Los orquestadores de la violencia en Venezuela llaman al orden

**Si la Revolución Bolivariana no tuviera un amplio respaldo popular, los golpistas hubieran triunfado y la “Fase 2” del ataque, el golpe de Estado combinado con terrorismo contra instituciones legales hubiera derrocado al gobierno de Maduro.


Los orquestadores de la violencia en Venezuela llaman al orden

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2017, 18:00 pm

El atentado terrorista contra la sede del Parlamento de Venezuela y todos los episodios de violencia protagonizados por la derecha golpista son parte de un plan orquestado desde las altas esferas del poder imperial para hacerse con los recursos naturales y el mercado de esa nación; el patrocinio financiero, logístico, militar y mediático a los grupos opositores lo demuestra.

El gobierno de un país capitalista es el guardián del estado de cosas y el encargado de conservar los privilegios de la clase dominante; jamás reconocerá como suya la responsabilidad en los actos violentos, de terrorismo, los secuestros, asesinatos, el crecimiento de las organizaciones criminales y la inseguridad aunque sea culpable, cuando menos indirectamente, de toda esa violencia al no atacar, porque no es su función, las causas del fenómeno.

El gobierno de Estados Unidos (EEUU) nunca se reconocerá a sí mismo como el responsable último de las masacres cometidas por psicópatas en el interior de escuelas, hospitales o centros comerciales, ni de la facilidad con que un demente puede conseguir armas de fuego como quien compra dulces o galletas en un supermercado.

Los autores materiales de los atentados casi siempre son capturados y a menudo abatidos en el lugar mismo de los hechos, pero el fenómeno se repite una y otra vez porque ninguna institución se ocupa de llegar a sus causas más hondas para erradicarlo.

La primera potencia imperialista del mundo siempre ha culpado a otras naciones de sus propios problemas; si la juventud estadounidense está hundida en la drogadicción y la delincuencia, el gobierno reacciona instrumentando políticas internacionales para controlar la producción y el comercio de sustancias ilícitas, pero no dentro de sus fronteras, sino en el territorio de otros países sobre los que ejerce unas moderna colonización; éste es el caso de México y numerosos países latinoamericanos que se ven obligados a soportar una injerencia sistemática en asuntos internos y de seguridad nacional y a declarar funestas guerras contra el narcotráfico, en las que los muertos siempre los pone el país más débil. Pero la producción y el comercio de mercancías dañinas para la salud sólo es posible si existe un amplio sector social dispuesto a consumirlas y, sobre todo, a pagarlas.

Lo último que se esperaría de un gobierno como el de Donald Trump sería el reconocimiento de su parte de culpa en los escenarios de violencia en EEUU; pero si ésta ocurre en un país ajeno al suyo, si los atentados tienen lugar en otra nación, de inmediato culpa al gobierno local y acepta “generosamente” su papel como tutor del mundo y se lanza en una santa cruzada para restaurar el orden mientras los gobiernos sometidos a su control le hacen coro.

No son extrañas las exhortaciones que la administración del presidente Enrique Peña Nieto hace al gobierno venezolano para que de inmediato reinstaure la “democracia” y el “orden” en su país, sin tomar en cuenta que la desestabilización tiene un origen ideológico y sobre todo financiero fuera de las fronteras de Venezuela.

Así como sería iluso esperar que el gobierno yanqui se autoflagele por su intervención en Corea, Vietnam, Cuba, en los países de Medio Oriente o por sus actos de terrorismo y genocidio en Afganistán, Irak, y Siria; nadie debe creer que los verdaderos culpables de la violencia y los ataques terroristas contra Venezuela puedan ser condenados por sus mismos autores intelectuales.

Si la Revolución Bolivariana no tuviera un amplio respaldo popular, los golpistas hubieran triunfado y la “Fase 2” del ataque, el golpe de Estado combinado con terrorismo contra instituciones legales hubiera derrocado al gobierno de Nicolás Maduro, que se mantiene en pie a pesar del embate de la ultraderecha financiada por la primera potencia bélica del mundo.

Ésa es, probablemente, la mayor prueba de que sus enemigos mienten, de que los representantes del imperialismo están detrás de la violencia que pretende derrocar al gobierno, someter al pueblo venezolano y saquear sus reservas petroleras.