“Deportación de los niños migrantes los envía a su muerte”

**El drama de los niños que emigran y viajan solos a los Estados Unidos, que salen de un infierno para entrar a otro peor en el camino y en el destino, descrito por la periodista Sonia Nazario.


“Deportación de los niños migrantes los envía a su muerte”

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2014, 20:10 pm

El terror causado por la anarquía desatada por las pandillas y las mafias es tan terrible que obliga a muchos menores a huir como sea. “Viven bajo el terror de que alguien las viole” en Tegucigalpa, Honduras.

Enrique tenía cinco años cuando su madre se despidió de él sin que él lo supiera. “Dame un pico, mami”, le pidió para que le diera un beso. Lourdes Pineda, madre soltera, no podía comprarle a él ni a su hermana Belky, que tenía siete, ni un juguete ni un pastel de cumpleaños. No le podía responder que había tomado una decisión. Que la miseria de Honduras no le había dejado otra opción. Huir a El Norte: Estados Unidos. No tuvo fuerzas para decirle que se iba.

“No te olvides de ir a misa”, fue su último consejo antes de dejar Tegucigalpa. Y se fue. Era 1989. Así comienza La odisea de Enrique, el libro de Sonia Nazario publicado en 2006, producto de una exhaustiva investigación y que relata la increíble historia de un niño que dejó su país para recorrer, solo, miles de kilómetros para buscar a su madre en Estados Unidos.

En los últimos meses de este año han llegado al menos 60.000 Enriques y ha propiciado una crisis humanitaria sin precedentes. En la historia que Nazario investigó hace casi diez años hay algunas respuestas.

La odisea de Enrique (Random House) narra el devastador relato de una familia rota por la miseria y violencia de Honduras, de un niño que lloraba todos los días por su madre, y que en cuanto pudo y tuvo fuerzas de dejar su país partió a buscarla. Tenía entonces ya 16 años.

“Y Enrique fue uno de los afortunados”, cuenta Nazario. Le llevó ocho intentos. Abusos, golpes, amenazas. Un viaje de 122 días y 19.300 kilómetros. Pero llegó vivo y se reunió con su madre. Mas su caso, opina Nazario, es emblemático y obliga a investigar un tema que es “sumamente importante” para reflejar lo que, define, “es una crisis de refugiados”.
El libro, que se ha reeditado en inglés el año pasado, también en una versión para lectores jóvenes, ha servido para llevar el mensaje de que “los niños deben de ser tratados como personas que huyen de un clima de extrema violencia. La deportación los condena a muerte”.

La clave fundamental para entender la emergencia, explica, es la desintegración familiar. “Los inmigrantes no quieren dejar su hogar”, recuerda. En el libro relata cómo la madre de Lourdes, entre lágrimas, le ruega que regrese y le recuerda que en Honduras “por lo menos hay frijoles”.

Los niños, Enrique y su hermana, reciben el dinero , pero extrañan, sobre todas las cosas, a su madre. “Cuando hablamos de niños inmigrantes, hablamos de huérfanos que han sido abandonados por sus padres por la pobreza. ¿Qué clase de desesperación debe de tener una madre para tomar una decisión así?, me pregunté. Son millones de mujeres que dejan sus países para intentar enviar dinero a casa y alimentar a sus hijos con el dinero que ganan cuidando a los hijos de otros”, explica.

Los abusos cometidos en el trayecto han empeorado. El camino está ocupado ahora por mafias que extorsionan, violan, golpean y asesinan a los inmigrantes, especialmente a los más vulnerables: a los niños. “Ellos [los delincuentes] saben que un padre es capaz de pagar lo que sea por su hijo. No dudan en llamarles y exigirles cualquier cantidad, y saben que harán lo imposible para dárselos”. De no cumplirla, la muerte es segura.

Desaparecerlos es lo de menos. “Los llegan a disolver con diésel”, describe Nazario.

“¿Cómo podemos defender [en Estados Unidos] que otros países traten crisis humanitarias cuando nosotros gestionamos esta emergencia así?”, se pregunta. “Cerrar las fronteras no es ninguna solución”, afirma al referirse a las declaraciones de algunos gobernadores, como el caso del mandatario de Texas, Rick Perry, que ha pedido el envío de más tropas de la Guardia Nacional para impedir el paso de más niños hacia su territorio. “Quien apoye estas medidas tiene sangre en sus manos”, zanja.

Y la responsabilidad es compartida, afirma. “La relación de México con Centroamérica ha sido históricamente vergonzosa”. El país, territorio de paso para los niños, es todo menos agradable para los pequeños. Y más ahora que, cuenta, “las mafias se han infiltrado en el camino. Hace 10 años, Los Zetas no existían y para ellos los niños son una presa. Hay testimonios de menores que golpean mientras les obligan a hablar a sus padres. De pequeños que les dicen a sus padres: ‘Mamá, mandá al dinero, me van a matar’. Y muchas veces los matan”.

A diez años de la investigación que produjo La odisea de Enrique, Nazario está convencida de que el panorama es mucho más sombrío. “Entonces las personas [en Centroamérica] sabían que había peligros en el camino. Ahora lo saben de cierto. Saben que pueden morir en el camino, que los pueden secuestrar, mutilar, que las niñas serán violadas.

Y aun así eligen huir”. La periodista afirma que en el barrio de Enrique, que visita con regularidad, hay tumbas de inmigrantes que no consiguieron llegar al otro lado, personas mutiladas por los riesgos del camino, y que a pesar de ello le repiten: “Enfrentaré 20 días de terror, pero si me quedo, es un hecho que me van a matar.

Prefiero enfrentarme a esos 20 días y jugármela, que quedarme”. Honduras es, junto con Venezuela, uno de los países más violentos de América Latina según un informe de 2014 de la consultora privada FTI.

Nazario describe que las niñas de los barrios más peligrosos de Tegucigalpa prefieren no salir a la calle por miedo a que los pandilleros las obliguen a ser “sus novias”. El terror causado por la anarquía desatada por las pandillas y las mafias es tan terrible que obliga a muchos menores a huir como sea. “Viven bajo el terror de que alguien las viole”.

Al preguntársele por Enrique, la periodista suspira. El chico, que roza la treintena, está preso en un centro de detención. Ha enfrentado problemas de drogadicción y un largo proceso de reconciliación con su madre, a la que le ha costado perdonar por su abandono, y una difícil relación con su pareja, que trajo a vivir con él en Florida.

Siguen juntos y tienen una hija. Aun así, halla sitio para la esperanza. “Creo que es el mejor retrato de que esto es lo que ocurre cuando una situación tan desesperada como esta rompe una familia. Este es el saldo. Hay decenas de miles que no tuvieron tanta suerte como él.

Enrique no es precisamente un modelo a seguir, pero sí refleja las dificultades reales de un niño que fue abandonado, de lo que ocurre cuando te separan de tus padres y te ves obligado a enfrentar todo lo que tuvo que enfrentar él”.