El horror nuestro de cada día (CXXI)

LA ULTIMA NOCHE DE LAS GEMELAS RUBIAS


El horror nuestro de cada día (CXXI)

La Crónica de Chihuahua
Julio de 2011, 20:06 pm

Por Froilán Meza Rivera

“Extrañados pero contentos, porque las niñas parecían divertirse, padre y madre entraron en el cuarto donde Verónica estaba cantando. Pero, ¿dónde estaba Violeta? De repente vieron un charco de sangre debajo de la cama de su hija predilecta. Lo peor estaba por venir...”

La historia, contada por Ivonne como una leyenda urbana, sucedió así:
Erase una pareja que se consideraba muy feliz, y cuando la mujer supo que estaba embarazada, la alegría se multiplicó, porque iba a tener niñas gemelas.

A las bebés las llamaron Violeta y Verónica. Eran éstas parecidas físicamente, como una gota de agua a la otra, pero diferían en carácter: mientras que Violeta era alegre, cariñosa y extrovertida, Verónica era más bien tímida, triste, callada. En apariencia, las rubias niñas se llevaban bien, aunque alguien más observador y menos cegado de amor paternal, hubiera podido entrever que algo oscuro subyacía en su relación. Si Violeta, por ejemplo, recibía alguna atención de sus padres, ella los besaba espontáneamente y sin ningún tapujo, y acompañaba sus besos con frases cariñosas. Para Verónica, quien estaba negada para este tipo de manifestaciones espontáneas, sin embargo, resultaba difícil comportarse igual, aunque se sentía presionada para imitar todos los gestos de Violeta, porque en su interior creció una especie de trauma. Verónica sentía que Violeta era superior a ella y que los padres, tíos y abuelos la querían más que a ella.

Por supuesto, esa apreciación de Verónica era esencialmente errónea, porque los padres las querían por igual. No obstante, de manera natural, sin razonarlo siquiera, la pareja respondía con mayor efusión a los cariños de quien más efusiva era, sin menoscabo de su amor a las dos.

Así transcurría la vida en la casa.

Una noche, los padres decidieron salir a cenar y propusieron a las gemelas que se quedaran solas en casa por primera vez, o que escogieran a una niñera de entre una listan que no les agradó. “Yo me encargo de todo”, dijo Violeta, y todo quedó solucionado. Y como la niña siempre había sido muy responsable, los padres accedieron. Salieron sin mayor preocupación, en tanto que las gemelas se quedaron con su montón de juguetes y viendo caricaturas.

Al regreso, todo se veía normal. Había luz en la sala, en el comedor, y había luces en la recámara de las niñas. Incluso, para su tranquilidad, escucharon a Verónica cantar muy alegre:

“1, 2, 3, 4, a Verónica quieren ahora,
1, 2, 3, 4, Violeta se irá para no volver”

Ya se iban de largo a su propia recámara, pero la madre propuso al marido que pasaran a dar las buenas noches a sus hijas. Entraron al cuarto, donde Verónica cantaba. Pero, ¿dónde estaba Violeta? Había un charco de sangre debajo de la cama de Violeta, y al quitar la sábana vieron el cuerpo mutilado de la niña, mientras Verónica seguía tarareando.

Un cuchillo de cocina, el más grande, estaba todavía fuertemente sujeto en la mano derecha de Verónica, y la sangre había salpicado el piso y había formado un reguero hasta la cama de la niña viva, quien al ver a los padres, reaccionó como si volviera de un sueño.

Verónica, extrañada, miró entonces su mano derecha y se dio cuenta de que blandía el arma asesina, tinta en sangre todavía. Un aullido de dolor deformó su cara y, con el cuchillo en la mano todavía, se lanzó por la ventana, rompió el cristal y cayó sobre la cerca del jardín, donde los barrotes afilados atravesaron su cuerpecito.

Todavía no pasaba un año siquiera desde aquella noche terrible, cuando otra familia se fue a vivir a la casa de las gemelas. Ahí se escuchan voces en los rincones, como de unas niñas jugando y cantando, aunque de repente la canción suele convertirse en un desesperado grito de terror...