Pongo a la prensa moreliana por testigo

**ANTE la falta de una crónica periodística que desnude la verdad, pongo por delante, sin ser cronista, este intento de una apretada relación de lo que realmente ocurrió


Pongo a la prensa moreliana por testigo

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2015, 16:35 pm

/facebook @twitterLuis Miguel López Alanís

Ahora que mis condiciones físicas me permiten retomar la pluma quiero hacer unas aclaraciones que considero pertinentes con respecto a los hechos del martes 3 de febrero en la Escuela Primaria Juan Ortiz Murillo, de Morelia, Michoacán; ruego paciencia al lector por la extensión, pero un asunto así no puede tratarse en tres líneas.

La crónica es un género periodístico que cada vez se ve menos en México. Por su función descriptiva de un suceso histórico, la crónica puede representar un peligro para quienes necesitan ocultar el desarrollo de sus fechorías y trampas, especialmente en una época como la actual. La prensa, con honrosas excepciones, responde positivamente a las necesidades de la clase dominante y sus esbirros, ambos cada vez más degenerados.

Por ello, la crónica casi no existe en la prensa moreliana y en su lugar aparece la nota aislada, facilona y pronta que en cortos mensajes proporciona dosis informativas inconexas que dificultan al gran público la comprensión del desarrollo dialéctico y completo, o por lo menos lo más completo que se pueda, para entender las contradicciones de los fenómenos sociales.

La visión mediática de la realidad ya está estructurada de origen, desde la escuela y la universidad, y ésa es la razón por la que la ausencia de la crónica periodística se extraña en la prensa de Morelia y uno llega a suponer que su resurgimiento pudiera resultar inevitablemente revolucionario.

La presencia de una crónica fue precisamente lo que extrañé en todo lo publicado por la cobertura mediática del ataque del 3 de febrero. Estuve allí, sufrí las consecuencias de la agresión y pude observar la actividad de los reporteros y fotógrafos, algunos muy valientes, que siguieron la cobertura cuando mis heridas me impidieron seguir viendo lo que ocurría a mi alrededor.

Qué fácil hubiera sido publicar con pulcritud cronológica los hechos de ese inusual día en la vida de Morelia y complementarlos con una investigación de sus antecedentes básicos de las semanas anteriores, lo que habría proporcionado una visión más completa de lo ocurrido. Pero nada, no encontré nada, como lo temía. La relación cronológica de los hechos revela al pueblo los aspectos fundamentales de un problema y en el cumplimiento de este objetivo sirve para poner en claro las cosas y orientar la visualización de los hechos.

En ausencia de una crónica en el ataque me veo forzado, sin ser cronista, a intentar una apretada relación de lo que realmente ocurrió, para que el lector tenga al menos una visión aproximada de lo que la prensa de Morelia ha definido engañosamente como “enfrentamiento” para ocultar su carácter de agresión y la causa de la actuación de la organización política Movimiento Antorchista michoacano en la primaria antes mencionada.

La opinión pública empezó a conocer del asunto debido a la campaña mediática contra la comunidad de la escuela de la Secretaría de Educación Estatal (SEE) de Michoacán; campaña en la que Armando Sepúlveda López (secretario) y Rafael Mendoza Castillo (subsecretario), representantes de la vieja y corrupta aristocracia magisterial centista, emplearon a discreción conceptos como infiltración, desacato, ajenidad, política y sanción.

La causa de su “santa indignación fue la decisión de toda una comunidad escolar, formada por docentes, padres de familia y miembros de la sociedad civil, de elevar la enseñanza mediante el modelo de escuelas de tiempo completo, lo que encendió sus alarmas al ver amenazado su control absoluto, que tanto poder y privilegios les ha reportado en el pasado.

Pero la ley suprema de nuestro país establece que nadie puede ser perseguido ni obligado a salir de su territorio, de su fuente de trabajo, de su casa o de sus comunidades por su ideología política y religiosa, posición económica o grupo étnico; a nadie se le pueden vedar o quitar, bajo ningún argumento similar, los derechos que la Carta Magna consagra, y lo mismo vale para los servicios públicos que el Estado proporciona: hacerlo equivale a atentar contra nuestra vida cívica, nuestro pacto social original y alentar la barbarie.

Ejercer esos derechos no es “infiltrarse” y esta acusación, además de entrañar fascismo, implica un retroceso de 100 años. Aclaro: en esa escuela primaria hay padres de familia que ya militaban desde hace años en Antorcha como colonos de diferentes asentamientos morelianos, y hay también algunos maestros que conocen a la organización y que decidieron buscarla porque nadie más les hacía caso con respecto al justo planteamiento de demandar que su escuela se incorpore al Programa Escuela de Tiempo Completo (PETC), correspondiente a la recién aprobada reforma educativa, a lo que se opone la dirección de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Con respecto a este dicho, remito al lector al video publicado el pasado 4 de diciembre de 2014 en la página de Facebook La Antorcha Michoacán, recientemente republicado allí mismo, donde se ve una asamblea de padres en el patio de la escuela dando un voto de confianza a Antorcha; y también al audio publicado en el mismo sitio el día 4 de este febrero, por si desea ahondar en este asunto–. Por eso, presentar los hechos en la sucesión que ocuparon en el tiempo tiene tanto valor para llegar a la verdad.

Luego de varias reuniones, el numeroso grupo de padres y maestros acordó no sólo luchar por el PETC sino también por exigir otras mejoras materiales para la escuela. Pues bien, si la gente misma, en mayor o menor número, cansada de las promesas de todos los colores y de las trampas, busca a los antorchistas como alternativa para resolver sus problemas eso no se llama “infiltración”, a eso se le llama derecho de opción política, nada más.

Lo mismo vale también para la acusación de “desacato” a quien busca otra opción político-ideológica o la ejecución de un derecho constitucional; de acuerdo con el control férreo que pretenden imponer los grupos políticos de siempre, nadie ofendido por ellos puede pedir ayuda porque entonces hay “desacato e intervención de personas ajenas”, y con ello anulan la posibilidad real de que el derecho a la organización popular sea efectivo.

De suyo cae, pues, el argumento de que Antorcha nada tiene que hacer en las escuelas por una razón fundamental: Antorcha es la gente misma que adoptó una forma de ser y hacer política, en obra de una ideología actuante. Y negarle al pueblo la capacidad de autodefinirse políticamente y, consecuentemente, de actuar políticamente en cualquier ámbito, es volver a caer en la dictadura porfirista –pues aunque usted no lo crea, cual furibundo inquisidor medieval, la dirigencia de la CNTE pide “sancionar” a quien busque o llame otra opción política que no sea ella misma. ¿Habrase visto tanta desfachatez y corrupción moral?

Por décadas, caciques y gobernantes de todos los niveles, ciegos de poder e intolerancia han dicho lo mismo. “Aquí nada tiene que venir a hacer Antorcha”, “no queremos infiltrados”… pero la terca realidad social de México hace que la gente misma se organice para ingresar a Antorcha, llame y pida su ingreso voluntario a sus filas. Por ello ni las calumnias más bajas ni las más brutales agresiones han logrado detener este proceso que va en creciente aumento.

Pero los enemigos de la educación de calidad venían preparando el golpe, y así se denunció en oportunos desplegados públicos y allí donde se nos dio la apertura informativa alertamos a la autoridad, pero de parte de ésta y de la prensa sólo hubo silencio cómplice y oídos sordos.

Ante la embestida y el continuo boicoteo contra el PETC en la primaria Ortiz Murillo por parte de los centistas, encabezados por el director Jorge Luis Santana Mendoza, y ciertamente algunos padres de familia que no desean el programa –insanamente provocadores, como puede constatarse en los videos publicados en diversos medios–, profundamente irritados por ello, el resto de los padres de familia decidieron, luego de varias reuniones a fines de enero, con el apoyo antorchista solicitado, cerrar el paso a la escuela a los boicoteadores del programa federal y hacer la toma académica; es decir, con clases, ese día 3 de febrero, hasta que se autorizara y garantizara por la SEE la correcta aplicación del mencionado programa en la escuela.

Más de 300 niños fueron dejados por sus padres consciente y voluntariamente tomando clases mientras algunos de esos mismos padres y los antorchistas que nos comprometimos con ellos vigilamos la entrada y resistimos una primera agresión, que afectó a la señora Esperanza Gómez Acopa, madre de familia, golpeada y arañada a las 9 horas, pues desde esa hora comenzaron a agredir los feroces centistas apostados frente al acceso principal del plantel.

La presencia de los niños en clase fue constatada por diversos periodistas y fotógrafos que ingresaron a las instalaciones alrededor de las 10 de la mañana con la anuencia de los padres que la tenían tomada. Ante la resistencia de los centistas, que casi se desgarraban las ropas clamando por los “niños secuestrados por los antorchos”, con la evidente intención de confundir a la prensa.

Observe, amigo lector, porque esto va antes que las últimas imágenes: a esta hora todavía no hay terror entre los niños sino un ambiente de trabajo. El registro del tiempo de tantas cámaras como entraron es irrefutable. A esta hora todavía no se golpeaban y forzaban con espantoso estruendo las puertas de los salones de clases con violencia para sacar a gritos y golpes a los maestros activos, en ese momento ya indefensos, ante los azorados niños, como dramáticas imágenes posteriores también lo prueban. El viejo Cronos es demasiado dialéctico y peligroso para el presente de una clase social caduca, y los denuncia jovial.

El asedio de los centistas se mantuvo frente a la puerta principal con violencia verbal y provocaciones constantes, arrojando gas de extinguidores para mantener tenso el ambiente; mientras que del lado de los padres de familia y de los antorchistas se dio la orden de no responder a las agresiones, cosa que también puede constatarse en las cámaras. Hubo un comportamiento verdaderamente ejemplar en ese sentido, pues de otra manera los ánimos se hubieran exarcerbado más todavía, como era el evidente propósito de los provocadores. Gente buena siguió llegando en nuestro apoyo, poco a poco, pero no armados y preparados para golpear como sí llegaron al final los demás esbirros de la CNTE.

Vino entonces su primera incursión. Ingresando por una puerta trasera y saltando bardas, 30 individuos acudieron, pero no en el rescate de los “niños secuestrados” como pudiera pensarse; se fueron a apostar tras el grupo nuestro, que defendía la entrada principal para provocarlo, como todo el tiempo hicieron. Bajo dos frentes, asediado, así quedó el grupo defensor del acceso.

La prensa pudo tomar las posiciones que quiso para hacer su trabajo. Esta embestida desde dentro de la escuela dio por resultado que alrededor de las 10:30 hrs., uno de los agresores fingiera un desmayo para facilitar el ingreso de algunos paramédicos por la puerta principal, fue el excelente mártir vendado que enseguida despotricó ante todas las cámaras contra Antorcha.

Pero las imágenes hablan por sí solas: es el mismo provocador que todo el tiempo usó gas de extinguidor con aviesos fines y que aparece injuriando, ofendiendo, amenazando y golpeando en distintos momentos del día. Aquí la inexistente crónica debía poner estos dos hechos en su correcta relación y desarrollo, probando la hipocresía y el engaño de las declaraciones de este sujeto, ampliamente difundidas esa tarde y al día siguiente. La visión parcial daña la objetividad si el entendimiento se reduce a ella.

Las cámaras también capturaron el segundo ingreso a la escuela de un cuerpo de la policía eufemísticamente llamada Fuerza Ciudadana –el primero fue fugaz, a las 9 hrs. para certificar la presencia de niños en la escuela–, unos 30 elementos también, pero increíblemente su objetivo no fue ir a resguardar de inmediato a los niños ni tampoco a los asediados. ¡No, nada de eso! ¡Fue a proteger a los porros centistas, haciendo frente a los padres y antorchistas, como si éstos fueran los agresores! Es decir, amable lector, entraron a fortalecer la incursión porril, a tomar partido, no a desactivar “enfrentamientos”.

Así, envalentonados por la colaboración policial, los agresores arreciaron, en jauría incontrolable, su trabajo provocador. Allí permanecieron los policías bajo el mando del Gobierno del estado el tiempo necesario para cubrirlos mientras llegaban al menos tres autobuses y camionetas repletos de golpeadores y, previa orden comunicada por sus altos mandos, sin más, los policías abandonaron la escuela a las 12:50 hrs. ¡Tal como lo escucha usted, paciente lector, dejaron a los niños!

Una vez más demostraron que no eran su preocupación, pues los abandonaron indefensos ante la ya inminente y definitiva agresión, con todos los peligros que tan insegura situación entrañaba para los pequeños. Todos los cientos de litros de tinta, los millones de megabytes, las toneladas de discursos transmitidos, dedicados a enaltecer a este cuerpo policiaco quedaron tirados por el suelo con esta infamia, que demostró su verdadero papel. ¡Prohibido olvidar, pueblo pobre de Morelia! ¡Cronos es tu aliado, no lo olvides nunca!

Lo que siguió ya era inevitable. A los pocos minutos de esa vileza policial, llegaron unos 300 golpeadores armados; a las 13 hrs. derribaron la puerta principal y dieron cima a su agresión propinando una brutal golpiza a quienes defendían la escuela, expulsándolos violentamente a las 13:15 hrs. A las 14 hrs. ocurrió el asalto a los salones de clase y la expulsión también violenta de maestros y personal que apoyó el PETC.

Ya sin la presencia de los antorchistas apareció el terror para los niños. A esa hora, la maestra Nori Yazmín Cortés León fue sacada de su salón y vejada frente a los niños; los maestros Manuel Olvera Mendoza, Aníbal Cácari Cristóbal, entre otros, fueron salvajemente golpeados, también ante los aterrorizados ojos de los niños. Todo esto ocurrió frente a Jorge Luis Santana Mendoza, nombrado director por la SEE y quien se mostró complacido de estas acciones y todo el tiempo estuvo al lado de los agresores, coordinándolos, como lo demuestran las imágenes de todas las cámaras, en las que Santana Mendoza aparece arrojando piedras contra los padres de familia.

Pero el montaje mediático también juega su papel para engañar a la opinión pública: ¿Cómo explicar que Santana Mendoza aparece defendiendo a la maestra Cortés León? Eso no es más que una triquiñuela para justificar su indigna permanencia en el puesto; los padres de familia deben denunciarlo de inmediato para que nadie se trague semejante rueda de molino, lo mismo que su supuesta denuncia de que la policía no hizo nada, cuando lo que hicieron los “guardianes del orden” fue abandonar a su suerte a los niños al retirarse del lugar dejándolos a merced de los porros centistas.

En una foto sacada de contexto, quien esto escribe aparece blandiendo un palo frente a los golpeadores. En el punto culminante de la contienda, los agresores centistas jalaron de la ropa a uno de mis compañeros, lo metieron a un círculo y comenzaron a golpearlo salvajemente; yo me esforzaba por salvar su vida y peleando por él trataba de sacarlo de allí –momento de las fotos–, cuando una pedrada en el rostro me cegó y fui empujado al centro del grupo de golpeadores que aprovechando su número y entrenamiento me golpearon a su gusto provocando las lesiones que ya se han hecho públicas.

Todo lo sucedido ese 3 de febrero tiene dos aspectos contradictorios que resaltar. De un lado, se trató de una agresión meticulosamente preparada, calculada y ejecutada con participación de la aristocracia de la CNTE, de sus patrones en la SEE, Armando Sepúlveda López y Rafael Mendoza Castillo, a fin de acabar con un movimiento popular independiente en el seno de una escuela primaria pública; todo ello con el conocimiento del Gobierno del estado, sin cuya autorización no podía haberse movido, como lo hizo, la corporación policiaca.

Y al mismo tiempo, y en necesaria coexistencia con la agresión, se trató de una bella página de la historia de Morelia, construida en esas horas terribles. Me enorgullezco de haber participado en esta historia de fraternidad al lado de mis queridos compañeros y de los padres de familia, maestros y personal de la escuela que confiaron en ellos. Esos hombres y mujeres de la primaria Juan Ortiz Murillo, que hasta ahora fue cuando verdaderamente conocieron a mi organización, no podrán dudar ya acerca de quién está a su lado, real e incondicionalmente. Mis compañeros prometieron proteger la escuela, el PETC y a los niños a todo coste, y lo cumplieron, arriesgándolo todo, sin dudarlo un instante, hasta que sus fuerzas se agotaron, literalmente.

Su valeroso ejemplo explica porqué la organización popular representa un peligro para quienes viven a costa del trabajo y los sacrificios ajenos: de esa clase de gente vino la agresión, de los que necesitan al pueblo desorganizado. Pongo a la prensa moreliana por testigo, porque sus actores tienen las pruebas de lo que he afirmado en la simple sucesión cronológica de las imágenes de sus cámaras de fotografía móvil y fija.

Hace 40 años que los antorchistas luchamos por un México en el que existan decenas de miles de escuelas primarias y secundarias no sólo de tiempo completo, sino más desarrolladas aún; sabemos que el pueblo organizado desterrará pronto las escuelas de palitos de nuestra realidad y construirá millares de centros de estudios y de albergues estudiantiles y guarderías dignos y enormes que cambien nuestra realidad educativa radicalmente a todos los niveles. Los acontecimientos atrás narrados representan un acto consecuente de esta forma de pensar y de ser que nada ni nadie podrá ya detener. ¡Quede así registrado en la memoria del pueblo pobre de Morelia y de México!