Estados Unidos, liderazgo decadente del capitalismo mundial

Por Abel Pérez Zamorano


Estados Unidos, liderazgo decadente del capitalismo mundial

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2017, 20:00 pm

(El autor es un chihuahuense nacido en Guazapares, es Doctor en Desarrollo Económico por la London School of Economics, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y profesor-investigador en la División de Ciencias Económico-administrativas de la Universidad Autónoma Chapingo, de la que es director.)

El progreso social no es una serie inconexa de eventos fortuitos, producto de la simple imaginación o de tal o cual ideología; está regido por leyes. Existen regularidades, tendencias científicamente definidas; por ejemplo, la ley general de la acumulación del capital, fuente de incontenibles tendencias oligopólicas y monopólicas, origen de gigantescos consorcios que dominan al mundo y que propicia el fortalecimiento de bloques de países que avasallan al debilitado Estado-nación y al mercado estrictamente nacional. Las economías capitalistas desarrolladas no caben ya en su estrecho marco nacional; su crecimiento no puede continuar en sus primitivas formas y necesitan crear mercados mayores, sea por asociación, como la Unión Europea o el Mercosur, absorbiendo a países pobres, como el TLC, o mediante guerras de conquista. Esta necesidad resulta, en última instancia, de la constante innovación tecnológica, acicateada por la búsqueda de competitividad y más ganancias.

Esto se asocia con la anarquía en la producción, característica de la economía capitalista, que por definición no puede ser sometida a control; intentarlo significa chocar con la propiedad privada y caer en el pecado de economía “centralmente planificada”, algo inaudito, pues afecta a los dueños del mundo, que en el neoliberalismo gozan de la más amplia “desregulación”, o sea, de hacer su absoluta voluntad. Otra tendencia es la liberalización del capital: entrar y salir libremente de cada país, dependiendo de las utilidades comparativas esperables. El capital también requiere la libre movilidad del trabajo, que los trabajadores, calificados o no, estén disponibles cuando y donde se les requiera. Por eso, acuerdos migratorios y tratados como Schengen, al interior de la Unión Europea.

Desde su triunfo en la Segunda Guerra mundial, Estados Unidos encarnó estas tendencias y necesidades universales del capital, conquistando así el liderazgo. Su política se correspondía con las leyes del desarrollo, las acomodaba e interpretaba, ganando así la adhesión, e incluso sumisión, de las naciones. Fue el paradigma de capitalismo exitoso, tanto que a la caída del socialismo en Europa oriental y luego en la URSS, Francis Fukuyama postuló que solo el modelo americano garantizaba viabilidad, en contraste con otras formas fallidas de organización económica y social. Mas hoy, todo indica que aquel liderazgo cada vez responde menos a las necesidades del desarrollo del comercio y la economía, como se aprecia en el viraje introducido por la administración de Trump.

Sus principales acciones son consistentes y muestran una misma lógica. Desde la campaña presidencial enfiló sus baterías contra el TLC, al que considera desventajoso en varios aspectos; en enero pasado, abandonó el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que obligaba a operar en condiciones de libre comercio con otras naciones y exponerse a la mayor competitividad de varias de ellas. Ha reforzado las sanciones contra Rusia, castigando el comercio de ese país con Europa, generando inconformidad entre varios sectores empresariales. Pretende revertir el levantamiento de sanciones económicas a Irán, país al que considera competitivo en el mercado del gas y el petróleo. Impide a capitales norteamericanos invertir en México, que compite con mano de obra barata. Pretende impedir la construcción del gasoducto North Stream II, entre Rusia y Alemania, porque le compite, y es que Estados Unidos desea controlar ese estratégico sector, algo imposible en una competencia en buena lid; de instalarse el gasoducto, beneficiará a toda Europa y crecerán el intercambio, el bienestar social y las economías, gracias a la energía rusa barata. Estados Unidos creó al Estado Islámico y promueve la guerra en Siria, Irak y el Kurdistán, para impedir que las mercancías chinas se abran paso a los mercados de Medio Oriente y Europa a través del estratégico corredor de la “Nueva Ruta de la Seda”; así obstruiría las relaciones comerciales ahí donde no puede competir. En fin, el empequeñecimiento de su liderazgo se ve también en su retirada del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Claro que esta política obstruye relaciones comerciales y utilidades para empresas del mundo capitalista y genera oposición en gobiernos antes sumisos; así se explican los choques, por ejemplo, con la canciller alemana Angela Merkel.

Ha asumido esa postura de obstáculo al comercio y a los movimientos de capital por la pérdida de su propia competitividad, mientras otros países ganan la partida, destacadamente China, hoy principal origen de inversión extranjera en África y progresivamente en Latinoamérica. Estados Unidos es el país más endeudado, debido, en parte, a su creciente déficit comercial con China, país al que ¡pide prestado para comprarle! Para Brasil, Estados Unidos no es ya su principal socio comercial: es China. La producción norteamericana deja de ser en varios productos la más barata y competitiva; de ahí la tendencia a encerrarse, protegerse por vías extraeconómicas y bloquear en lo posible el libre despliegue del capital global, como aranceles al acero y medidas no arancelarias en otros productos. Ejemplo de la mayor competitividad de China es su reconocida supremacía como productor de energía solar, y fabricante de trenes de alta velocidad –tanto que ganó el contrato para construir el de México a Querétaro, pero por un golpe de autoridad, donde claramente se adivina la mano de Washington, le fue cancelado. Al convertirse en gendarme del mundo y depender excesivamente de su acción militar, la industria bélica devino sector determinante, y Estados Unidos ha gastado ingentes recursos, que no tiene, para financiar a la OTAN y sostener bases militares en varios puntos del planeta; para sostener su presencia en Afganistán, a donde Trump envía hoy más soldados, o interviniendo directamente en Irak, de donde se suponía estaba retirándose (Joseph Stiglitz ha estimado el costo de estas aventuras, fuera del alcance de la estancada economía americana). Su política guerrera le lleva a gastar en el mundo lo que necesitaría interiormente en educación e investigación científica, o en la salud de su pueblo.

La economía no ha recuperado su vigor previo a la crisis de 2007, mientras la ciencia, la tecnología y las instituciones educativas pierden terreno. Su industria automotriz, otrora de indiscutible supremacía comercial, no puede ahora competir con armadoras extranjeras, lo que obliga a frenar el acceso de vehículos ensamblados en el exterior. Por eso, por razones económicas y políticas, nuevos países tradicionalmente pro estadounidenses se acercan a China y Rusia; es el caso de Filipinas, Turquía, y varias naciones de África y Latinoamérica. Incluso Qatar muestra cierta independencia respecto al dominio hegemónico Saudí-americano. En ese mismo contexto se explican los coletazos del liderazgo decadente ante esfuerzos de independencia como el de Venezuela, a la que se pretende aplastar mediante un golpe de Estado al más viejo estilo, promovido desde Washington.

En fin, mientras el liderazgo mundial norteamericano declina, el eje chino-ruso es hoy, paradójicamente, la avanzada en el progreso de la economía mundial, con una estrategia que propicia el desarrollo con más eficiencia económica y con equidad distributiva. China es la promotora más activa del avance industrial e intercambio, de una política progresista, de relaciones comerciales y diplomáticas favorables para los pueblos, opuesta a la de saqueo y depredación hasta hoy aplicada. Y no olvidemos que el desarrollo capitalista, su dialéctica, es condición para la evolución de la sociedad hacia formas históricamente superiores de organización; y el de China no es el capitalismo salvaje, sino controlado por un gobierno popular, en una relación socialmente benéfica.