Médico estadounidense logró asesinar a más de 60 personas sin ser arrestado

Swango empezó a cometer sus crímenes ya durante su etapa de estudiante en la Escuela de Medicina de la Unviersidad del Sur de Illinois


Médico estadounidense logró asesinar a más de 60 personas sin ser arrestado

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2018, 19:42 pm

Bruce Sackman, ex agente especial que entre 1995 y 2000 estuvo a cargo de la Oficina del Inspector General del Departamento de Asuntos de los veteranos en EE.UU., publicará el próximo 18 de septiembre el libro ’Behind the murder curtain’ (’Detrás de la cortina asesina’) en el que explica el caso de Michael Swango, un médico estadounidense que desde 1980 asesinó al menos a 60 personas, entre ellas pacientes, informó esté sábado New York Post.

Según Sackman, Swango empezó a cometer sus crímenes ya durante su etapa de estudiante en la Escuela de Medicina de la Unviersidad del Sur de Illinois (EE.UU.), a principios de los años ochenta, cuando mostró especial interés en los pacientes moribundos. "Se movía cerca de sus camas, estudiaba sus cuadros y hacía preguntas sobre el tipo de dolor que padecían y cómo lo soportaban", detalla el exagente especial en su libro.

En opinión de Sackman, "parecía que lo que más disfrutaba era estando cerca de su sufrimiento". Aunque el número exacto de personas muertas a manos del médico no está claro, el exagente especial cree que la cifra supera las 60.

El libro relata cómo Swango, tras graduarse, consiguió un empleo en un hospital de Ohio, donde varias enfermeras dieron la voz de alarma ante la misteriosa muerte de algunos pacientes sanos después de que el doctor les atendiera. Una de ellas incluso dijo ver a Swango inyectando algo a un paciente. Sin embargo, la dirección del hospital reprendió a las trabajadoras por mostrarse "paranoicas" y se olvidaron del caso. Este tipo de incidentes se repitieron en varias ocasiones en los diferentes centros de salud en los que Swango trabajó durante los doce años siguientes, y donde tampoco tomaron cartas en el asunto pese a las sospechas, e incluso denuncias, que suscitó su comportamiento.

Asimismo, Sackman también explica cómo en dos ocasiones, ambas en 1984, Swango intoxicó a sus compañeros de estudio y de trabajo ofreciéndoles comida, después de lo cual solía contactar con alguno de ellos para preguntar cómo se sentía, para que le explicara cuán fuerte era el dolor que padecía y si sentía que se estaba muriendo. Tras desperar las sospechas en su entorno, un grupo de compañeros encontró arsénico entre sus posesiones, lo denunciaron. Al inspeccionar su domicilio, la Policía halló todo tipo de sustancias venenosas.

En 1985 Swango fue condenado a cinco años de prisión por agresión agravada y envenenamiento. Sin embargo, solo cumplió dos años de condena, abandonando la cárcel por buena conducta. En 1992 ingresó en una universidad de Dakota del Sur tras falsificar un documento de antecedentes penales y tres años después fue despedido por mala praxis. Entonces decidió irse a Zimbaue a ejercer en un hospital, donde, según su equipo médico, podría haber sido el responsable del fallecimiento de unas 60 personas.

Al volver a Estados Unidos en 1997, y antes de trasladarse a Arabia Saudita por motivos de trabajo, fue arrestado en un aeropuerto de Chicago por delitos de fraude al presentar credenciales falsas y por distribuir de manera ilegal ciertas sustancias, cargos por los que fue condenado a 31 años y medio de prisión. Además, en el año 2000 fue acusado de tres asesinatos y se le imputaron otros once cargos. Por su parte, el Gobierno de Zimbaue lo acusó de envenenar a siete pacientes, matando a cinco de ellos. Finalmente, Swango fue condenado a tres cadenas perpetuas sin posible libertad condicional en EE.UU., quedando anulada la posibilidad de ser extraditado al país africano.

Sackman, que en la actualidad es investigador privado de hospitales en Nueva York, termina el apartado de su libro dedicado al caso de explicando cómo desarrolló un protocolo para que se vigile en los entornos médicos este tipo de situaciones, recordando el caso del doctor inglés Harold Shipman, que fue autor de entre 250 y 300 muertes.