San Felipe Viejo: el resurgimiento del ambiente colonial

**Existen guardianes del barrio viejo, como doña Victoria Heredia, quien en varias ocasiones ha arriesgado su propia vida para rescatar los tesoros de la comunidad.


San Felipe Viejo: el resurgimiento del ambiente colonial

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2018, 17:06 pm

Por Froilán Meza Rivera

Chihuahua, Chih.- Acá, todo huele a viejo. Entre los habitantes se platica de los tiempos en que había tierras sembradas de granos y verduras en los fértiles bajíos a la vera del río. Es un pasado que se ve ya muy lejano en estas calles urbanizadas por la modernidad.

¿Y dónde quedó la fundición? Todavía hace relativamente poco, había viejos que se acordaban de que, cuando eran niños, les tocó ir a hurgar a las graseras, es decir, a los montones de vestigios de la fundición en lo más alto de la barranca, a colectar aquellas curiosas piedras porosas y cristaloides que guardaban restos de metal.

No hay casas aquí del tiempo de la Colonia, pero a pesar de que no sobrevive ningún edificio de aquella época, los vecinos se pusieron de acuerdo para revivir el ambiente del barrio antiguo de San Felipe. De hecho, el nombre de este vecindario es San Felipe Viejo, para diferenciarlo del otro San Felipe, del nuevo, que se edificó al poniente de la avenida Universidad.

Las calles sí conservan el trazo original, que era de callejones, y así por ejemplo, en la calle Camargo, que tuerce a la izquierda, el espacio abierto en que desemboca forma una placita, la llamada Plazuela de Regla, justo enfrente de la iglesita.

El templo del barrio data del muy reciente año de 1979, cuando fue terminado. Pero la misma advocación de esta casa de oración tiene un viejo linaje proveniente de la mera fundación del real de minas: recuerde nada más el lector que en terrenos de lo que hoy en día es la Catedral Metropolitana de Chihuahua, sede del Arzobispado, fue edificado el primer templo de la villa, el de Nuestra Señora de la Regla, e igual dedicación es la que tiene el hoy pequeño templo del barrio viejo.

De este lado del río Chuvíscar hubo, en tiempos coloniales, haciendas de beneficio de metales, de acuerdo con el cronista Rubén Beltrán Acosta, quien hace notar el hecho de que aquí se asentó posteriormente el barrio El Palomar, en terrenos que pertenecen al moderno parque del mismo nombre.

Otra actividad que se realizaba en la margen norte del Chuvíscar fue la agricultura. Acá se establecieron asimismo varias familias que, por la cercanía al centro de la villa, ejercieron el arte del labrado de la cantera, y se convirtieron asimismo en cargadores de los mercados. Es tradición en San Felipe Viejo, la creencia de que acá moraban los artífices de la cantera labrada de la Catedral. Estaba aquí, todavía a principios del siglo Diecinueve, en la cumbre de estos barrancos, la Fundición San Felipe, que fue después propiedad de Enrique Creel.

Era éste un lugar donde florecían los beneficios de metal, las por entonces llamadas haciendas de beneficio, que eran grandes talleres en donde obreros molían los minerales a punta de marro hasta reducirlos a un tamaño manejable, y que los hacían pasar en seguida por piedras de molino que los convertían en arenilla. Era entonces el turno de las pozas en las que introducían los ácidos o bien el azogue (o mercurio), con los que separaban el metal precioso de la piedra madre. Como debe saber bien el lector, en estas tierras fueron encontradas desde mediados del siglo Dieciséis y principios del Diecisiete, ricas vetas de oro y plata, razón por la cual llegaron a poblarse con europeos y peones de minas. Posteriormente llegaron los agricultores, para establecer huertos y tierras de labranza con los cuales surtían a las haciendas. Esta margen del río Chuvíscar era especial para las labores agrícolas, porque si bien la corriente siempre fue intermitente, había una serie de humedales en los puntos bajos, aquí enfrente, y también en el cercano Puerto de San Pedro y, más corriente abajo, en los llamados Bajos del Chuvíscar. Por cierto, el Barrio Bajo, frente a Santo Niño, se llama así no porque haya en él gente de baja ralea, sino precisamente por el terreno bajo donde se conservaba la humedad y que en tiempos coloniales era un bosquecillo de encinos.

A finales de los años 50 del Siglo Veinte, fue inaugurada la canalización del Chuvíscar, que tapó con cemento el lecho y las riberas del río, sus bajos y sus playas, y que canceló todo vestigio de aprovechamiento agrícola. El gobernador Teófilo Borunda ordenó esa obra que restringió al barrio viejo propiamente a sus calles y aceleró su urbanización al quedar pavimentadas sus calles, principalmente la avenida Independencia. Cuando Luis Fuentes Molinar asumió como presidente municipal, asignó al arquitecto Guillermo Lozano para la remodelación de esta comunidad, a la que decidieron dar un estilo antiguo. Fue entonces que los vecinos arreglaron sus casas y pavimentaron las calles con adoquín.

En el año de 1979, los vecinos del barrio de San Felipe Viejo decidieron construir una capilla. Las obras se iniciaron bajo la dirección del señor arquitecto Guillermo Lozano Katsen. La construcción de la Capilla se realizó bajo la asesoría del arzobispo don Adalberto Almeida y Merino y la guía del padre Jesús Esquivel Molinar, en aquel tiempo párroco. Estando ya desaparecido el último templo dedicado a Nuestra Señora de Regla, patrona original de la ciudad de Chihuahua, después de que se decidiera remover el famoso Panteón de la Regla de los terrenos en que se encuentra hoy el Parque Revolución, se dispuso que la nueva casa de oración del barrio viejo tuviera la misma advocación. Su puerta principal quedó orientada hacia la Catedral.

Para la nueva decoración del barrio, el mismo alcalde Fuentes Molinar trajo tres malacates de mina y otras piezas de procedencia minera para que recordaran el surgimiento de esta colonia a partir de la actividad minera. Esos malacates ya no están porque se los fueron robando.

Doña María Victoria Heredia Castillo, quien es pionera en eso del nuevo aspecto del viejo barrio, y quien tiene en su haber ya varios decenios de vida (aunque no muchos), denunció que apenas el año antepasado, los ladrones ya se llevaban una banca metálica muy bonita, que es parte del mobiliario urbano, pero que ella los enfrentó e impidió que se la robaran. “Acá, los vecinos tratamos de tener bien bonito, y hemos ido adaptando nuestras casas para que tengan estilo colonial, con detalles de piedra, o si no podemos, por lo menos imitación, con el adoquín, con escalinatas de piedra, el templo de piedra también… y nomás vea qué bonito nos está quedando”.

Los amantes de lo ajeno se robaron también las campanas de la iglesita. Una de esas que ya se llevaba el ladrón, fue recuperada porque el ladrón no contaba con la audacia y determinación de doña María Victoria, quien lo persiguió y, al verse acosado, aventó la esquila y la dejó tirada. “Pero todavía faltan dos, que ya estamos pidiendo a la Arquidiócesis que nos las donen”.

Ella es la misma Victoria Heredia quien, hace ya veinte años, en una plática con el cronista Óscar Viramontes, relataba detalles de su infancia. Ella y su hermano Miguel nacieron y crecieron en San Felipe Viejo. Escribe el historiador: “Alrededor de su hogar había pocas casas, y cerca de ahí, en El Palomar, vivían los descendientes de quienes realizaron cantera por siglos. Los rodeaban barrancos que los protegían de las fuertes corrientes de los ríos Chuvíscar y Cantera (que corría por donde hoy se encuentra el Hospital Morelos del Seguro Social), así como magueyes y mezquites. Entre sus juegos, acostumbraban cazar luciérnagas, y en el lugar donde se encuentra actualmente la escuela, había una pila de calicanto que medía unos 20 metros de ancho y alrededor de 5 de alto. En él había cúmulos de grasa, que eran residuos que tiraban cuando fundían el mineral. Un furgón llegaba hasta esa pila, procedente de las minas. Atrás de la pila había unas tapias de calicanto muy altas, como de 10 metros por casi un metro de ancho. Los vecinos de aquel tiempo las usaban como corrales para vacas, burros y mulas. Algunos se dedicaban a hacer carbón de leña de encino. Ahí lo guardaban mientras lo vendían”.