Odisea al Monte Tláloc: el paisaje místico y la “montaña fantasma”

**El lugar tiene el centro ceremonial más grande y construido a mayor altura de toda América, más alto incluso que Machu Picchu.


Odisea al Monte Tláloc: el paisaje místico y la “montaña fantasma”

La Crónica de Chihuahua
Junio de 2016, 18:09 pm

Por Ricardo Dávila, especial para La Jornada

Un nítido color azul se desliza desde el centro del cielo hasta las puntas y faldas de las montañas. La avanzada de los pigmentos se va clareando conforme tocan el horizonte, hasta convertirse en un cinturón de neblina. Desde arriba hacia abajo, y conforme avanza, la claridad agarra matiz de colores verde y amarillo, en una vegetación que asemeja ser una suerte de pradera. Encima del aquella vegetación se sobreponen los gigantes de tierra: Pico de Orizaba, Iztaccíhuatl, el Nevado de Toluca y La Malinche. Cada cuadro visible es un espacio digno de los trazos del pintor paisajista William Turner. Estás en el punto más alto al oriente del Valle de México.

Para poder ver aquella imagen se requiere llegar a la cúspide del Monte Tláloc -ubicado en la Sierra de Río Frío-, en las orillas del municipio de Texcoco. Un lugar al que la naturaleza no la pone fácil. Primero es necesario viajar al comienzo de una de las alejadas rutas de acceso, por ejemplo si se hace desde el pueblo de San Pablo Ixayoc, el recorrido tiene una duración de seis horas a pie o dos yendo en camión. El trayecto es en pendiente, de superficie irregular, peñascosa y endeble; el calor es abrasador debido a que en el tramo los rayos del sol se filtran por las ramas de los encinos, coníferas y pinos o por donde no hay sombra. El polvo que levantan las corrientes penetra en cada poro de la piel descubierta, la respiración y visibilidad se dificultan.

Pero eso no es todo, conforme se va avanzando la altitud va incrementando mientras que las temperaturas van en picada. El lugar llega a estar entre los ocho y seis grados bajo cero. El Monte Tláloc se encuentra a 4 mil 100 metros sobre nivel del mar. En esas condiciones el cuerpo del humano trabaja sólo con el 40 por ciento de oxígeno.

Arribar a la cima es un logro. Mucho más para los que no están acostumbrados a la caminata extrema. El sendero, a pesar de estar marcado debido al trabajo del equipo de arqueólogos que han investigado la zona desde mediados del siglo pasado, sigue siendo difícil en una geografía de naturaleza indomable, ahora hay una piedra que se desliza y te pueda hacer caer, ahora la escarcha por las bajas temperaturas te hacen resbalar. Mientras tanto se debe de tener precaución por la fauna silvestre, entre ésta, víboras de cascabel.

Todo eso lleva trabajo acostumbrarse pero te adaptas, después de un rato.

El esfuerzo físico para llegar a la cima del monte se vuelve un ligero tributo a la inmensidad de importancia del sitio. Ahí se encuentra un centro de adoración Tláloc -de ahí su nombre al monte- que data de hace más de mil años. Y adquiere una valoración significativa: el lugar es el centro ceremonial más grande y construido a mayor altura de todo Mesoamérica, más alto incluso que Machu Picchu.

De acuerdo con la información del sitio arqueológico, el Monte Tláloc fue edificado aproximadamente en la época teotihuacana. Eso se conjetura pues se tienen registros de discos de mosaico que datan del periodo Tlamimilolpa (300-450 d.C.) el cual se remonta al periodo clásico en el altiplano central mexicano. También se tienen vestigios de antes de la llegada de los españoles y en la época de la conquista. Los gobernantes de la Triple Alianza (Texcoco, Tlacopan y Tenochtitlán) hacían fastuosas ofrendas dedicadas a Tláloc, conocido por ser la deidad a la energía de la lluvia.

Observar el panorama da una sensación de pequeñez ante el vasto valle de México, pero la presencia histórica arraiga un aire de engrandecimiento en tu persona al pisar el mismo suelo de los ancestros. Dentro y en las proximidades del centro se han encontrado cerca de 176 sitios o espacios que tienen que ver con alguna manifestación arqueológica (a saber: oquedades, pozas, cuevas, petrograbados, etc) de acuerdo con el arqueólogo Víctor Arribalzaga, líder del proyecto de restauración de la zona.

Víctor Arribalzaga, quien es el único arqueólogo de alta montaña en el valle de México, lleva trabajando más de 10 años en el proyecto. Ahí, uno de los descubrimientos más importantes de la investigación del arqueólogo ha sido haber encontrado la “aparición” de la "montaña fantasma", un fenómeno óptico en el cual tres montañas (Pico de Orizaba y la Sierra Negra que se encuentran en el estado de Veracruz y La Malinche ubicado en el estado de Tlaxcala), aparentemente conforman una sola, viéndolas de izquierda a derecha sobre el horizonte.

El fenómeno se puede observar desde la cima del Monte Tláloc en el momento en que sale el sol del 7 al 12 de febrero de cada año, sobre dichas montañas. “Son 5 días los que corresponden a los Nemontemis (últimos 5 días del año mexica), que es además el primer día del año nuevo Mexica - según datos del cronista fray Bernardino de Sahagún-. Un fenómeno natural con apenas una pequeña variación cada 100 mil años”, explica el arquéologo Víctor Arribalzaga.

Desde el 2005 ha ido incrementando la presencia de visitantes al Monte Tlalóc para presenciar el advenimiento de la “Montaña Fantasma”. Al comienzo fueron unas 50 personas; en esta última visita (2015) se registraron en números redondos mil visitantes.

El logro del número de visitantes (que venían de diferentes estados de la República e incluso había ciudadanos españoles) se explica por el esfuerzo del arqueólogo Víctor Arribalzaga y su equipo, quienes a través de los últimos años, han facilitado los senderos y lugares de campamento para que los visitantes puedan estar a unos 40 minutos del centro ceremonial. Además, han llevado un proceso de reconstrucción del centro de manera paulatina pero significativa, por ejemplo, el año pasado la calzada estaba derrumbada (según reportes de visitantes) y ahora se observó edificada.

Para quienes pudimos presenciar el fenómeno de la “montaña fantasma” las palabras quedan cortas. Normalmente hay campistas desde el inicio de la madrugada. A visitantes inexpertos se les pide esperar a las 5 o 6 de la mañana pues el frío es intenso y las brisas lo incrementan. Pero desde las 4 de la mañana se podía observar a montañistas experimentados ubicados en la parte frontal de la muralla este del centro ceremonial. En ese sitio la gente comenzó a aglomerarse para presenciar el momento de la llegada del sol, algunos resguardándose de las brisas, otros encima de la muralla para filmar mejor.

El azul marino de la noche en la madrugada era salpicado por el resplandeciente brillo de las estrellas, un escenario casi nunca observable desde la ciudad. Poco a poco aquel azul marino se volvía púrpura, como el anuncio de la próxima llegada del sol. Ese púrpura generaba un horizonte naranja y amarillento. Súbitamente a las 6:06 de la mañana apareció el primer rayo de sol.

Un intenso “¡Ooooh!” Se escuchó por parte de los miles de visitantes. Los aplausos y los “clicks” de las cámaras fotográficas resonaban. El viento helado que aventó la llegada del sol hacia la zona y que registraron -según al altímetro/termómetro llevado- de 6.5 grados bajo cero, no importaron. El fenómeno ofrecido era por fin visualizado. El sol llegaba de manera apacible y sin mucha intensidad de calor. La sombra que rebotaba de los volcanes aparentaban formar una sola en la parte oeste de la muralla del centro ceremonial.

Poco a poco la claridad volvía a asomar el majestuoso paisaje de la pradera, estepa y montañas que rodean el centro ceremonial. El esplendor del valle de México. La capa de nieve que cubre la punta del Iztaccíhuatl. Un lugar histórico para visualizar y revivir también lo que fue.