Los rarámuris que colectan en las tierras de otros

** "Ellos se han ido cada vez más a la cumbre de la sierra, tienen que comer lagartijas, ardillas, porque no hay para sembrar".


Los rarámuris que colectan en las tierras de otros

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2018, 11:00 am

Por Zorayda Gallegos/ El País

Chihuahua.- En la oscuridad de la noche, Dolores Batista escuchó cinco disparos y el estruendo de unas camionetas que derrapaban por un camino terregoso detrás de su casa. La mujer no quiso ni asomarse por la ventana. Apretó los ojos e intentó conciliar el sueño en lo más profundo de su soledad. No era la primera vez que se aterraba por los balazos. Esas escenas comenzaron en 2007, pero se volvieron cada vez más frecuentes. Un día les pidió a sus hijos que se fueron del pueblo, ubicado en Bocoyna, en la sierra Tarahumara, por miedo a que les tocara una bala perdida.

Sus dos hijos bajaron de la sierra y se fueron a Cuauhtémoc (168.482 habitantes), localizada a 150 kilómetros del pueblo donde vivían. Ella no quiso abandonar su tierra y sus animalitos, pero tiempo después la falta de trabajo la obligó a migrar en busca de empleo. Desde el 2011 cada temporada de pizca llega a trabajar en la empresa La Norteñita. Allá en su pueblo no tiene que comer porque la plaga o la sequía arruinan los cultivos de maíz o frijol.

No es la única rarámuri -como se llaman los tarahumaras entre ellos- que ha tenido que salir de su territorio. La sierra Tarahumara, que se compone de profundas barrancas y boscosas montañas en la sierra madre occidental de Chihuahua, atraviesa una fuerte situación de violencia a causa de las disputas del crimen organizado que ha desplazado a cientos de indígenas.

En esa región serrana vive el 90% de los tarahumaras distribuidos en pequeñas localidades dispersas en 23 municipios en condiciones de alta marginación y pobreza. Esta situación de inseguridad y miseria ha obligado a que cientos de ellos tengan que moverse a las partes más altas de la sierra o deban migrar a las ciudades cercanas como Cuauhtémoc o hasta la capital del Estado, explica Delma Martínez, defensora de derechos humanos.

"Ellos se han ido cada vez más a la cumbre de la sierra, tienen que comer lagartijas, ardillas, porque no hay para sembrar", cuenta la activista que ha trabajado durante años con las mujeres desplazadas que llegan a Cuauhtémoc.

Por temporadas bajan a la ciudad en busca de oportunidades. "Cuando no están en las pizcas, el desahije o el empaque, las mujeres trabajan en la limpieza de casas y los hombres de ayudantes de albañiles, y si no, lo más triste es que los vemos en las esquinas, pidiendo (dinero), con los niños en la calle", menciona.

El choque cultural es tremendo, destaca Delma, porque parte de su vida es el contacto con la naturaleza. "Ellas me platican que no quisieran estar aquí, que añoran estar en la sierra, con los árboles, el río, las piedras, todo… y aquí entran a un mundo que no es suyo y lo extrañan, pero allá está el narcotráfico y nosotros les vamos quitando las tierras".

La Norteñita, la mayor reclutadora de tarahumaras

La mayor parte de los tarahumaras que llegan a Cuauhtémoc, el tercer municipio más poblado de Chihuahua, se emplean en la agropecuaria La Norteñita, la empresa más importante de la región y la que recluta la mayor cantidad de tarahumaras en sus huertos de manzana (el 80% de su plantilla laboral).

La compañía, que se fundó hace más de 40 años, es la principal productora y comercializadora de manzana en México. Actualmente cuenta con 3.000 hectáreas de plantación y tres millones de árboles que producen 80.000 toneladas de manzana al año. Su planta laboral es de 3.500 empleos permanentes y hasta 9.000 temporales durante cuatro meses del año. En siete años recibió cerca de 4 millones de pesos (219.000 dólares) en subsidios gubernamentales de Proagro para mejorar su productividad.

Gran parte de los tarahumaras que llegan a trabajar durante los meses más activos de producción se hospedan en el albergue de la compañía. El albergue aloja hasta 2.000 personas en temporada alta. Además sólo acepta parejas sin hijos porque no tiene guarderías para los jornaleros temporales, sólo para los empleados de planta.

La empresa es una de las principales fuentes de empleo en la localidad, pero líderes sociales y políticos entrevistados por este medio cuestionan que la empresa no brinde condiciones dignas a los rarámuris que se hospedan en el albergue, pese a que son parte importante de las jugosas ganancias que obtiene la productora de manzanas. “Las instalaciones del albergue a mí no me parecen humanas para nadie, tendrían que estar más adaptados los baños, los dormitorios, pero son tantos que rebasa la capacidad del lugar”, dice Delma Martínez, activista local.

La Norteñita es una empresa que durante muchos años no fue bien aceptada por la comunidad de Cuauhtémoc por el trato que brindaba a los jornaleros rarámuris. Su fundador Salvador Corral era visto como un tirano y un cacique, pero tras su muerte se concretó un proceso de transformación de la compañía para convertirse en socialmente responsable, cuenta Humberto Ramos Molina, expresidente municipal de Cuauhtémoc. “La actitud de los hijos cambió radicalmente, por eso ubicamos un antes y un después, un emporio no bien aceptado, y ahora una empresa que está en todas las acciones de beneficio social de la ciudad”, dice.

Delma coincide en que los hijos tienen una mayor disposición que don Salvador a apoyar con acciones altruistas.

“Yo siento que el hijo (quien administra la compañía) es más accesible. Con el padre no se podía hablar, yo fui directora de una guardería y me recomendaban que no recibiera niños de la Norteñita porque aunque estuvieran muy graves no iban a dejar salir a las mamás”, recuerda la activista.

La agropecuaria ha generado que Cuauhtémoc sea vista como “el sueño americano” de los jornaleros, a donde acuden porque saben que por lo menos tendrán un salario seguro, comida y hospedaje, destaca Humberto Ramos.

“Si generan tanto empleo y tanto dinero, es para que tuvieran albergues dignos y mejoraran las condiciones de vida de los trabajadores”, agrega.

Luis Pineda, ejecutivo adjunto de la dirección general de La Norteñita, defiende que el albergue funciona, a pesar de la alta cantidad de gente concentrada. “Hace poco hicieron un simulacro de incendios y funcionó”, afirma.