Los males sociales deben entenderse y resolverse como un todo

Por Abel Pérez Zamorano


Los males sociales deben entenderse y resolverse como un todo

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2015, 22:26 pm

(El autor es un chihuahuense nacido en Témoris, municipio de Guazapares, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo.)

Para estudiar correctamente un fenómeno y resolverlo debe contextualizársele, abordarlo en sus múltiples determinaciones y vínculos externos que lo hacen algo concreto. El estudio separado de sus elementos es sólo el inicio, la fase analítica de la investigación, que desarticula los fenómenos, pero sólo para integrarlos luego en todas sus partes, con sus componentes en su real entrelazamiento. Ése es el camino que la propia dinámica de la realidad impone al conocimiento para que éste sea verdadero, pues la realidad misma es un todo unitario.

Además, ningún hecho se conoce con certeza si no se determinan sus causas. Lamentablemente, el modo de pensar predominante nos ha acostumbrado a un enfoque intencionalmente errado de los problemas, por descontextualizado, por desdeñar la causalidad objetiva y racional; por no buscar las raíces profundas y evitar atacarlas. Así se abordan problemas como la pobreza, el bajo nivel educativo, la delincuencia, el deterioro ético, la decadencia estética, la salud pública, la impartición de justicia y tantos más.

Contra esta visión fragmentada y arbitraria, desde mediados del siglo XIX la ciencia determinó que los fenómenos que ocurren en la llamada superestructura social son expresión de la dinámica de la economía, que cuando es próspera y floreciente se manifiesta así en ámbitos como el arte y la educación; y a la inversa, como es nuestro caso, el estancamiento económico y el empobrecimiento de vastos sectores sociales dejan una secuela en la vida entera de la sociedad, hundiéndola en un ambiente malsano y decadente, cuyas manifestaciones son múltiples.

En palabras de Adam Smith: “no puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados”. Y, claro, estas consecuencias revierten y agravan la pobreza; siendo efectos suyos adquieren calidad de causa en sentido inverso. Advierto a mis lectores que el tema de hoy no son las causas de la pobreza, sino sus consecuencias como condición común subyacente a graves problemas sociales, para abordar así el análisis del enfoque oficial que aísla los males descritos y, consecuentemente, les busca soluciones aisladas. Veamos algunos ejemplos.

Ante los altos niveles de delincuencia y criminalidad se recurre también a la condena fácil y frívola, soslayando las circunstancias que los propician, ignorando que mientras muchos campesinos no puedan vivir de sus parcelas, su pobreza los empujará irremisiblemente a actividades ilícitas sin que haya poder humano que pueda evitarlo: si no para el cien por ciento, sí para la gran mayoría es cuestión de sobrevivencia. En las ciudades, mientras no haya empleos permanentes, dignos y bien remunerados, seguirá floreciendo el sector informal, que emplea ya al 58 por ciento de los ocupados.

La impartición de justicia misma se mueve a tenor con la solvencia económica o poder político de acusados y acusadores. No hay ley pura al margen de las clases sociales: la ley distingue entre pobres y ricos, y aunque se diga que nadie está por encima de ella, mientras no se supriman las condiciones que empujan a delinquir para vivir, no habrá quien lo impida. Frente al hambre son impotentes la amenaza y el castigo, y hasta peligrosos. Como dijo J. F. Kennedy: “si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos”.

El acceso a la educación y la calidad de ésta están directa y evidentemente determinados por el factor económico, por la estructura distributiva. Los jóvenes de familias acomodadas disponen de educación de excelencia; los hijos de los pobres, en cambio, normalmente reciben una educación de menor calidad, si es que la obtienen. Está sólidamente documentado que la deserción escolar es causada fundamentalmente, directa o indirectamente, por el bajo ingreso familiar que empuja a niños y jóvenes a emplearse prematuramente; los que permanecen enfrentan múltiples adversidades económicas: mala alimentación y deterioro en la salud, carencia de servicios básicos, vivienda y transporte hacinados e incómodos, falta de tiempo y condiciones para concentrarse en el estudio, etcétera.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y otras instituciones revelan que en México se lee poco, pero no explican las dificultades económicas: no todo es falta de voluntad. Con los salarios percibidos (los más bajos entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), muchas veces no alcanza para comer o vestir, menos para hacerse de una buena biblioteca. A lo anterior no escapa la educación estética, la capacidad para apreciar la belleza, transformar la mente y elevar el espíritu.

Un salario mínimo convierte en lujo asistir a un espectáculo dancístico en Bellas Artes, a un concierto con las mejores orquestas y en las buenas salas, o visitar exposiciones de grandes pintores. De ahí que sea inviable buscar la solución al problema educativo sólo dentro de él, ignorando sus raíces estructurales, concretamente el modelo económico vigente.

En materia de salud, el panorama no difiere grandemente. Pueden darse consultas médicas y medicinas a los enfermos, pero si éstos están subalimentados, de nada sirve; o si sus viviendas se hallan en mal estado, sin agua, drenaje o electricidad, o si el entorno es insalubre. Finalmente, la conducta antiecológica forma también parte de este entramado; caza o comercialización de animales en peligro de extinción se asocian frecuentemente con la pobreza, pues la extrema necesidad empuja al hombre, como estrategia de sobrevivencia, a ser depredador del medio ambiente, y no será con sermones que esto se revierta.

Ignorar la pobreza generalizada es perder de vista el factor común de los problemas referidos, su base material; es ver a la pobreza como algo separado y fortuito, no como causa de otros males, atribuyendo todo a un origen subjetivo: productos de la mente de personas “desadaptadas”, “malas”, “antisociales” o “insensibles”. Consecuentemente, la solución también se busca en lo subjetivo, en el mundo de las ideas, aplicando como correctivos el castigo, la prédica y la propaganda para lograr “un cambio de actitud”. Pero tal política fracasa, pues desdeña la naturaleza real, compleja y profunda de los problemas, y soslaya la necesidad de crear condiciones materiales que, con el refuerzo, aquí sí, de la formación de conciencia, induzcan otra conducta.

Sólo abatiendo la pobreza podrán abrirse verdaderas e ilimitadas posibilidades para desarrollar todas las potencialidades humanas. Aisladamente no se resolverá a plenitud ninguno de los problemas abordados si no se les atiende en forma integral, sistémica, y desde su raíz, a saber: la pobreza; sin considerar la circunstancia económica no se resolverá “el problema educativo” por sí solo, ni “la cuestión medioambiental”, la violencia o la torcida impartición de justicia.

Dos acotaciones finales. Es cierto que debemos evitar una visión reduccionista de las cosas; en la realidad las circunstancias se entrelazan, pues no es sólo la pobreza en sí misma la que directa e inmediatamente impide el acercamiento del hombre a la educación y la cultura en general, sino que estos males se revierten, convirtiéndose de efecto en causa. Finalmente, es claro también que en cada ámbito social debemos porfiar por mejorar y no esperar pasivamente hasta un cambio en el modelo económico, pero conscientes siempre de que en tanto éste no ocurra, los resultados serán inevitablemente limitados.