Palestina, víctima del despojo y la barbarie

Abel Pérez Zamorano


Palestina, víctima del despojo y la barbarie

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2014, 23:46 pm

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, municipio de Guazapares. Es Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y Director de la División de Ciencias Económico Administrativas (DICEA) de la Universidad Autónoma Chapingo (UACh), para el periodo 2014-2017.)

Desde hace dos semanas, Israel bombardea la Franja de Gaza en Palestina, y ha lanzado una ofensiva terrestre con un saldo, hasta hoy, de 570 muertos y 13 mil heridos, principalmente civiles. Los noticieros hablan de una “guerra”, pero cualquier observador atento se percata de que prácticamente no pueden mencionar casi ninguna baja del lado israelí, salvo uno hasta hace cuatro días y luego una patrulla de soldados: se trata llanamente de una agresión, realizada por la artillería y 70 mil efectivos militares en marcha sobre el pequeño territorio de escasos 360 kilómetros cuadrados y con menos de dos millones de habitantes. El gobierno israelí aduce que su objetivo es “destruir la estructura militar de Hamas”, la organización gobernante en Gaza, principalmente la galería de túneles que cruzan hacia el Sinaí, precisamente donde Moisés peregrinó al frente de los hebreos que huían de la esclavitud en Egipto; donde recibió los Diez Mandamientos, el quinto de los cuales ordena: No matarás; y donde hoy, Israel, autoproclamado heredero de aquellos sufridos hebreos bíblicos, ejecuta una verdadera masacre.

El argumento de que combate al “poderío militar” de Hamas es deleznable, primero, porque está matando fundamentalmente civiles, y, segundo, porque es bien sabido que los famosos túneles forman parte vital de la economía de Gaza: son usados para introducir combustibles, materiales de construcción, ganado, alimentos y muchas mercancías más desde Egipto, toda vez que la Franja está militarmente cercada por Israel, y su capacidad productiva es muy baja; para colmo, el paso de mercancías se ha reducido, en 75 por ciento, desde el golpe de Estado en Egipto, por el bloqueo de túneles. Sobre tal estado de cosas, BBC Mundo publicó en reportaje el pasado 15 de julio que: “Los palestinos tampoco pueden cultivar en la zona de contención declarada por Israel, un kilómetro y medio en el interior de Gaza. Esto ha provocado un descenso en la producción de unas 75,000 toneladas de alimentos por año. El área restringida coincide con lo que se considera la tierra más fértil de la Franja.” Y como Israel controla el acceso al mar, impide a las embarcaciones alejarse de la costa, y la pesca ha decaído. Agrega la BBC que: “El nivel de riesgo de no poder acceder a comida se ha incrementado en Gaza del 44% al 57% entre 2012 y 2013. El 80% de la población recibe alguna clase de ayuda alimentaria ya que pocos tienen el dinero suficiente para pagar por sus necesidades básicas.” Y añade: “Solo el 5.5% del agua que sale de las tuberías cumple con los estándares de calidad de la Organización Mundial de la Salud.” Los habitantes de Gaza están, pues, sitiados, bombardeados y hambrientos.

Para entender este enésimo episodio de la tragedia palestina conviene mirar las cosas en retrospectiva. En su libro Los árabes, Eugene Rogan, profesor en la Universidad de Oxford, esclarece esta historia en la que los palestinos fueron despojados de su territorio para formar ahí un nuevo país, Israel. Habitaba en Palestina desde antiguo una muy pequeña comunidad judía nativa, yishuv, compuesta a lo más por 24 mil personas, 9 por ciento de la población, contra un 85 por ciento musulmán (Rogan, pp. 307-308). Pero entre 1882 y 1903 haría su arribo la primera oleada de inmigrantes judíos: inicialmente 26 mil, que sumados a los nativos totalizaban ya 50 mil; y siguieron llegando: para 1914 serían 85 mil y en 1929 representaban ya el 27 por ciento de la población. Hoy Israel tiene ocho millones de habitantes, mientras los palestinos de Gaza, por la pérdida progresiva de territorio, viven hacinados, con una densidad poblacional de las más altas del mundo: 4,505 personas por kilómetro cuadrado, y se espera que para 2020 alcance 5,835.

Económicamente, este proceso contó con el apoyo del gran capital judío, en el que destacan los célebres banqueros Rothschild, e ideológicamente la justificación del movimiento sionista la daría Théodore Herlz en su libro El Estado judío. Como era esperable, para 1946 el conflicto entre árabes nativos e inmigrantes judíos alcanzaba muy altos niveles de violencia, y como “solución” la llamada Comisión Peel propuso la partición del territorio: “Los judíos obtendrían el control de un Estado propio en el 20 por 100 del territorio de Palestina, un 20 por 100 en el que se incluía la mayor parte del litoral y algunas de las regiones agrícolas más fértiles del país, situadas en el valle de Jezreel y en Galilea. A los árabes se les asignaban las tierras más improductivas de Palestina, entre las que figuraban el desierto del Néguev y el valle de Aravá, así como la accidentada región de Cisjordania y la Franja de Gaza” (Eugene Rogan, 319). Lógicamente éstos últimos no aceptaron, y el conflicto continuó, pero las cosas resultaron aún peor.

En noviembre de 1947 la ONU emitió la Resolución 181, que crea el Estado de Israel, con el 55 por ciento del territorio de los palestinos, incluyendo casi todo el litoral mediterráneo, pero sin reconocer un Estado palestino. La constitución formal de Israel, en 1948, ocurrió un día antes de que las tropas británicas abandonaran Palestina (E. Rogan), es decir, bajo su égida; y para ese momento, el ejército israelí contaba ya con 96 mil efectivos. Carlos Martínez Assad en su libro Los cuatro puntos orientales, detalla: “Las resoluciones 181 y 194 creaban dos territorios con dimensiones semejantes: a Israel se le concedían 14,100 kilómetros cuadrados y al árabe 11,500 kilómetros. Sin embargo, Eretz Israel terminó ocupando 77 por ciento del territorio que supuestamente debía distribuirse entre ambos Estados.” (p. 90).

A nivel internacional, el mundo árabe fue abandonando a su suerte a los palestinos: en 1977, Egipto, con Anuar el-Sadat como presidente, fue el primer país en reconocer a Israel. Desde la cúpula mundial, Estados Unidos actúa como protector de ambos países, que hoy hacen pinza sobre Gaza: apoya anualmente a Egipto con mil 500 millones de dólares para gastos militares, y a Israel con 3 mil millones (The Washington post, 9 de julio de 2013); en 2013, este último fue el octavo exportador de armas (Stockholm Internacional Peace Research Institute). La ONU, por su parte, se limita a emitir resoluciones anodinas, meramente simbólicas, como la 242; recientemente la UNESCO admitió al “Estado Palestino” como integrante, y desde 2012 la Asamblea General de la ONU lo reconoció como observador. Todo son apoyos de papel y, mientras tanto, hoy el mundo contempla horrorizado un episodio más de la tragedia de Palestina.