate conjunto al EI en Siria, luego de que, como es sabido, durante un año simularon atacarlo, sin hacerle mayor mella, en realidad favoreciéndolo a través de Turquía, cuyo gobierno se beneficia del trasiego de petróleo sirio, con utilidades estimadas (RT) en más de cien millones de dólares mensuales.

La prensa rusa ha publicado evidencia de que también British Petroleum y ExxonMovil resultan favorecidas. Turquía no sólo no ha apoyado en el combate al EI, sino que ataca a la propia Rusia, algo imposible sin la anuencia de la OTAN, como ha quedado de manifiesto cuando su secretario general, Jens Stoltenberg, justificó el hecho. En este contexto cobra singular valor la prudencia del Kremlin al no tomar represalias militares directas.

Fue, en cambio, la potencia que inició, con fulminante efectividad, el verdadero combate, destruyendo instalaciones militares estratégicas del EI, mediante misiles lanzados desde el mar Caspio y bombardeos aéreos; desde el 30 de septiembre ha realizado más de 4 mil vuelos y destruido ocho mil objetivos de infraestructura militar del EI.

Y cuando fue evidente que en solitario está llevándose el triunfo, protegiendo al hacerlo a los pueblos de Europa y Estados Unidos, y cuando los gobernantes de éstos sienten el golpe en su propio territorio, sólo entonces reaccionan; asimismo, Rusia está defendiendo a sus aliados en la región, en peligro por la invasión promovida por Occidente, pero también su propia seguridad nacional, pues como ha declarado el ministro de Defensa, la estrategia del EI es expandir el califato hacia las repúblicas caucásicas al sur de Rusia.

Además, Ankara apoya a los tártaros de Crimea, cuyos líderes están refugiados en Turquía, opuestos a la incorporación de la península a soberanía rusa.