La irracional acumulación capitalista

Por Abel Pérez Zamorano


La irracional acumulación capitalista

La Crónica de Chihuahua
Febrero de 2017, 21:15 pm

(El autor es un chihuahuense nacido en Guazapares, Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo)

En el reporte Una economía para el 99%, publicado el 16 de enero, Oxfam ofrece estadísticas escalofriantes sobre la desigualdad mundial: ¡ocho multimillonarios poseen más riqueza que la mitad de la población mundial! (3 mil 600 millones de personas), quizá un poco más, pues el total suma ya 7 mil 492 millones. Y advierte que a esa velocidad de acumulación, en 25 años existirá el primer billonario (dueño de un millón de millones), quien para derrochar su fortuna tendría que gastar ¡un millón de dólares cada día durante 2 mil 738 años!; ahí están los señores Ortega, Bloomberg, Gates, Slim, Zuckerberg y Buffet, entre otros. Entre 1988 y 2011, el ingreso del 10 por ciento más pobre aumentó en tres dólares; el del 10 por ciento más rico, en 182 veces. En 2015 las diez empresas más grandes registraron una facturación superior a los ingresos gubernamentales de 180 países, y dice Oxfam que a partir de ese año, el 1 por ciento más rico de la población tiene tanto dinero como el 99 restante. Un ejemplo cercano a nosotros, Carlos Slim: en un año, entre 2010 y 2011, aumentó su fortuna en 20 mil 500 millones de dólares, de 53 mil 500 millones a 74 mil millones (Forbes, marzo de 2011); a una vertiginosa velocidad de 56 millones diarios, 2.3 cada hora, en ese año. La fortuna de Bill Gates, que Bloomberg estima en 90 mil millones, supera al PIB anual de 125 países (BBC Mundo, 25 agosto de 2016).

La indignación y el pasmo que esto genera nos llevan instintivamente a atribuir esto a una infamia, a una refinada perversidad, acción de mentes diabólicas o resultado de un torpe o malintencionado manejo político de tal o cual gobernante, en resumen, a causas superestructurales subjetivas. Pero son otros sus determinantes; sus profundas raíces están en la esencia misma del capital, que se define como valor que crece o valor que se valoriza, característica inmanente que se expresa en la “Ley general de la acumulación”; esta irrefrenable necesidad ha operado desde el origen mismo del capitalismo, y en México, como en muchos otros países, lo hizo aun en forma atenuada durante los tiempos del Estado de bienestar y del modelo de sustitución de importaciones. Pero cuando este fue desechado y se impuso el llamado neoliberal, cuyo decálogo fuera el Consenso de Washington, se desató con inusitada furia el hambre de acumulación y los multimillonarios tomaron directamente el poder político en sus manos.

Calificándolos de populismo, se suprimieron en su mayor parte los subsidios a los pobres, otorgando en cambio millonarias subvenciones a las inversiones extranjeras, para “estimularlas”; eso no era populismo, sino “generar empleos”, “elevar la competitividad para atraer inversión extranjera por el bien de la patria y de los trabajadores”; lo que era delito para unos se convirtió en mérito para otros. Se desreguló la economía, para quitar todo freno al impulso acumulador y liberarlo de ataduras: el paraíso del Laissez faire, laissez passer, catalizando así el proceso de acumulación documentado por #Oxfam. En Estados Unidos con Reagan y Bush, y aquí con nuestros gobernantes, se redujeron drásticamente los impuestos a las grandes empresas, ahorrándoles su aportación tributaria al Estado y la sociedad y facilitándoles así una mayor concentración de riqueza (tenemos el nivel más bajo de impuestos a grandes empresas en la OCDE); en contraparte, la carga fiscal se hizo recaer sobre las espaldas de los trabajadores y la clase media por la vía de “ampliar la base gravable”. Así, el pueblo tributa doble: el ISR descontado del ingreso (sobre todo a causantes cautivos), y el IVA como sobreprecio para el gobierno al comprar. Se “liberalizaron” las finanzas para que los magnates invertieran y desinvertieran a su gusto, ahí donde su capital generara las mayores ganancias, saqueando naciones enteras al poner las fortunas a buen recaudo: de los países en desarrollo salen anualmente alrededor de 100 mil millones de dólares a los paraísos fiscales (Oxfam México), secando las finanzas públicas y frenando la inversión y el gasto social. Por imperativo del modelo se congelaron los salarios para reducir costos laborales y aumentar los márgenes de utilidad, condenando al hambre a millones de seres: en América Latina y el Caribe, los trabajadores mexicanos tienen la tasa de crecimiento en el salario real más baja en la última década (Cepal). En la #OCDE somos el país con los salarios más bajos. Todo esto explica la desmesurada acumulación, la ruina de los pequeños empresarios y el empobrecimiento masivo. El capital se acumula y corporativos y monopolios se hacen del control absoluto del Estado, a pesar de la retórica “democrática”, envoltura de este orden de cosas; ellos dominan al mundo a través de gobernantes a su servicio.

La acumulación desaforada es un fenómeno global característico de la economía de mercado neoliberal. Visto así el problema se entiende que en México la causa está más allá de uno u otro presidente con sus desmanes personales, ignorancia o grado de corrupción; es frivolidad ver así las cosas, es perderse en la superficie de los hechos, en la apariencia del poder; los presidentes neoliberales de México (desde 1982) fueron engendrados por el sistema, y más que causa son consecuencia suya. La propaganda que tan profusamente circula hoy en redes sociales oculta el hecho de que, contra toda apariencia, los presidentes, por poderosos que parezcan, no son el verdadero poder, como ha documentado puntualmente el politólogo norteamericano Roderic Ai Camp en su obra Las élites del poder en México. Aquí, y en muchos otros países, monopolios y transnacionales son el poder real tras el trono, y su dominio crece en cada crisis con la mortandad de pequeñas empresas, que propicia el surgimiento de colosos empresariales mayores. Así, en México y países con modelo económico similar, tras de todo presidente hay siempre un gran monopolio: el gobernante en turno es solo encargado momentáneo del modelo, pieza de repuesto que durará seis años para luego ser sustituida por otra, menos desgastada. Y si las cosas son así, y el mal es estructural, no es lógico esperar que la acumulación brutal y las calamidades que acarrea terminen con el cambio de la persona que ocupa la cúspide del poder. La única solución, si bien más pesada y tortuosa, radica en la acción de las grandes masas empobrecidas, activas, pero conscientes, organizadas y disciplinadas, dotadas de un proyecto viable e integral de cambio económico y político; nada bueno puede esperarse tampoco del anarquismo y el vandalismo: no se sabe en la historia que incendiar tiendas o unidades de transporte conduzca en sí mismo a la superación de un sistema económico.

En resumen, el gobierno es propiedad de los ricos, y estos son producto de las relaciones de producción basadas en ciertas formas de propiedad y de apropiación, que en una cadena causal engendran la acumulación y su hermana siamesa, la depauperación, de donde resulta que haya hombres con mucho más poder económico que países enteros, origen de su capacidad para controlar y dar órdenes a gobernantes y legisladores. De lo anterior se sigue que ningún “salvador” podrá componer tal situación si no se elimina el modelo desde su raíz. No basta con un cambio de persona ni de partido en el poder; ya se vio que la tan traída y llevada alternancia partidista es totalmente inocua para estos efectos.