La guerra en Siria y la información que recibimos

Por Aquiles Córdova Morán


La guerra en Siria y la información que recibimos

La Crónica de Chihuahua
Abril de 2017, 11:00 am

Sin duda, hoy es un tópico decir que el público, destinatario pasivo de imágenes, “mensajes subliminales” e “información” que a todas horas vierten sobre él los medios masivos de comunicación, es un consumidor cautivo de ese material, una víctima inerme de la avalancha mediática que lo inunda durante las 24 horas del día. No sólo eso: hay que añadir, a fuerza de objetivos, que en la buena mayoría de los casos la agresión mediática es no sólo aceptada, sino buscada, aplaudida y agradecida por sus víctimas, quienes, ajenas al daño que esconde, la consideran un “sano entretenimiento”, una “distracción gratificante” y un “descanso” en medio de los problemas cotidianos. La gente sencilla no se pregunta, por ejemplo, quién y cómo escoge lo que debe difundirse y lo que no; quién ejerce la facultad suprema e inapelable de decidir lo que el público puede ver, oír o leer, y de enviar a la basura el material “inconveniente” (¿inconveniente para quién?); quién y con qué criterios selecciona los contenidos de todos los programas de radio, televisión, de periódicos, revistas y hasta de libros. En una palabra: no se interroga en manos de quién está el cuidado de la cantidad y calidad del alimento espiritual, intelectual, moral, social y político que nuestros cerebros y sensibilidad en general consumen todos los días.

Y en cuestión de “información” la cosa está peor aún, si es que cabe esta posibilidad. ¿Quién y cómo decide lo que es “noticia” y lo que no lo es, es decir, lo que debe informarse y lo que debe callarse en esta materia? ¿Quién se arroga el derecho y la facultad de filtrar y dosificar lo que nosotros, el gran público consumidor, podemos y debemos conocer, y lo que debemos ignorar? ¿Quién orienta y define el “tratamiento”, el “enfoque” de cada hecho noticioso? ¿Quién decide, por ejemplo, si la noticia merece un lenguaje positivo, aprobatorio, o un estilo áspero, negativo, que provoque el rechazo del público? Y el tono amable, encomiástico, el aplauso abierto para cierta información (sobre todo la salida de fuentes oficiales), y los comentarios agresivos, injuriosos, calumniosos e incriminatorios que aplican a otra (sobre todo la que proviene de fuentes opositoras al gobierno), ¿salen del libre y espontáneo albedrío de los conductores de noticiarios, o sólo ejecutan órdenes de quienes realmente mandan y deciden en todo esto?

Repito que, desgraciadamente, el público jamás se interroga sobre estas cuestiones porque no se imagina, siquiera, qué es y cómo funciona el negocio mediático; porque no sospecha lo que ocurre tras bambalinas ni tampoco todo lo que se puede hacer con una simple cámara de TV, manejada con habilidad y destreza. Por ejemplo, todos tenemos la propensión natural a confiar ciegamente en nuestros ojos, a pensar que ellos son un testigo seguro e insobornable de lo que ocurre en nuestro derredor; y puesto que la televisión es, por excelencia, el medio que nos deja “ver por nosotros mismos” los sucesos que se nos van narrando paralelamente, no se nos ocurre pensar que podamos estar mirando imágenes que no tienen absolutamente nada que ver con el discurso que escuchamos. Pongo, por ejemplo, el caso de que mientras se “informaba” sobre una “marcha” antorchista y se exageraba “el caos vial y el enojo del público” que la misma provocaba, se proyectaban imágenes totalmente falsas, correspondientes a otro evento y a otra organización, pero que encajaban mejor con la narración del reportero. El televidente no duda de que realmente “ve” una marcha “de unos pocos cientos de manifestantes”, como le dice el reportero (cuando la verdad es que se trata de 30 mil o más personas), simplemente porque la cámara enfoca, con toda intención, a un contingente pequeño y ralo de rezagados del contingente principal; tampoco sospecha que una concentración de 100 mil manifestantes puede reducirse “a unos cuantos alborotadores”, con el sencillo truco de “tomar” puntos donde hay poca gente o se la ve dispersa y cansada, aunque no pertenezcan al evento en cuestión; o que una protesta de gente aguerrida y con demandas claras y justas pueda ser descalificada como “unos cuantos acarreados”, entrevistando a dos o tres declarantes bien escogidos que digan que “no saben a qué los llevaron sus líderes”. Presos del lugar común de que “una imagen dice más que mil palabras”, olvidamos que eso depende de quién manipula la cámara o toma la foto: la imagen puede decir más verdades que mil palabras, y puede decir, también, más mentiras que 100 mil palabras.

Estas reflexiones, que creo útiles en sí mismas para despertar a nuestro público consumidor de material mediático, me vinieron a las mientes observando la información sobre el conflicto armado en Siria. Si hemos de creer a los medios, la cosa es simple: un feroz dictador árabe, Bashar Al Assad, se aferra con uñas y dientes al poder que ilegítimamente detenta, y, para conseguirlo contra de la voluntad de su pueblo (que suspira por un paraíso democrático y capitalista como el de España o el de Grecia) está masacrando sin piedad a ese mismo pueblo. Pero… hay algunas fisuras obvias en el sólido frente mediático de los enemigos del “dictador”. Por ejemplo, se nos da diariamente el número de víctimas mortales, poniendo especial énfasis en los civiles, en las mujeres, niños y ancianos; pero nunca se nos informa cuántos de ellos son responsabilidad de cada bando en lucha. A veces se dice el “número de bajas” causadas por el “ejército sirio”, pero nunca las causadas por las bombas, los cohetes y los poderosos explosivos empleados por los opositores en sus espantosos y crueles actos terroristas. Pareciera que las armas de estos no matan, o sólo matan “enemigos armados”. Se informa de espantosas explosiones terroristas con bombas, coches bomba y todo tipo de artefactos mortíferos, que causan miles de muertes de civiles en barrios urbanos, sinagogas y demás concentraciones masivas; hemos visto imágenes aterradoras de poblaciones enteramente arrasadas a causa de tales actos terroristas. Pero nunca nos dicen lo que se sabe por medios extranjeros: que son el resultado de las “acciones de guerra” de los “combatientes por la libertad”.

A pesar de esta manipulación, no han podido ocultar que los “rebeldes” poseen armas poderosísimas de destrucción masiva, al grado de que han logrado derribar helicópteros y aviones de combate del ejército sirio. Y nadie dice cómo un “puñado de rebeles” ha podido hacerse de todo ese armamento. Por la prensa extranjera se sabe que esas armas las proporcionan los Estados Unidos a través de la frontera turca, pero la información se esconde para mantener el mito de los “combatientes por la libertad”, que son, en realidad, un puñado de mercenarios al servicio de los intereses del capital mundial. Siria, a diferencia de Irak, tiene más valor estratégico que económico. Hoy, como desde la más remota antigüedad, es una excelente puerta de entrada y salida al tráfico mediterráneo, y es el último país en tal posición privilegiada que no controlan los norteamericanos. Y quieren lograrlo a toda costa para estrangular económicamente a sus “enemigos” asiáticos (reales y potenciales): Irán, India, China, Corea y algunos más. Este es el verdadero fondo de la guerra contra Siria, y ésta es la razón de que el frente mediático haya recibido órdenes precisas de cerrar filas en materia informativa, para engañar al mundo y ponerlo del lado de los agresores.