El horror nuestro de cada día (328)

EL CAZADOR MALDITO EN LAS VARAS BABÍCORA


El horror nuestro de cada día (328)

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2018, 18:30 pm

Por Froilán Meza Rivera

Las Varas, Babícora.- Sombrío y encorvado, convertido en una sombra mínima en su reciente viudez, regresaba del campo con cuervos y murciélagos como toda caza, varios de estos bichos ensartados en varitas que cargaba en la espalda. ¿Los comía? ¿Era sólo un cruel e inhumano deporte? A todos en el pueblo les intrigaba el porte misterioso del joven, su falta de palabras, su seriedad anormal, su belleza de género indefinido. Habladurías, intrigas y chismes rodearon siempre al cazador, a aquél que llegó un día a trabajar y que se casó y quedó aquí, sin propósito definido en la vida después de que muriera su amada.

Había venido el joven a trabajar al pueblo en época de cosecha, que era cuando en Las Varas Babícora había necesidad de muchos cargadores. De toda la región llegaba, en aquella mitad del siglo Veinte, una gran cantidad de maíz en aquellas hileras interminables de camiones de carga que terminaban en los patios y las bodegas de la estación.

Las venas del oro blanco fluían por todos los caminos de la región y desembocaban en éste, otrora próspero pueblo y hoy sólo un fantasma cuya estación se encuentra abandonada.

El joven, quien encontró un rincón para dormir en las bodegas del ferrocarril, añadía a sus largas, agotadoras jornadas, un paseo diario por el pueblo, ya anochecido. Quienes vivieron aquí en aquella época de bonanza, recuerdan que la diversión entonces estaba en los restaurancitos y en las casas que abrían sus cocinas para atender a tantos trabajadores. Y en las cantinas disfrazadas de restaurantes, donde se colocaban hasta mesas de billar para dar satisfacción a las hordas de rancheros que, por única vez en el año, traían dinero en los bolsillos.

Acudía Venancio Rodríguez, que así se llamaba, a casa de la señora Jáquez, una viuda que tenía una hija única, preciosa muchacha que andaba en los dieciséis años, y a quien pronto comenzó a cortejar con su estilo de extrema seriedad.

Casó el joven con la muchacha, y la madre de ella dispuso que vivieran provisionalmente en un cuarto amplio que estaba separado del resto de la casa, y allá acondicionaron un fogón, llevaron la vieja cama de la novia, una silla, varias cajas a manera de guardarropa, y se aprontaron a vivir las estrecheces que enfrentan todas las parejas jóvenes en esta parte de la sierra.

Eran felices. Cuando terminó la temporada del maíz, al muchacho lo contrataron en el aserradero, y ahí encontró el sustento.

Sin embargo, una rara enfermedad hizo víctima de Rosita, que así se nombraba la chamaca, y al principio se desangró por una horrorosa herida supurante que le brotó en la espalda. Nadie pudo hacer nada, y murió sin remedio, pero hubo entonces una sombra de sospecha...

Poco antes de este desenlace, al joven marido le había nacido la afición de la caza, y empezó a salir al bosque para regresar con conejos, ardillones, y algún venado ocasional o un jabalí.

Una cosa curiosa notaron sus vecinos: a Venancio lo perseguían las sombras de personas que lo buscaban, a cualquier hora del día y de la noche, de diferentes jóvenes como él, muy parecidos físicamente al muchacho, que llegaban. “Oh, pues serán sus familiares, o sus paisanos, ya ves que Rosarito la de la fonda dice que el Venancio ha de ser gitano... yo creo que vienen a verlo sus paisanos húngaros”. Don Ramón Otachique era de la idea de que aquellos seres misteriosos que aparecían caminando de repente en el pueblo y que se iban derechito a la cabañita de Venancio, tendrían que ser gavilleros que operaban en la sierra, y el muchacho, uno de los suyos.

De lo que murió Rosita, nadie supo qué fue, pero su madre se dio cuenta de que algo le había picado... “una cascabel, un murciélago vampiro, no sé, pero m’ija me contó que caminaba muy campante y que de repente sintió que algo le cayó en la espalda, un animal que ella no vio, pero que le saltó de un árbol... y la picadura se le hizo grande y nunca se le curó, era como un hoyo lleno de pus y de sangre maloliente; la pobre murió con mucho dolor”.

¿Un vampiro?

Ya viudo, Venancio duró más de un año viviendo todavía en la cabañita de la señora Jáquez, su suegra, y se alimentaba de lo que cazaba. La figura gris y encorvada que regresaba al anochecer con su ristra de cuervos y murciélagos, adquirió el tamaño de una leyenda, y aunque él se fue de la región, mucha gente dice que se le sigue viendo: encorvado, serio y con la carga de carne maldita en las espaldas.