Miles de viviendas abandonadas: ¿qué más estamos esperando?

**De un lado tenemos miles de familias proletarias que tuvieron que abandonar “su” casa por no poder pagarla, y del otro una cantidad exactamente igual de familias sin hogar, que miran incrédulos e impotentes cómo se van arruinando todas esas viviendas desocupadas, sin poder adquirirlas legalmente.


Miles de viviendas abandonadas: ¿qué más estamos esperando?

La Crónica de Chihuahua
Octubre de 2018, 17:00 pm

Por Saúl Cacho

No cabe duda de que nuestro país se asemeja a los quemados en tercer grado: que donde los toquen, les duele. Para nadie resulta un secreto, hoy en día, el estrepitoso fracaso de los programas de vivienda para los trabajadores, instrumentados por el gobierno federal y los gobiernos estatales en todo el país. Por el contrario, en la actualidad es un fenómeno tan público y tan conocido, que muy pronto nos hemos acostumbrado a él; nos hemos habituado a mirar por distintos rumbos de la ciudad y del estado gran cantidad de viviendas abandonadas, y a verlas como algo normal, particularmente en “fraccionamientos” de Infonavit, de Fovissste y otras dependencias oficiales.

Nos hemos hecho a la idea de que esas casas deshabitadas, estropeadas y hasta saqueadas, son un componente “natural” del paisaje, “que ni nos da frío, ni nos da calor”; miramos casas abandonadas con la naturalidad con que miramos todos los días una carcacha del transporte público, un bache en la calle, un policía transa o la nota roja de los periódicos; miramos a nuestros “homeless” (“sin casa”) con el mismo desenfado y desinterés con que miramos la terrible problemática política y social que aqueja a nuestro país prácticamente en todos los aspectos.

Sin ánimo de caer en exageraciones amarillistas, creo que nos encontramos (aquí también) en presencia de un gigantesco y gravísimo problema político y social, que afecta severamente, (para variar un poco), a la clase obrera mexicana, y además por partida doble: de un lado tenemos miles de familias proletarias que tuvieron que abandonar “su” casa por no poder pagarla, y del otro lado tenemos una cantidad exactamente igual de familias trabajadoras sin hogar, que miran incrédulos e impotentes cómo se van arruinando todas esas viviendas desocupadas, sin poder adquirirlas legalmente y en condiciones de pago razonables.

Tal y como sucede diariamente, a lo largo y ancho del mundo capitalista, en el que se producen alimentos, medicinas, viviendas y una infinita cantidad de bienes de consumo, pero no para ir a repartirlos al primero que los necesite. Bajo el Modo Capitalista de Producción, todos los bienes y servicios que se producen están destinados al mercado, es decir, se trata de mercancías que se rigen por las leyes del mercado, como la Ley de la Oferta y la Demanda. Un capitalista no produce cientos de toneladas de jabón o de zapatos diariamente para su uso personal, o el de su familia: tampoco para donarlos a la beneficencia pública; los produce para venderlos, y además al mayor precio posible.

Es así como se explica el terrible espectáculo de las grandes industrias de alimentos y de todo tipo, arrojando diariamente al mar montañas de comida, medicinas, ropa y una cantidad infinita de bienes de uso y consumo, con el perverso propósito de mantener elevados sus precios, pues no olvidemos que cuando la oferta de un producto “X” se eleva, es decir, cuando hay demasiadas mercancías “X” en los aparadores, su precio se abarata, mientras que, cuando hay poca mercancía circulando, cuando hay carestía de la mercancía “X”, su precio tiende de manera casi automática a elevarse. Se trata de un proceso especulativo inherente al sistema capitalista de producción, conforme al cual los grandes fabricantes prefieren esconder, tirar y destruir tales mercancías, antes que abaratarlas, importándoles un rábano la existencia de miles de millones de familias en el mundo (esto último tampoco es ninguna exageración), sin alimento, sin medicinas, sin vestido, sin vivienda, sin empleo y sin paz.

Bien, pues exactamente lo mismo sucede con el asunto de las casas abandonadas en nuestra ciudad capital. Los grandes empresarios inmobiliarios y el propio Estado prefieren, mil veces, que las viviendas se arruinen, como se arruina la existencia de legiones enteras de familias, antes que asignarlas a los solicitantes de vivienda, con esquemas y formas de pago justas, racionales y al alcance del bolsillo de nuestros malpagados trabajadores, y no, como sucede actualmente con muchísimas familias trabajadoras, quienes después de haber pagado dos o tres veces el precio original de la casa no logran saldar completamente su “crédito”, sino por el contrario, hoy deben mucho más de lo que les “prestaron”.

¿Qué significado tiene todo este desmadre; qué nos demuestra este aparente “caos”? Lo que este caos nos está gritando a la cara es que el Modo Capitalista de Producción ha fracasado. Que producir para el mercado, y trocar todo en mercancía, en forma anárquica, sin ton ni son, obedeciendo única y exclusivamente al interés de las grandes constructoras e industrias de todo tipo, banqueros y comerciantes del mundo, es lo que explica el caos económico, político y social que prevalece en gran parte del planeta. De un lado –reitero-, millones de seres humanos deambulando en busca de un techo para vivir, y del otro millones de viviendas deshabitadas; de un lado miles de toneladas de medicinas, alimentos, vestido lanzados al fondo del mar para evitar su abaratamiento, y de otro millones de niños y adultos muriendo como moscas a causa de enfermedades curables, a causa de la terrible hambruna que azota a gran parte del planeta, o debido a las condiciones infrahumanas en que transcurre su vida.

En tales circunstancias, ¿qué debemos hacer los trabajadores? Lo primero que debemos hacer es dejar a un lado nuestra apatía, nuestra desidia y nuestra negligencia reaccionaria, y preocuparnos por estudiar, estudiar y estudiar; hacernos amigos de los libros, de la cultura en general y, sobre todo, organizarnos en un verdadero partido obrero, en el que los protagonistas estelares seamos los trabajadores, y no los jilguerillos y caudillos todopoderosos “de moda”, que hoy nos bajan el cielo y las estrellas, y al día siguiente, una vez que nos han arrancado el voto con engaños, nos apuñalan despiadadamente y nos entregan atados de pies y manos a los apetitos insaciables de los verdaderos dueños del mundo.

No permitamos que nos distraigan y nos mediaticen con temas supuestamente “gravísimos”, como por ejemplo, la lucha contra la corrupción, las pensiones de los expresidentes, la construcción del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, el Tren Maya y demás hierbas, mientras que al mismo tiempo nos esconden la terrible tragedia de millones de mexicanos sin vivienda, sin empleo, sin servicios de salud, sin escuelas, sin agua potable, ni drenaje, ni seguridad pública, etc.

Durante toda su campaña, y ya como presidente electo, ni Morena, ni su dueño AMLO, han dicho esta boca es mía, a la hora de pronunciarse respecto a la terrible situación que prevalece entre la clase trabajadora. Hace apenas unos días, la bancada perredista del Congreso de la Unión, presentó una iniciativa de ley, consistente en la elevación del salario mínimo hasta $180.00 diarios, iniciativa que fue rechazada por la mayoría morenista del Senado y la Cámara de Diputados. Ya nos podemos imaginar lo que los trabajadores del país pueden esperar de la “República del Amor”.

En tales circunstancias, toda lucha, todo movimiento legítimo, encaminado a lograr la reinstalación de los trabajadores desahuciados y la renegociación justa y racional de sus adeudos, ahí donde sea posible, así como la reasignación de tales viviendas a trabajadores que las necesitan, también a precios y plazos justos y razonables, debe ser aplaudida y apoyada decididamente.