¿Quién mató a Juan Cereceres?

EL CRIMEN QUE TUMBÓ A UN GOBERNADOR


¿Quién mató a Juan Cereceres?

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2011, 00:01 am

Por Froilán Meza Rivera

Chihuahua, Chih.- El 27 de noviembre de 1954, el automóvil de alquiler que manejaba el chofer de sitio, fue encontrado frente al número 117 de la calle Allende. Tenía la llave puesta y había manchas de sangre por todo el asiento delantero, más cargadas al lado del chofer. Había sangre en el respaldo como en el asiento, y en el piso del asiento trasero. La sangre corrió hasta cerca de la puerta izquierda. Una perforación de bala en la visera anterior, donde produjo una especie de óvalo en el capacete, dio una pista poderosa de lo que había sucedido ahí.

Fueron recogidos los datos y se elaboraron los informes prejudiciales, y la Procuraduría estatal se reservó la investigación del caso.

Desde que las autoridades se empezaron a comportar de manera sospechosa en relación con el asesinato de Juan Cereceres, y desde que “eficientes” “investigadores” juntaron increíbles “evidencias” al por mayor y fabricaron chivos expiatorios que nadie se tragó, la opinión pública supo que el culpable era el sobrino del gobernador.

Es éste el más célebre crimen de Estado en la entidad, que a la postre destapó una gran coladera en la que se ocultaba una red de complicidades y corrupción, documentada para la historia como pocas.

LA HISTORIA ES DE PEPE TOÑO

A Chihuahua lo gobernaba Óscar Soto Máynez en el año de 1954.

Gaspar R. Máynez, quien era primo del gobernador, se desempeñaba como inspector de policía, jefe de la Judicial del Estado, jefe también de la Policía Municipal de la capital y, en suma, de todas las policías de Chihuahua.

Gaspar Máynez (Gasparcito, hijo del primer primo del estado), era por su parte un junior insoportable que a diario cometía desmanes bajo el amparo del poder del padre y del tío. Un día sí y otro también, en medio de interminables francachelas, maltrataba, humillaba y golpeaba a meseros, cantineros, prostitutas y a simples parroquianos en las cantinas y antros, en las loncherías y restaurantes que frecuentaba en compañía de dos guardaespaldas.

Juan Cereceres, taxista del turno nocturno del Sitio del Teléfono 74, se atrevió un día a defender a una pobre mesera de una fonda quien iba siendo arrastrada por los cabellos por este juniorcito, quien esa vez traía una pataleta atorada (y con alguien se tenía que desquitar).

La versión es de Marco Toño (el fallecido librero Antonio M. Delgado, propietario de La Sorbona, aquella mítica librería de usado que se aposentaba en la calle Juárez 519) en su libro “Torpelandia”.

Era el 21 de noviembre de 1954, ya por la tarde, cuando Gasparcito y sus dos “ayos” llegaron a lonchería “La Fornarina”, que se situaba en Aldama y Veintiuna, con la intención de cenar y de seguir libando alcohol, “en la enésima juerga que había principiado al mediodía”.

Muy pronto surgió una dificultad, tal vez porque las meseras no atendían al junior y a sus matones con la cara llena de risa y de contento, y una de ellas salió huyendo de Gasparcito y fue a ocultarse a la cocina. Hasta allá fue el humanitario y considerado mocoso, impuesto como estaba a hacer su real voluntad, y como la cocinera acudiera en su auxilio, las dos fueron atacadas por el energúmeno.

SEGURA SENTENCIA DE MUERTE

Las dos mujeres fueron sacadas arrastrando de los cabellos hasta la calle, donde uno de los choferes del sitio de autos que estaba en frente, intervino en defensa de las víctimas. Juan Cereceres rescató a las maltratadas trabajadoras, y con dos bofetadas bien asentadas, aplacó al abusador mozalbete. Uno de los guardaespaldas, Gerardo Caraveo, cortó por lo sano y se llevó a su protegido.

“Juan Cereceres acababa de firmar su sentencia de muerte”.

Al día siguiente, Juan no se presentó a laborar, y esto fue extraño para sus compañeros, quienes conocían muy bien su dedicación y responsabilidad. Pasó un mes de búsqueda angustiosa, hasta que fue encontrado su cuerpo en el monte a un lado de la carretera a Delicias.

El caso de este homicidio fue dizque investigado por la policía, y la autoridad inventó y arrestó a dos infelices a los que culpó del asesinato, pero la presión de la opinión pública, que se manifestó y protestó en la calle de manera masiva, hizo que cayera el gobernador Soto Máynez.

El caso de Juan Cereceres adquirió tintes de crimen de Estado.

Si bien el junior nunca fue castigado, porque nada se le comprobó, la gente quedó satisfecha al menos en parte, cuando el gobierno federal hizo que renunciara el gobernador a su cargo, y con él se fue todo su gabinete cómplice, su primo y toda la cohorte de gente corrupta que se movía alrededor de aquel semidiós que un día todo lo pudo.