Luchar o no luchar

Por Omar Carreón Abud


Luchar o no luchar

La Crónica de Chihuahua
Marzo de 2017, 11:00 am

(El autor es ingeniero Agrónomo y luchador social en el estado de Michoacán. Articulista , conferencista y autor del libro: Reivindicar la verdad)

Ya nadie parece querer acordarse de que en agosto de 1938 se celebró una importante reunión en París, Francia, en la que participaron 26 influyentes intelectuales y que llevó el nombre de Coloquio “Walter Lippmann”.

Poco se dice que esa reunión la organizó un filósofo francés llamado Louis Rougier, quien enseñaba su materia en la Universidad de Besancon y que en ese conciliábulo se dio forma y nombre a la doctrina geopolítica con la que ahora se gobierna al mundo.

El neoliberalismo se meditó y diseñó como una respuesta económica y política tanto al ascenso del socialismo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que avanzaba en riqueza, justicia social y prestigio, al grado que el director del poderoso diario estadounidense The Nation había escrito en 1929 que la URSS era “el experimento más grandioso que el ser humano haya emprendido jamás”, como una propuesta de cura keynesiana al sonado fracaso del liberalismo tradicional que causó la crisis económica de 1929 que en 1933, año en que Franklin D. Roosevelt asumió el poder, parecía destruir a Estados Unidos con una desocupación de 25 por ciento, una reducción a la mitad de su producción industrial, la renta del campo encogida 60 por ciento, el sistema bancario quebrado y el producto interno bruto (PIB) reducido a la mitad.

Walter Lippmann fue un periodista que en 1937 publicó un libro cuyo título no ocultaba su vínculo ideológico con la expresión conservadora, “la buena familia”: Una investigación sobre los principios de la buena sociedad, y que fue discutido en detalle por los convocados a la reunión.

Además del propio Lippman y Rougier, y otros destacados intelectuales de la derecha mundial, asistieron pensadores de la talla de Raymond Aron y los teóricos de la escuela económica austriaca, Friedrich Hayek y Ludwig von Mises.

Los participantes decidieron fundar una organización que se llamó Comité Internacional de estudio para la renovación del liberalismo, que tenía la encomienda de difundir y promover sus ideas.

Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial impidió a la nueva agrupación desplegar todas sus potencialidades y el plan tuvo que ser renovado hasta el 10 de abril de 1947, cuando Hayek fundó la llamada Sociedad “Monte Pellerin” (por el hotel suizo en el que se originó), en la que participaron también George Stigler (autor de The price theory and resources allocation, maestro de las escuelas de Economía de los años 70), Karl Popper y, entre otros, Milton Friedmann, fundador de la “escuela de Chicago” y la severísima política económica de la dictadura de Augusto Pinochet. Como puede verse, la nueva ideología estuvo diseñada por grandes teóricos y no se trató de ninguna improvisación.

Como ya dije, con esta doctrina económica se gobierna al mundo y ella es la responsable de los resultados socioeconómicos que prevalecen en la mayor parte de los países.

Ella explica la pobreza aterradora y la destrucción del planeta, más aterradora que la miseria humana. ¿Que dicen quiénes creen en esta política económica?

Dicen que las personas son seres competitivos que se interesan por su beneficio propio y que ello beneficia a la sociedad en su conjunto, porque la competencia empuja a todos a colocarse en la parte alta de la pirámide social.

¿Cierto o falso? Falso, falsísimo, una patraña total. Si el hombre fuera esencialmente competitivo, si así hubieran sido nuestros antepasados, nunca hubieran evolucionado ni a planarias.

La imponente evolución humana es producto directo de la estrecha colaboración entre los miembros de un colectivo frágil y amenazado que para sobrevivir durante millones de años debió compartir alimentos, abrigos, viviendas, hembras, el cuidado común de sus crías y tuvo que mantenerse siempre estrechamente unido.

Si hablamos históricamente, el credo neoliberal es un insulto a la ciencia y a la inteligencia humana; y si tratamos de la época actual, más todavía.

¿Sería posible la producción de la gigantesca riqueza moderna si un obrero no colaborara estrechamente con otro, si cada uno de ellos, con atingencia y esmero, no produjera sólo una parte y, el producto completo y terminado fuera la consecuencia de un potente trabajo en equipo, de la estremecedora colaboración nunca antes vista en la historia de la humanidad?

Y lo que sigue es igual o más falso todavía; si la competencia empuja a todos a quedar arriba de la pirámide social, esto implicaría necesariamente que en el fondo del edificio humano quedarían solamente los flojos, viciosos o desobligados. ¿Y es así? No, de ninguna manera.

El ascenso social no depende del esfuerzo; no, señores, a otro perro con ese hueso; ésa es una verdad tan cierta como la de las cualidades maravillosas de las pastas de dientes o las cremas milagrosas que curan hasta las uñas enterradas.

El ascenso social no es parejo porque el punto de partida para mejorar socialmente no es el mismo.

¿Aceptaría usted participar en una carrera de 100 metros dando 90 de ventaja? Pues así es el ascenso social gracias al esfuerzo, al estudio, a la abnegación y aplicación que se les pregona a las clases trabajadoras con respecto a las clases privilegiadas. Pero no sólo está el punto de partida, están los obstáculos que ponen los de arriba para el ascenso de los demás; verbigracia, los exámenes de admisión a las universidades, más cerradas y excluyentes entre más redituable es la profesión que ofrecen.

¿Y qué más dicen estos señores? Que la riqueza gotea. ¿Cómo que gotea? Sí, que se comparte de arriba hacia abajo como el agua que sale por un agujero de una maceta recién regada. ¿Ah, sí?

Pues hay millones de seres humanos que viven bajo una maceta muy bien regada pero sin que aprecien agujero alguno para gotear. ¿Cómo se explicaría entonces la existencia de poquísimos ricos inmensamente ricos y multitudes de pobres inmensamente pobres?

Porque la teoría del goteo es otro cuento que cuenta el neoliberalismo para hacer que la gente trabaje con entusiasmo y sin descanso soñando con que va a ascender en la escala social y, si se espera a desengañarse por su propia experiencia, ya será tarde, ya habrá hecho a otros inmensamente ricos y él habrá quedado sin esperanza.

Como puede verse, el neoliberalismo no es una doctrina “natural” sacada de la “esencia del hombre” (esencia que no existe), pues no tiene sus raíces en la “realidad” ni es “la única alternativa” ni el “único camino”.

Es, por el contrario, la ideología bien elaborada de la clase dominante, la instrumentación de sus más caros intereses apenas adornados para manipular al hombre y hacerlo trabajar para ella.

Pienso, por el contrario, que el hombre es solidario por su origen, que la producción la compartió durante millones de años y, por lo tanto, que no necesita del goteo, que se parece mucho a las sobras que caen de la mesa del banquete; y que puede y debe, por lo tanto, volver a unirse, volver a disfrutar de todos sus productos, de toda la riqueza que produce y compartir el cuidado de su especie y de su hogar planetario y hacerse cargo de su destino común.

Para ello tiene todavía que luchar por ganar una sociedad más justa y más equitativa. Tarea, que si miramos atrás y luego oteamos hacia delante, es perfectamente posible.