Hiroshima y Nagasaki: más allá del mito de la historia occidental

**El discurso oficial oculta que, días antes de la rendición, la Unión Soviética había declarado la guerra a Japón y liberado el Estado títere de Manchukuo. Hay pruebas suficientes para señalar que fue el avance arrollador soviético en posiciones japonesas lo que alarmó a Tokio y forzó la rendición y final de la guerra


Hiroshima y Nagasaki: más allá del mito de la historia occidental

La Crónica de Chihuahua
Agosto de 2018, 09:30 am

Por Luis Antonio Rodríguez

A finales de julio de 1945 la Segunda Guerra Mundial estaba decidida: Alemania había caído en manos del Ejército Rojo, lo que constituye una de las más grandes hazañas militares de una sociedad entera en la historia de la humanidad. Sin embargo, Japón, el otro actor importante de la guerra, fiel aliado de alemanes e italianos en Asia, no aceptaba la rendición y, por el contrario, mantenía su postura de luchar hasta el final, pues la petición de rendición total era vista como algo inaceptable; ello suponía la humillación de su emperador Hirohito, una figura política y religiosa fundamental en la sociedad japonesa, misma que no estaban dispuestos a sacrificar. Por su parte, las potencias aliadas, sobre todo Estados Unidos, buscaban la manera de doblegar a los asiáticos. Una alternativa era la invasión, aunque, según se dijo, esta medida tenía el inconveniente de la “enorme” cantidad de bajas aliadas, principalmente norteamericanas. No hay duda de que los japoneses preparaban a toda su población para defender el territorio y que lucharían hasta el último aliento, pero el número de probables bajas se exageró con toda la intención de justificar el uso de las bombas atómicas ante la opinión pública; incluso el legado histórico del presidente Harry Truman está construido esencialmente en el hecho de que las bombas eran necesarias para salvar la vida de cientos de miles de jóvenes estadounidenses que perecerían en la hipotética conquista japonesa.

Ante el fracaso diplomático y la “inviabilidad” de la invasión, el presidente estadounidense Harry Truman tuvo una nueva carta cuando la bomba atómica funcionó correctamente en la llamada Prueba Trinity, que se llevó a cabo en el desierto de Nuevo México, el 16 de julio de 1945. Este experimento exitoso fue el resultado del Proyecto Manhattan, iniciado en 1939, bajo la dirección del físico Julius Robert Oppenheimer.

A finales de ese fatídico julio, la suerte de Japón estaba echada. Los sitios escogidos eran Hiroshima y Nagasaki, ciudades ambas que no fueron tan castigadas por los bombardeos con toda premeditación para utilizar las armas atómicas. El 6 de agosto de 1945 la historia humana quedaría marcada para siempre. En la mañana de aquel día, el Enole Gay sobrevoló la ciudad de Hiroshima y dejó caer a Little Boy, que segundos después elevaría la temperatura a niveles extraordinariamente altos. Se calcula que aproximadamente 80 mil personas murieron instantáneamente y más de 70 mil quedaron heridas. En 1.6 kilómetros la destrucción fue total. Queda para la posteridad el hongo rojo que sobrevino a la explosión y que ahora es símbolo de la ciencia al servicio de la muerte. Días después se aplicó la misma operación, ahora en la ciudad de Nagasaki.

Más allá del círculo de intelectuales encargados de construir un discurso histórico a modo, útil para las élites que dominan el mundo, hay quienes no vacilan en afirmar que el lanzamiento de las bombas atómicas no buscaba tan solo doblegar la resistencia nipona, sino más bien intimidar a los soviéticos y cambiar el equilibrio de poder del mundo de la posguerra. Dicho en otros términos, lo que Harry Truman tenía en mente al momento de decidir el lanzamiento de la bomba atómica era la pugna futura con la Unión Soviética. Las potencias ganadoras de la Segunda Guerra Mundial sabían que la alianza orquestada para frenar el avance de los nazis tendría carácter temporal y que una vez asegurada la victoria de los aliados iniciaría la lucha para ganar influencia política, económica y militar sobre el resto del mundo. De acuerdo con Joaquín Sainz: “el verdadero destinatario de esas bombas no era el Japón, ya derrotado, que hacía meses buscaba un modo de rendirse, sino la Unión Soviética, que tras una defensa heroica de sus soldados y su población contra la ocupación nazi se presentó en cuestión de semanas en Berlín ante el estupor de los gobiernos aliados”.

Hay algo más. La segunda parte del discurso oficial sobre la bomba atómica señala que, en efecto, tras su lanzamiento Japón no tuvo más remedio que rendirse. Pero la historia no fue así. Y es que este discurso oculta que, apenas dos días después de Hiroshima, el 8 de agosto de 1945, y uno antes de Nagasaki, Stalin declaró la guerra a Japón e invadió el estado títere de Manchukuo, en territorio de China, cumpliendo con su parte de los acuerdos de Yalta. Hay pruebas suficientes para señalar que fue el avance arrollador soviético en posiciones japonesas lo que alarmó a Tokio y forzó la rendición y final de la guerra. El cálculo era simple: podían seguir luchando tras los bombardeos atómicos, pero no en dos frentes. El ejercito soviético inclinó la balanza.

En suma, la bomba atómica no era necesaria para rendir a Japón, pero sí lo era para intimidar al gigante soviético que fue el verdadero liquidador del nazi-fascismo. No obstante, la mayoría de los habitantes del mundo capitalista seguimos pensando lo contrario; incluso ha sido tan poderosa la maquinaria de propaganda del sistema que muchos norteamericanos elevan a Truman al nivel de gran estadista por haber utilizado la bomba atómica, aunque haya sido uno de los presidentes más limitados y más bravucones de la historia estadounidense. La historia juega un papel social importante y es una manera acertada de entender el panorama actual; por eso, las élites construyen un discurso favorable a sus intereses. De ahí que se distorsionen los hechos de la Segunda Guerra Mundial y conviertan a los Estados Unidos, el representante de las clases poderosas del mundo, en el ganador cuando fue la Unión Soviética, el Estado creado por los trabajadores del mundo, quien hizo frente a Hitler y quien ayudó en forma determinante a la capitulación del Japón. Pero la aceptación de que la URSS fue quien ganó la guerra, implica una valoración positiva de un Estado de los trabajadores e implica, de igual manera, darle más legitimidad a la Rusia actual y a los gobiernos populares de la actualidad. Por eso, entender a profundidad la historia es fundamental para quienes creemos que se puede construir un mundo mejor. A las masas trabajadoras se les debe explicar científicamente la historia para enseñarles que un mundo mejor es posible y necesario.