México celebra medio siglo del más grande y bello de sus museos

**Ya han pasado 50 años desde que se inauguró el Museo Nacional de Antropología, la joya del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. Hoy el inmueble es sometido a diversas obras de remodelación, de las cuales aquí te platicamos varios detalles.


México celebra medio siglo del más grande y bello de sus museos

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2014, 17:14 pm

Ciudad de México.- Justo Sierra tuvo la intención de construirlo en 1910, pero el estallido de la Revolución se lo impidió. La antigua Casa de Moneda fue su primera sede, pero resultaba muy pequeña. Por eso, el entonces presidente Adolfo López Mateos mandó edificar, en 19 meses, una obra monumental, que a sus 50 años mantiene su esplendor como el día de su inauguración: el Museo Nacional de Antropología.

Llegar a esta edad en perfecto estado de salud requiere de cuidados intensivos. A primera hora, Claudia Blas Rojas toma su maletín, verifica que lleva todo su instrumental y se encamina a la Sala Maya. Es lunes, el museo está cerrado, así que podrá hacer su labor quirúrgica con calma.

Observa la pieza que debe restaurar. Ya no hace corajes al detectar las manchas de grasa de un visitante que no pudo resistir la tentación de tocar la piedra caliza del año 700 d.C., de acuerdo con la placa alusiva. Con la precisión de un cirujano, manipula algodones y sustancias para reparar el daño. Le tomará una semana limpiar el milenario dintel de Yaxchilán.

La especialista comanda al reducido grupo de restauradores del Laboratorio de Conservación del museo, quienes mantienen en el mejor estado las valiosas piezas arqueológicas que se exhiben de forma permanente.

Ella es parte del pequeño ejército de 900 trabajadores que hace funcionar este lugar que, entre otras funciones, resguarda el legado arqueológico mesoamericano. Hace cuatro años y medio egresó de la Escuela de Conservación y Restauración de Occidente (ECRO), una de cinco instituciones públicas que ofrecen esta licenciatura, donde sus colaboradores todavía cursan estudios.

“El equipo (de restauradores) es muy pequeño, no debe pasar de una docena”, estima Antonio Saborit, director de la insitución dependiente del INAH, desde 2013. Un puñado de estudiantes avanzados para dar cuidados a la colección de 8 mil piezas que se exhiben en las 11 salas de Arqueología.

El historiador quisiera engrosar el área de trabajo que considera entre las más importantes para cualquier museo, pero la estrechez, dice, no es por falta de recursos económicos (él calcula que, para operar, el recinto contó este año con 100 millones de pesos aproximadamente), sino porque la carrera de restauración tiene poca demanda en México.
Mientras el funcionario se desliza entre andamios y grúas que trasladan piezas cuyo peso se mide por toneladas, el personal de limpieza y mantenimiento orquesta una música constante de pulidoras y martillos.

Los museógrafos Eduardo y Mariana Cruz se saltan el almuerzo para continuar con la colocación de un sellado especial en las vitrinas.
Para este aniversario, 160 monolitos de la Sala Mexica, que datan de 1200 a 1521, recuperaron su esplendor, entre ellos La Piedra del Sol, de 24 toneladas. Además, una cincuentena de piezas recibieron limpieza, entre ellas estelas y dinteles de más de un metro y medio de alto, que están expuestas en forma directa en la Sala Maya.

Tres docenas de guardias –varios rebasan los 50 años— hacen lo que pueden para proteger los vestigios cuando se aglomeran los visitantes, que en 2013 sumaron 2 millones 120 mil. Por más que los reprende, en dos años de vigilancia don Faustino ha visto que algunos no resisten la tentación de tocar las piedras ancestrales, como si se tratara de la imagen de un santo.

TESOROS OCULTOS

En 1986 el museo sufrió el robo de 140 valiosas obras, muchas no fueron recuperadas. Desde entonces la seguridad es más rigurosa, no hay manera de aproximarse a las bóvedas.

Casi nadie conoce el mundo subterráneo donde se resguarda el acervo de 200 mil piezas del recinto. Pero las más preciadas, aclara Saborit, están a la vista del público.

“Mucha gente piensa que todos los museos guardan algo muy especial, que hay algo que apartan de la vista del público. Es una bonita imagen que no quisiera destruir. La verdad es que lo mejor está a la vista, el visitante viene a ver La Piedra del Sol, en la Sala Mexica; La Guacamaya, en la Tolteca; la Máscara de Pakal, en la Maya”.

En el sótano, los restauradores y curadores manipulan todo con guantes. La temperatura y los niveles de humedad son controlados, aunque el mayor enemigo de los vestigios, coinciden, es el polvo.
Aquí abajo, el trabajo no para, aunque el museo ya no recibe, como antes, los hallazgos arqueológicos que surgen a diario. Ahora los recintos estatales son los receptores de los vestigios que les corresponden, explica Saborit.

DETALLES INVISIBLES

Pero lo invisible también está a la vista. Por increíble que parezca, más de 40 mil chicles han sido removidos del patio central, ese que Pedro Ramírez Vázquez planeó como el corazón de su joya arquitectónica, a través del cual circularían los visitantes a su gusto, liberándolos de seguir un orden programado en su recorrido.

Desde que tomó posesión de su cargo, Saborit ha dado prioridad a los trabajos de mantenimiento para dar lustre a esos recorridos, a través de detalles que no se notan salvo en el conjunto: impermeabilización, cambio de luminarias, la restauración de murales o la limpieza profunda a la fuente de Tláloc.

La intención es dejar el recinto reluciente para el 50 aniversario del espacio, que se prepara para alojar, en los próximos meses, un nutrido programa de actividades.
Agencias