Lecciones del 11 de septiembre

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Lecciones del 11 de septiembre

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2014, 23:07 pm

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La fecha del 11 de septiembre tiene dos connotaciones aciagas: la primera, por el golpe de Estado en Chile en 1973, que inauguró 17 años de dictadura feroz, con miles de víctimas; la segunda evoca los ataques contra blancos estadounidenses en 2001, que desencadenaron la guerra contra el terror en Estados Unidos y el mundo. En su momento, ambos sucesos cambiaron el entorno regional y global con la lógica de borrar del mapa al adversario. México actuó distinto ante cada acontecimiento.

El golpe militar en Chile

El golpe militar en Chile comenzó la madrugada del 11 de septiembre de 1973, cuando la Armada se alzó en Valparaíso, seguida del Ejército, la Aviación y los Carabineros. La ofensiva contra el gobierno de la Unión Popular de Salvador Allende fue articulada por Augusto Pinochet desde la Escuela de Telecomunicaciones del Ejército y le reportaban el general Leigh de la Fuerza Aérea, el general José Toribio Merino de la Armada y el general Mendoza de Carabineros.

A las 18:00 horas, los cuatro generales se felicitaban ya como Junta Militar. Richard Nixon fue informado del éxito del golpe, logrado con ayuda de la Oficina de Inteligencia Naval estadounidense. Hoy se sabe que Henry Kissinger dijo por teléfono al director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Richard Helms, “no permitiremos que Chile se vaya por el desagüe”. Helms respondió: “Estoy contigo”. Allende incomodó a Washington al expropiar las empresas trasnacionales del cobre y de telecomunicaciones (la ITT), ambas estratégicas. Así se bosquejó el golpe.

El académico de la Universidad de Oxford, Alan Angell, recuerda que las acciones de Allende tenían gran impacto en Europa, pues ofrecía un socialismo constitucional y sin violencia. Pero el entorno regional favorecía la política de mano dura: Hugo Bánzer gobernaba de facto a Bolivia; el régimen militar en Brasil ya duraba nueve años y Juan María Bordaberry –quien años después iría a prisión por delitos de lesa humanidad– presidía Uruguay.

Alertado de la sublevación, Allende llegó a La Moneda el martes 11 de septiembre a las 07:30. La guardia presidencial abandonó el palacio y Allende exigió a un grupo de funcionarios y a sus hijas abandonar el edificio. A las 12 horas la aviación chilena lanzaba bombas sobre La Moneda. Las tropas ingresaron a las 13:30 y tras una intensa balacera moría el presidente Allende.

Así comenzaron 17 años del régimen militar en Chile, cuyo balance de víctimas oscila entre 38 mil y 60 mil muertos, además de los desaparecidos y un millón de exiliados refugiados en México y Europa. Al mes de la asonada, instruido por Pinochet, el general Arellano Stark recorrió el país en la llamada Caravana de la Muerte, que aniquiló a unos 75 líderes políticos y sindicales. Los asesinados, desaparecidos, secuestrados y torturados eran cuadros partidarios de la Unidad Popular y del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR).

El movimiento obrero fue aniquilado, los partidos Comunista y Socialista se proscribieron y se suspendieron el Demócrata Cristiano y el Radical; se disolvió al Senado. Con el “apagón cultural” se quemaron libros y se exhortó a delatar a estudiantes opositores; esa persecución de enemigos ideológicos marcó la mayor división entre los chilenos, refiere el Centro de Estudios Internacionales de Barcelona (CIDOB).

Las dictaduras de Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Bolivia, Paraguay, la inteligencia francesa y la contrarrevolución cubana urdieron en 1975 el Plan Cóndor para acabar con la oposición. Lo lideró Manuel Contreras, director de la Dirección de Inteligencia Nacional chilena (DINA), creada en 1974. El Plan Cóndor ejecutó a más de 30 mil personas en la región, confirmaría después la CIA.

Para mostrar su eficacia económica sobre el proyecto de Allende, Pinochet puso en práctica los principios del economista estadounidense Milton Friedman y los llamados Chicago boys, con dominio del neoliberalismo. Al final, los Chicago boys no lograron garantizar la prosperidad económica y el dictador prescindió de ellos.

Con instrucciones del presidente Luis Echeverría Álvarez, el entonces embajador mexicano en Chile, Gonzalo Toribio Martínez Corbalá, acogió a unos 700 perseguidos políticos durante el golpe. La embajada estadounidense en México calificó de “cínica” la postura del Gobierno, según cables revelados por WikiLeaks. El embajador estadounidense, Joseph John Jova, increpó al canciller Emilio Rabasa, quien habría expresado que Allende era un gran patriota y quería acabar con la oligarquía que controlaba Chile.

Veintiocho años antes, el golpe militar chileno dejó en el Cono Sur una estela de violaciones a los derechos humanos que permeó en América Latina hasta el fin de la dictadura de Augusto Pinochet. Al iniciar el siglo XXI, llegaron a la región gobiernos populares en Brasil, Bolivia, Venezuela y Argentina que incomodaban a Washington; entonces la superpotencia lanzó su guerra contra el terror que trastocó las relaciones internacionales y buscó desestabilizar la región.

El atentado contra las Torres Gemelas

El 11 de septiembre de 2001 a las 08:46 horas: el vuelo 11 de American Airlines se incrusta en la torre norte del World Trade Center (WTC) en Nueva York. 09:02 horas: se confirma el ataque cuando el vuelo 175 de United Airlines embiste la torre sur. 09:31horas: George Walker Bush es informado de lo ocurrido, tarda en reaccionar y abandonar la escuela donde estaba. 09:37 horas: el vuelo 77 de American Airlines se impacta contra el Pentágono y a las 09:59 horas cae la torre sur del WTC. Washington atribuye los ataques a 19 miembros de Al Qaeda y comienza su guerra global contra el terror.

La respuesta a los ataques fue una guerra de cuarta generación que Vara Thorton llama guerra asimétrica por la desigualdad en capacidad y fuerzas de los combatientes, y se caracteriza porque borra la línea entre la guerra y la política, lo militar y lo civil. La ofensiva geoestratégica de occidente fue multiespacial, si bien se centró en Medio Oriente contra el líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, supuestamente refugiado en Afganistán, y se extendió a Irak.

Para los palestinos esa ofensiva significaba más sufrimiento, por lo que en un gesto político, el líder palestino Yasser Arafat decidió donar sangre para las víctimas de los ataques en Estados Unidos, con la intención de mostrar su buena fe a la superpotencia. Ese gesto lo olvidó la Casa Blanca y, como se sabe, la causa palestina perdió el favor imperial que tenía frente a Israel.

El uso político del miedo al terrorismo se acentuó con los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid y del 7 de julio en Londres. En la percepción de millones de personas se grabó la idea de que los regímenes socialistas o árabes y musulmanes eran sus potenciales enemigos. Washington identificó a Norcorea, Irán, Libia, Venezuela, Cuba y China como “estados canallas” (rogue states) y como “amenazas potenciales”.

Además del claro tinte xenófobo se recurrió al argumento del miedo para securitizar la diplomacia global. Se limitaron severamente los viajes aéreos, la inmigración indocumentada y la educación para extranjeros, entre otros. Al mismo tiempo, Estados Unidos desató una campaña mundial de detenciones extrajudiciales. Si las dictaduras latinoamericanas de los años 70 y 80 recurrieron a la detención extrajudicial, el Gobierno de George Walker Bush la practicó a escala planetaria.

La base naval de Guantánamo recibió a miles de prisioneros –la mayoría capturados ilegalmente en terceros países– a quienes sometió a torturas y al limbo jurídico que aún persiste. Los aliados prestaron sus instalaciones para recluir a los sospechosos e incurrieron en el delito de “entrega” extrajudicial de personas.

En 2010, el informe del relator sobre la promoción y protección de los derechos humanos y libertades fundamentales en la lucha contra el terrorismo, el finlandés Martin Scheinin; el relator contra la tortura Manfred Nowak; la vicepresidenta del grupo contra la detención arbitraria, Shaheen Ali y el presidente del grupo contra desapariciones forzadas, Jeremy Sarkin, aseguraron que muchos Estados recurrieron a la detención secreta de personas. Esa práctica viola la prohibición del derecho internacional.

En el interior de la superpotencia, la Ley Patriota suspendió los derechos fundamentales de la ciudadanía estadounidense. También permitió a su sistema de inteligencia espiar a extranjeros, creó tribunales militares para sospechosos de terrorismo y avaló que el Departamento de Justicia y los agentes federales grabaran encuentros entre prisioneros y sus abogados sin permiso de la Corte.

Esa cruzada reaccionaria de largo plazo, con mecanismos de control social, restringió derechos logrados por minorías raciales, mujeres, el movimiento gay y sindicatos, entre otros. La doctrina preventiva de Bush plasmó el Proyecto Nuevo Siglo Americano, ideario de la élite que derivó del informe del año 2000 Reconstruyendo las Defensas de América. Estrategia, Fuerzas y Recursos para un Nuevo Siglo.

Ahí se afirmaba que Estados Unidos debía tener un liderazgo militar en todo el mundo, desplegar sus fuerzas en distintos escenarios a la vez y usar nueva tecnología. El capítulo V advertía que ese proceso se prolongaría si no ocurría algún suceso catastrófico, como un nuevo Pearl Harbor. Y esa catástrofe ocurrió justo a las 08:46 horas, cuando el primer avión se impactó en el WTC.

El 9 de septiembre, Bush invocó su doctrina preventiva ante el Congreso y el mundo al advertir: “los volveremos uno contra otro, los haremos moverse de un lugar a otro hasta que no tengan refugio ni descanso. Perseguiremos a las naciones que ayuden al terrorismo”. Era la visión extremista de la política exterior de la superpotencia, según el exconsejero de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski en su artículo La Seguridad de Estados Unidos en un Mundo Unipolar (2004).

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) invocó la cláusula de defensa común y el Consejo de Seguridad aprobó la Resolución 1368 que reconocía el derecho a la autodefensa colectiva. Con ese marco se allanó la ofensiva contra Afganistán el 7 de octubre de 2001, el conflicto más asimétrico jamás librado desde la guerra contra Vietnam.

Lo que cambió

En el mundo se impuso el unilateralismo basado en la fuerza del Estado imperial, que intervino en conflictos internos y guerras civiles con planes de ayuda militar en Colombia; envió marines a Mindanao, en Filipinas y derrocó al régimen talibán en Afganistán, donde instaló al maniatado Gobierno de Hamid Karzai. Para algunos analistas, el objetivo de la invasión a Afganistán era cerrar el paso al tránsito del oleoducto entre Irán y China.

Los países periféricos, débiles eslabones de la economía capitalista mundial, debiso a su gran deuda y a la caída de precios en las materias primas, se sometieron a la acometida imperial, entre ellos México, Colombia y la mayoría de los países del Medio Oriente, donde más tarde ocurrirían las llamadas revoluciones de la Primavera Árabe. Para el politólogo libanés Youssef Ashkar, la política estadounidense hacia esta región hizo lo que Israel hace en Palestina: una guerra contra los pueblos que desestructura las sociedades para dominar a las poblaciones o eliminarlas.

La diplomacia mexicana cambió tras el 11-S de 2001. Olvidada de América Latina, adoptó la securitización de la relación con Estados Unidos, que no aprobó una política migratoria de amplio rango y blindó la frontera. México se comprometió a enviar cada año un informe al Comité de Vigilancia contra el Terrorismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con sus avances para prevenir el terrorismo y comenzó a promover la participación de los mexicanos en las operaciones de paz de la ONU.

Para el politólogo Javier Oliva, la creación del Comando Norte, el Acuerdo para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), así como otros compromisos liderados por aquel país, implicaron para México una presión importante para adecuar sus políticas, estructuras, presupuestos y leyes, como la de Seguridad Nacional, al combate al terror.

La comunidad de inteligencia y las Fuerzas Armadas adquirieron un rol más visible en torno a la seguridad nacional, señala el coordinador del diplomado Defensa y Seguridad Nacional de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En 2007, México se sumó a la Iniciativa Mérida, copia del Plan Colombia, que Washington diseñó para combatir al crimen organizado trasnacional.

Los principios de la diplomacia mexicana se aplicaron cabalmente en 1973, mientras que en 2001 estuvieron bajo acoso. Ésas son las lecciones históricas que dejan para los mexicanos los acontecimientos del 11 de septiembre de 1973 y 2001.