Piratería y criminalización de la pobreza

**Satanizar a los consumidores de piratería es sencillo, pero el tema de fondo es más complejo. Muchas familias no tienen los recursos para ir al cine, ni para comprar los productos originales. ¿Qué se supone que hagan estas personas?


Piratería y criminalización de la pobreza

La Crónica de Chihuahua
Enero de 2018, 21:00 pm

Por Enrique Montero/ sapiensbox.com

Diversos foros sobre la propiedad intelectual han puesto de manifiesto que cientos de miles de empleos se pierden cada año como consecuencia de la piratería, sin contar las pérdidas que dicho delito provoca en la industria audiovisual y de videojuegos, la cual se calcula en miles de millones.

Pero algo de lo que comunmente se olvidan esos foros, es de las causas del fenómeno. La piratería resulta repudiable porque sabemos que en muchas zonas su comercio obedece a redes de índole criminal, y por ello guarda relaciones intrínsecas con actividades delictivas como la prostitución, el narcotráfico y el secuestro.

Pero al mismo tiempo, también sabemos que el fenómeno es producto de situaciones que lastiman profundamente a un sector amplio de la población, como el desempleo y la pobreza. Muchas familias tienen que encontrar la manera de subsistir, y el mercado informal –controlado por delincuentes que trabajan tanto fuera como dentro de los márgenes de la ley– es el que les puede proporcionar un medio para salir adelante.

Satanizar a los consumidores de piratería es sencillo, pero el tema de fondo es más complejo.

La piratería forma parte de una red de delitos mucho más graves y dañinos para la sociedad, y también es un emblema de una falta de educación en términos de valores y ética; pero a su vez sirve para proporcionarle a muchas familias alguna clase de diversión o de entretenimiento, e incluso sirve para darles alguna especie de formación (también hay libros piratas, aunque éstos, al igual que los originales, casi no se compran: según la última Encuesta Nacional de Lectura, tan sólo 41% de mexicanos con un ingreso familiar mayor a los 11 mil 600 pesos, contempla a la lectura como una actividad recreativa).

Satanizar a los consumidores de piratería es sencillo, pero el tema de fondo es más complejo. Muchas familias no tienen los recursos para ir al cine, ni para comprar los productos originales. ¿Qué se supone que hagan estas personas? Ir al cine, en el mejor de los casos –sin dulces, ni refrescos– cuesta aproximadamente $55 pesos por persona (contra los $2,220 pesos del salario mínimo mensual). Así como van las cosas, la idea de ir en vacaciones a la playa pronto se convertirá en un “vayamos en vacaciones al cine”.

Leyes injustas que defienden a los monopolios, a las grandes empresas, a la concentración de la riqueza; y que criminalizan a los pobres, a su necesidad –y también su derecho– a la diversión.

Pero más allá de la imposibilidad para pagar por parte de algunos sectores de la población (ya los consumidores piratas que pueden pagar, pero no quieren, son harina de otro costal), lamentablemente también hay que admitir que el precio de muchos artículos originales no siempre refleja su calidad. Existen colecciones de DVD y Blu-Ray que son de pésima calidad, cuyas cajas se rompen fácilmente, que aglutinan los discos de una forma poco estética y poco práctica (haciendo que estos se rayen o se maltraten), sin contar los menús interactivos (donde normalmente a algún genio se le ocurre poner spoilers de las tramas o de plano arruinar el final- que parecen hechos a imagen y semejanza de la diapositiva más cutres de PowerPoint.

En muchos sentidos existen también leyes injustas que defienden a los monopolios, a las grandes empresas, a la concentración de la riqueza; se criminaliza a los pobres, a su necesidad –y también su derecho– a la diversión, se criminaliza a la desesperanza de muchos mexicanos que aspiran a gozar de los mismos discos y películas que los estratos más altos. Para esta clase de personas, la piratería puede llegar a convertirse en un aliado fundamental. Quizá, aunque nos duela, la piratería puede ser un mal necesario para los países tercermundistas.