El mundo entre el petropoder y la energía verde

REPORTAJE INTERNACIONAL


El mundo entre el petropoder y la energía verde

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2017, 21:00 pm

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Nydia Egremy

Todas las acciones político-económicas del presidente de Estados Unidos (EE. UU.) en el interior y exterior de su país se encaminan a borrar el orden mundial existente e imponer las bases de uno nuevo. En ese nuevo mundo contienden por la supremacía los poderes que promueven el uso de los combustibles fósiles con los llamados Estados verdes que impulsan la era pos-carbón.

En medio de esa disputa geopolítica está México, gran productor de petróleo, gas y carbón, al que se le acaba el tiempo para decidir de qué lado estará. Este panorama, al principio de la presidencia de Donald Trump, vaticina la emergencia de un planeta energéticamente bipolar.

Los dictámenes de los centros internacionales de análisis coinciden en señalar que en el presente y futuro los grandes protagonistas del sector energético son Arabia Saudita, Canadá, EE. UU., Irán, Irak, Mar del Norte y Rusia. México no figura en esta lista porque se le ubica en una posición dependiente con respecto a la demanda estadounidense.

Con datos de impuestos e ingresos, reformas regulatorias ambientales, comercio e independencia energética, el Centro para Estudios Estratégicos Internacionales (CSIS), define a EE. UU. como actor clave con influencia política decisiva en asuntos estratégicos mundiales.

La administración de este potencial no fue fácil. Barack Obama enfrentó dos dilemas: para reducir su crisis económica debió mejorar su eficiencia y desarrollar una variedad adicional de energías. Sin embargo, también lidió con sus compromisos globales contra el cambio climático y por tanto debió reducir las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero (GHH).

Pragmático, en el exterior Obama mantuvo un discurso ambientalista mientras que en el interior coqueteó con las petroleras para construir oleoductos y gasoductos y estimular la producción de crudo y gas shale (de esquisto).

Aunque los medios de prensa insisten en un supuesto antagonismo del nuevo presidente de EE. UU. con su antecesor, la realidad es que ambos comparten iguales intereses energéticos.

Donald John Trump es más claro: se propone crear un nuevo orden mundial donde los petro-poderes (Estados productores de energía fósil), consoliden su poder sobre las naciones que optan por energías alternativas. Esa pugna desatará los próximos conflictos.

A partir del 20 de enero, el magnate-presidente avanzó en la consolidación de un nuevo orden global. Su proyecto de realineamiento global, donde Estados y firmas energéticas favorables a combustibles fósiles contienden por la supremacía contra Estados que buscan energías verdes, divide al planeta en dos campos que compiten por poder, riqueza e influencia: de un lado, los carbonitas (EE. UU. y sus aliados) y del otro, los Estados verdes de la era pos-carbón.

Triple Alianza

Al declarar: “Estamos entre quienes tienen las más abundantes reservas energéticas” el estadounidense destacaba su eventual alianza con Rusia y Arabia Saudita, otros gigantes productores de hidrocarburos, bajo su liderazgo.

Esos tres países suman casi el 38 por ciento del total global de producción de petróleo mundial, y EE. UU., Rusia y Arabia Saudita son los mayores productores mundiales de gas natural con el 41 por ciento de la producción global de este combustible.

Además, cada uno se vincula a otros importantes productores de crudo y gas (Canadá con EE. UU., los Emiratos del Golfo Pérsico con Arabia Saudita –incluido el pequeño Qatar que es un gigante gasífero– y las exrepúblicas soviéticas de Asia Central con Rusia).

Al sumar la producción energética de todos, incluidos Azerbaiyán, Kazajastán, Kuwait, Omán, Qatar, Turkmenistán y los Emiratos Árabes Unidos, resulta que controlan casi el 57 por ciento de la producción petrolera mundial y el 59 por ciento de la producción de gas natural.

Dado que el petróleo aún es la mercancía mundial más valiosa y que con el gas los países de esa eventual alianza suman el 60 por ciento del suministro mundial combinado de energía, se observa una enorme concentración de economía y poder geopolítico. Por tanto, la visión estratégica del nuevo gobierno estadounidense consiste en apuntalar sus vínculos con esos otros petropoderes en el ámbito diplomático y militar.

En principio, esta política implica fortalecer nexos entre las compañías de energía estadounidenses y las de sus aliados e incrementar la coordinación diplomática y militar con éstos. Adicionalmente, significa la alineación de EE. UU. contra los enemigos de sus amigos, tal como lo hizo el 25 de mayo en la cumbre de Riad ante los árabes sunitas al criticar a Irán.

En su cálculo, Trump también esperaba colaborar con Rusia en la guerra contra Isis en Siria, pero el escándalo político que enfrenta en Washington hace insostenible ese plan por ahora.

Por décadas el reino saudita ha sido la piedra angular de la política estadounidense en Medio Oriente. De ahí que, para asegurar su acceso a la abundante energía de la región, Washington no intentará transformar el orden político conservador de la región.

El huésped de la Casa Blanca no quiere revivir la crispación en esa relación, como cuando Barack Obama subió a la agenda el tema de los derechos humanos y negoció con Irán su programa nuclear.

“No estamos aquí para un sermón, no estamos aquí para decirle a otros cómo vivir, qué hacer, cómo ser o cómo rezar. Estamos aquí para ofrecer asociación y cooperación”, insistió el novel presidente. Y antes de emprender el Baile de la Espada con sus anfitriones, el empresario inmobiliario propuso estrechar nexos entre las firmas energéticas de EE. UU. y la industria petrolera local.

El comunicado entre Trump y el rey Salman establece que ambos “estrecharon la importancia de invertir en energía por compañías en ambos países, y la importancia de coordinar políticas que aseguren la estabilidad de los mercados y una abundancia de suministros”.

Por otra parte, la relación entre Arabia Saudita y Rusia “pasa por una de sus mejores épocas”, según el príncipe saudita Mohamed. La cooperación energética binacional fue clave en su diálogo con el presidente ruso Vladimir Putin, quien declaró: “Los acuerdos en la esfera energética son de gran importancia para nuestras naciones”.

Pero aunque Moscú y Riad comparten el interés de elevar los precios, difieren en el apoyo del Kremlin al presidente sirio Bashar al Assad a quien los saudíes quieren derrocar. Además, Rusia es el mayor proveedor de armas de Irán, al que los sauditas quieren aislar.

En los entretelones está la relación EE. UU-Rusia. Se sabe que el Departamento de Estado exploró formas de levantar las sanciones económicas a Rusia –impuestas tras la escisión de Crimea en Ucrania– lo que significaría una mayor cooperación entre firmas energéticas bilaterales. La eventual alianza EE. UU.-Rusia-Arabia Saudita tendría del otro lado del campo de batalla a la insólita alianza de los promotores de las energías limpias: Alemania-China-India

Contra lo verde

Hasta ahora la única lealtad del empresario inmobiliario parece reservada para los países que producen combustibles fósiles y desdeña a los países favorables a las energías verdes. Esa visión modela su política exterior, en la que su gran objetivo es resistir a la expansión de movimientos islámicos y respaldar a las monarquías petroleras del Golfo Pérsico.

Esa diplomacia se aleja de las bases que impuso Woodrow Wilson para apuntalar los nexos de EE. UU. con Reino Unido, Francia, Alemania y otras supuestas democracias, y limitar la influencia de Rusia, Turquía y China.

Si en el exterior Trump ha buscado aislar a los poderes emergentes de las energías renovables -Alemania, China e India- en el interior de su país ha intentado paralizar el crecimiento de la energía alternativa y asegurar la perpetuación de una economía dominada por el carbón, el petróleo y el gas.

Prometió eliminar todo impedimento para expandir la explotación de combustibles fósiles y levantó las restricciones para construir los oleoductos Dakota y Keystone XL.

Tras finalizar su primera gira internacional, el multimillonario republicano eligió el célebre Jardín de las Rosas para anunciar el retiro de su país del Acuerdo de París contra el cambio climático. Esa medida está destinada a darle nueva vida a la industria nacional del petróleo, el gas natural y el carbón, que sufre de la competencia del gas natural y las energías eólica y solar.

Además socava el Plan de Energía Limpia de Obama para reducir las emisiones de GHH que habría disminuido severamente el uso doméstico de carbón.

Al repudiar el pacto, Trump también revierte la tendencia hacia la creación de autos y vehículos de combustibles más eficientes, a fin de aumentar la demanda de petróleo.

El estadounidense alega, sin sustento, que el acuerdo de París permite a países como China e India seguir construyendo plantas de carbón mientras prohíbe a EE.UU. explotar sus propias energías fósiles, dice el profesor del Colegio Hampshire en Massachusetts, Michael T. Klare.

En sus obras Guerras de recursos y sangre y petróleo (2002) y Peligros y consecuencias de la creciente dependencia estadounidense por el petróleo (2005), Klare advertía la importancia de la energía en los conflictos entre naciones. Sin embargo, el retrato más revelador de la agenda petrolizada del actual presidente estadounidense está en su reciente estudio Las líneas de batalla del futuro.

Ahí el analista sostiene que Trump ha minado todos los esfuerzos para desarrollar la energía eólica y solar. Ha asegurado que las minas de carbón ya están listas para “volver a abrir” y apura planes para eliminar las restricciones para explorar crudo y gas natural en tierras federales.

No obstante, Klare advierte que pasarán años de negociaciones en el Congreso, maniobras judiciales y protestas de la comunidad internacional antes de que la Casa Blanca alcance sus objetivos pro-carbón.

Aún en sus tempranos días, se bosqueja un potencial nuevo orden global donde los Estados pro-combustibles fósiles luchan por mantener su dominio en una era en la que el crecimiento de la población mundial exige adoptar tecnologías energéticas verdes que, también, crearán empleos masivos.

Además, un mundo dominado por potencias verdes parece menos amenazado por la guerra y por las depredaciones del cambio climático extremo, pues esa energía renovable será un bien más accesible. En contraste, los petro-poderes apoyados por Trump lucharán para alcanzar su devastadora visión global.

Es significativo que corporaciones como Apple, Google, Tesla, Target, eBay, Adidas, Facebook y Nike, con numerosos estados y ciudades estadounidenses se han comprometido con un futuro verde para cumplir los objetivos del Acuerdo de Paris. Juntos abanderan el esfuerzo “Estamos en ello”, independientemente de lo que diga o haga Washington. Tal como los ciudadanos estadounidenses eligen un futuro decente para ellos y las próximas generaciones, sería de esperar que los mexicanos y su gobierno animen ese debate porque el tiempo se acaba.