Peregrinación por las dunas del estado más grande

**Un lugar tan remoto fue difícil de conquistar para los españoles; años después fue escenario de batallas revolucionarias de Pancho Villa y Francisco I. Madero; recientemente, vivió una de las épocas más violentas en la historia del país...


Peregrinación por las dunas del estado más grande

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2019, 14:41 pm

Por Diego Parás/
Fotografía Nicola "Ókin"

Viajar por Chihuahua significa entender la relación humano-desierto; aprender de quienes habitan estas tierras: personas, plantas, ríos y montañas por igual. 841 kilómetros de recorrido cruzando pueblos alfareros, zonas arqueológicas y exhaciendas de la Revolución para llegar al desierto más desierto de todos: las dunas de Samalayuca.

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Hay que decirlo, Chihuahua no es un destino sencillo. Es el estado más grande del país, pues cubre el 12.6 % de la superficie total. Sus 247 460 km2 (casi los mismos que los del Reino Unido) cuentan con una red de 14 744 km de carretera que comunica a los 3 556 574 habitantes; a cada uno de los 14 que hay por kilómetro cuadrado (según la densidad de población) y que en algunas zonas tienen que soportar temperaturas que alcanzan los 50º C —mismas que en invierno alcanzan temperaturas bajo cero—. Es decir, Chihuahua es (muy) grande, es (muy) caliente, y todo está (muy) lejos.

Un lugar tan remoto fue difícil de conquistar para los españoles; años después fue escenario de batallas revolucionarias de Pancho Villa y Francisco I. Madero; recientemente, vivió una de las épocas más violentas en la historia del país; y fueron el Chepe, la comunidad tarahumara y las Barrancas del Cobre los encargados de ponerlo de nuevo en el mapa turístico; pero ¿qué hay más allá de eso?

Este viaje transcurre entre el 26 y el 30 de julio, y es importante mencionarlo porque estuvimos (yo y el fotógrafo Nicola) en esa pequeña ventana después de las sequías y antes de las heladas en las que los paisajes cruzan todas las tonalidades entre el amarillo del desierto y el verde oscuro de los valles.

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Sol, cielo, nubes, plantas, arena y la recta carretera que conecta Ciudad Juárez con Nuevo Casas Grandes (NCG, nuestro destino y campamento base para el viaje). Al frente, un espejismo se transforma en más carretera conforme uno se acerca; a la derecha, a 30 kilómetros, corre paralela a la autopista la frontera más transitada del mundo; a la izquierda, más de un millón de kilómetros cuadrados de México. Ciudad Juárez está más al norte que Austin.

Dorado, azul casi lapislázuli, blanco, verde militar, ocre oxidado y una tira negra flanqueada por postes de madera (por no decir troncos y ramas secas) que marcan el principio —o final— de terrenos de planicies tales que podrían ser el futuro del sector agropecuario mexicano, de no ser por las condiciones climáticas que las podrían volver el futuro de la energía fotovoltaica (como muestran los incipientes campos de celdas solares). Si algo sobra aquí es sol.

Calor, espacio, sombra, aridez; un interminable copiar y pegar en movimiento. Hay algo hipnotizante en la repetición. Pasan las horas y aún no es posible definir si es el esperar a que aparezca algo diferente o la nada que da pie a un pensamiento nuevo, lo que hace que uno no se pueda despegar de la ventana. No hay nadie a nuestro alrededor, uno pensaría que nadie más ha pasado por aquí, pero las latas de cerveza a un lado de la carretera recuerdan lo contrario.

Al paisaje se suman montañas a lo lejos, sinónimo de vegetación, lluvia y refugio: la frontera entre el desierto y la sierra. Empiezan a surgir sembradíos y poblaciones al lado de la carretera. Estamos por llegar. Descansaremos y al día siguiente saldremos, de nuevo, al desierto.

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“El desierto para mí lo es todo. Yo creo que la gente que crece aquí se cría más fuerte por las necesidades, la caminata, el calor… yo pienso que la gente se desarrolla más fuerte”. Juan Quezada, originario de Mata Ortiz, habla mientras ve la rendija de la puerta entreabierta que deja pasar un poco de luz y aire sofocante a la sala de su casa (que también es galería). Él es responsable de que el pueblo de Mata Ortiz, a 35 minutos de NCG, que anteriormente existía alrededor del ferrocarril ahora lo haga en torno a la alfarería. Todo gracias a una cueva.

Cuando Juan tenía 13 o 14 años —no recuerda— no tenía educación, dinero, ni zapatos; lo que tenía eran dos burros y leña que venderle a los ferrocarrileros. Fue entonces cuando encontró la cueva. Una de tantas en la sierra, una que estaba tapada por un muro de adobe. La curiosidad de Juan fue casi tan filosa como el pico con el que abrió una pequeña ventana por la que entró. “Volteé y para el lado del norte había un nicho con una olla preciosa, luego volteé al sur y había una blanca y otra amarilla. Piezas modeladas como si las hubieran hecho en torno”. Pertenecían a la región cultural de los mogollones (lo que es ahora Chihuahua, Sonora, Nuevo México y Texas), más específicamente de la ciudad de Paquimé, ubicada a 30 kilómetros de Mata Ortiz. Hoy, con 79 años, uniformado con pantalón y camisa de mezclilla, botas negras, cinturón y sombrero blancos, cejas pobladas y negras, patillas canosas, manos llenas de callos y un tatuaje deformado en el antebrazo izquierdo, Juan sonríe con una dentadura perfecta al hablar de ese día.

No sabía diferenciar el barro de la tierra, no sabía cocerlo, pulirlo, pintarlo y mucho menos darle forma. Después de años de pruebas para igualar la técnica, Juan logró la mezcla perfecta y más que hacer una copia exacta, adoptó el estilo de Paquimé y lo evolucionó con su propio giro. Un día le dio tres de sus piezas a tres comerciantes de Casas Grandes (la ciudad más cercana) con la esperanza de que ellos las pudieran vender en Estados Unidos. “Regresó el primero con la oferta de comprar todas las que hiciera en cinco dólares cada una. ¡Parecía que se me habían alzado los pies de la tierra de lo contento!, cinco dólares era lo que me pagaban por una jornada en el campo cuando me fui de mojado; aquí eran 15 en un día”. Adiós a los burros, adiós a la crisis; la carrera de un artista que ahora vende piezas a 20 000 dólares comenzaría.

Una de sus ollas llegó a manos del antropólogo estadounidense Spencer MacCallum, quien después hizo un viaje sin rumbo a México para encontrar a su creador. “Me pagaba un cheque en dólares por mes, pero no por hacer piezas, sino para experimentar: en la raya, el grosor, en el peso de las ollas, la pintura… él quería calidad, no cantidad”. De Mata Ortiz a Casas Grandes, a Estados Unidos, a Japón, Alemania, Holanda y muchos más; el nombre de Juan —y el de Mata Ortiz— estaría a partir de entonces en museos y galerías de todo el mundo. “Cuando vi que había éxito comencé a enseñar a mis hermanos, a mis primos, a mis amigos; ellos a otros y otros a otros. No voy a decir que yo enseñé al pueblo; no, sería mentira”. Juan es un hombre modesto y prueba de ello es su casa ordinaria con todo lo que le hacía falta en su infancia y, a modo de un lujo permitido, una televisión muy grande y muy plana. Así fue como el pueblo se llenó de pequeñas galerías que uno puede visitar, la mayoría (como la de Juan) en casa del artista.

Y es que la gente del norte recibe al viajero en su casa, como la familia Acosta, los actuales dueños de la exhacienda de San Diego a 15 minutos de Mata Ortiz y 30 de NCG. Una de las 26 haciendas del general Luis Terrazas en Chihuahua, que después de la Revolución fueron repartidas a ejidatarios. Ésta en particular quedó en manos de Manuel Gutiérrez Sáenz, bisabuelo de Denise Acosta, quien maquillada para la fiesta de cumpleaños de su sobrina se toma media hora para enseñarnos su hogar (misma que fue habitada por Pancho Villa y Francisco I. Madero en ocasiones diferentes) antes de que empiece el festejo. “Nos gusta mostrar la hacienda, pero las tres razones por las que no abrimos a alguien son cuando llega gente grosera, cuando no hay un hombre presente y cuando no hay nadie”. Es posible contratar un tour con una operadora turística para que ellos contacten a la familia y se agende una visita.

Escenario perfecto para una película de Fernando de Fuentes, la casa principal, el granero y las caballerizas han sido descarapeladas por la lluvia y el viento, revelando así, poco a poco, los ladrillos de adobe, las vigas de madera y los arcos de cantera de hasta ocho metros de altura. Si esto fuera el sureste del país, probablemente las 21 habitaciones originales de la hacienda serían suites de un hotel boutique; los muros con hoyos de balas revolucionarias estarían intercalados con otros minimalistas de hierro y cristal; las caballerizas serían un spa de la calidad de los de Sedona, Arizona; y los arcos serían descritos como “rústicos y llenos de historia”. Pero no, esto es el norte. El turismo a gran escala no ha llegado como lo hizo a Mérida, lo cual permite que estos lugares se mantengan prístinos.

Pero el turismo, poco a poco, ahí viene. Como se ha vuelto tradición, el norte ha tenido que pelear: contra las condiciones climáticas, los españoles, la Revolución, la falta de infraestructura, los estereotipos y, actualmente, su mayor rival: el narcotráfico. Uno de los soldados al frente de esta nueva revolución es Mayté Luján, curadora del Museo de las Culturas del Norte y una de las principales impulsoras de la alfarería de Mata Ortiz: “Lo que hace falta es creer en nosotros, en lo que tenemos”, dice en su hotel Las Guacamayas en NCG, uno de los pocos hoteles boutique de la zona.

Las 14 habitaciones adoptan la arquitectura de Paquimé, la ciudad prehispánica más importante de la región que se ubica a 500 metros de la puerta del hotel. Los muros anchos de 60 centímetros de adobe tienen dos propósitos: mantener el calor fuera en verano y dentro en invierno. Su galería es quizá la mejor curada de los artistas de Mata Ortiz y es posible visitarla aunque uno no se esté hospedando ahí.

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Así el recorrido hasta ahora:

Cd. Juárez – NCG (280 km); NCG – Mata Ortiz (30 km) – exhacienda de San Diego (11 km) – NCG (25 km).

Así el recorrido por delante:

Paquimé – Cueva de la Olla (75 km x 2: 150 km); NCG – dunas de Samalayuca (300 km); dunas – Cd. Juárez (45 km). 841 kilómetros de

carretera en total.