El horror nuestro de cada día (295)

LA LEYENDA DE LA PANTERA NEGRA


El horror nuestro de cada día (295)

La Crónica de Chihuahua
Mayo de 2017, 17:39 pm

* Un episodio de histeria colectiva en Delicias
* Vecinos viven una moderna leyenda urbana
* Sucesos que hace 21 años estremecieron a la ciudad

Ciudad Delicias, Chihuahua.- “Es cosa del diablo”, dijo la madre, y las señoras se santiguaron enseguida, para conjurar la presencia del maligno.

“¡Fue el diablo que bajó en forma de perro negro!”

En aquel año de 1986, la figura de un perro negro con terribles garras, capaz de bajar de los aires y de asestar tremendas heridas, tomó forma en la imaginación de los azorados vecinos de la colonia División del Norte y de la aledaña colonia Benito Juárez de Ciudad Delicias. Durante semanas, los ciudadanos delicienses estuvieron en las garras de un miedo y de una histeria colectiva que hizo temblar muchos pares de corvas y que provocó que a hombres, mujeres y niños, las sombras de la noche en aquel largo verano, les parecieran seres de ultratumba que hubieran venido en su persecución.

¿Cómo empezó todo?

Era mediodía, y nada aparentemente iba a turbar la tranquilidad somnolienta en que se sumergen a esa hora los moradores de las modestas colonias del sur de la ciudad.

El grito desgarrado que surgió del patio tuvo la virtud de interrumpir de tajo las actividades de la madre. A causa de la impresión, de sus manos se escurrió un enjabonado plato de peltre, y el ruido que hizo éste contra el piso de cemento pulido, fue insignificante comparado con el estridente aullido que salía de la garganta de la adolescente. Pero antes incluso de que la mujer pasara por debajo del marco de la puerta del patio, el grito cesó.

Lo que vio doña Anita llenó su pecho de angustia: El cuerpo de su hija Yolanda yacía sobre el suelo de tierra, con el torso bocabajo, pero caderas y piernas torcidas como pugnando por mantenerse de pie. Una de las piernas doblada en forma de ovillo, y los brazos lacios junto a la cabeza oculta en actitud de defensa... ¿contra qué?

Doña Anita se lanzó al suelo, junto al bote de hojalata de cuatro lados improvisado como cubeta, que su hija había tomado momentos antes y cuyo contenido de agua jabonosa ahora estaba derramado sobre el tramo encementado alrededor de la llave que hacía las veces de pila.

Acuclillada sobre el suelo, Anita colocó la cabeza de su niña sobre el delantal en su regazo, y pudo ver que sí respiraba, pero que tenía unos tremendos arañazos sangrantes en la cara.

Casi de inmediato, Yolanda recobró el conocimiento, pero tal vez no la conciencia, porque en medio de un llanto entrecortado y con la voz muy alterada y nerviosa, le contó a la madre lo que le había pasado. Ella salía al patio, rumbo al tendedero, relataba entre sonoros sollozos, porque tenía prendas en el lavadero y otras que iba a descolgar del alambre del tendedero. Tuvo, de repente, una visión que nubló su vista, pues en medio de un resplandor que casi la ciega, bajó “de arriba” una como garra de animal, algo que no pudo describir bien, como si un perro negro hubiera volado hacia ella para hacerle daño.

Para entonces, varias vecinas habían entrado en la casa, atraídas por los gritos de la muchacha, que se les antojaron como si estuviera ocurriendo una desgracia en la casa del número 436 de la calle Martín López.

“Es cosa del diablo”, dijo la madre.

“¡Fue el diablo que bajó en forma de perro negro!”

La figura de un perro negro con terribles garras, capaz de bajar de los aires y de asestar tremendas heridas, tomó forma en la imaginación de los azorados vecinos.

Empezaron los razonamientos al calor de una imaginación impactada por lo desconocido: Si bajó, es que vuela, y tiene alas. Un animal negro, feroz, que a lo mejor es una pantera negra —todas las panteras son negras—. Eso es, una pantera negra con alas, negra y con ojos rojos como carbones encendidos. La tranquila muchacha, que en la vida real se llevaba muy bien con su mamá, fue convertida por la imaginación volátil de las amas de casa, en una joven caprichosa que hizo un berrinche cuando no la dejaron ir al baile.

La historia se fue tejiendo y fue tomando formas y proporciones cada vez más fantásticas, conforme pasaba por el mayor número de cabezas y de lenguas.

NACE LA LEYENDA

Ese día, la historia de una muchacha que maldijo a su madre y que fue castigada por el diablo en la forma de una pantera negra alada, se extendió, sin más medio de comunicación que la transmisión oral, por las colonias División del Norte, Benito Juárez, Tierra y Libertad, Francisco Villa, Lindavista y Ricardo Flores Magón. Los habitantes de estos asentamientos proletarios cenaron con la noticia, la comentaron y le agregaron su propio granito de arena-ficción.

Sin tradiciones propias, la joven Ciudad Delicias, que a siete años transcurridos ahora del siglo XXI apenas llega a la edad de setenta y cuatro años, ha tenido que pedir prestadas historias, leyendas y tradiciones, a los pueblos de donde son originarios sus pobladores. Valle de Allende, Jiménez, Parral, Santa Bárbara, Zacatecas, Durango, sí tienen memoria colonial y decimonónica, y las “charras”, cuentos y relatos que hasta hace apenas dos décadas se contaban en Delicias, provenían de esos lugares.

La imaginación de los delicienses, quienes crecieron escuchando de sus padres y abuelos aquellas historias de espantos, de aparecidos, de fabulosos tesoros enterrados en las rutas de Francisco Villa, estaba lista para forjar historias novedosas que la ciudad enarbolaría como propias de ahí en adelante.

LA PANTERA NEGRA ATACÓ DE NUEVO

Así las cosas, era inevitable que la pantera negra con alas, atacara de nuevo.

Habrían pasado unos dos días del incidente de la colonia División del Norte, cuando un señor de mediana edad, quien estuvo bebiendo y jugando billar en una cantina del centro, emprendió —a falta de camiones en las horas de la noche—, el camino a su colonia, la Lindavista, que en aquellos años estaba en la mera orilla.

Del centro a la orilla, los caminantes nocturnos acostumbraban contar dos puntos de referencia en el camino para animarse y pretender llegar más pronto. El primero de esos puntos corresponde ahora a la calle 10a. Oriente, a cuya orilla transcurría un canal de drenaje agrícola y que era donde comenzaban los nuevos poblamientos que arrancaron con las colonias Benito Juárez y División del Norte, el Infonavit y otros fraccionamientos residenciales. El segundo hito era la entonces llamada Avenida de la Transmisión (hoy Fernando Baeza), que marcaba el inicio de las nuevas colonias populares. En aquellos años, sobre la Transmisión se encontraba una empresa deshidratadora de alfalfa, y muchos lotes baldíos, tapias y casas a medio construir. En una de esas tapias entró el señor de la Lindavista, para aliviar el riñón, con tan mala suerte que al salir, algo le arañó el rostro. El grito del hombre se oyó en las inmediaciones, y él no dudó en decirse víctima del segundo ataque de la pantera negra.

La histeria ya se enseñoreaba por sobre las familias de las colonias de esta parte de la ciudad. Y todos quienes estaban obligados a caminar de noche, iban con el temor de toparse en cualquier rincón, en cualquier momento, con la aterrorizante visión de una pantera negra.

Las madres tenían prohibido a sus hijos salir de noche.

Y, como el temor se fue extendiendo, nuevas y nuevas historias de nuevos ataques se fueron conociendo cada día. Ahora fue una muchacha que al prender el foco de la sala, se golpeó con un alambre, ¡y fue la pantera negra!

Casos de ataques, todos con ingredientes de arañazos, golpes y “toqueteos” en la oscuridad, menudearon durante casi un mes en Delicias, y las radiodifusoras locales se dieron vuelo recibiendo en sus noticieros de la mañana y de la tarde, testimonios orales de los ataques de la monstruosa aparición.

A 20 AÑOS DE LOS SUCESOS

Hoy, a 21 años de aquellos sucesos, la gente parece haber enterrado sus miedos. Aquel temor, la prohibición a salir de noche, han sido olvidados. El paso de un transeúnte por debajo de un arbolillo, en aquellas noches lejanas, asustaba a los gorriones. Y las palomas que dormían en los rincones.se asustaban igualmente, como siempre, y las aves emprendían un corto vuelo sobresaltadas, pero su breve aletear y sus chillidos inofensivos desataban en los delicienses todo un episodio de terror. El zumbido de una abeja, de esas “blondas avecillas” de que habla Maeterlinck, erizaba los vellos del cuello y de los brazos, y uno no podía menos que voltear a ver de reojo, a la espera de una visión demoníaca.

En un recorrido por varios domicilios, las amas de casa de hoy son ajenas a los viejos episodios. Sólo las personas mayores recuerdan.

Como excepción, Susana López, quien era una adolescente en 1986, y quien vive frente a la primaria de la División del Norte, justo donde el caserío converge con la colonia de enseguida, cuenta hoy que Yolanda Jaimes era amiga suya en aquel entonces. Ella confirma la versión de que la muchacha iba saliendo al patio cuando sintió una garra que la rasguñó. “Ella dijo que sintió esa garra que bajó del cielo y que la lastimó y la tiró”. Surgen los detalles: “Recuerdo que mi papá tenía entonces un puesto en la escuela Sertoma, por la Sexta”. Pero Susana no avala la versión generalizada de que Yolanda era malcriada, ni de que hubiera reñido con su madre.

Yolanda Jaimes cuenta hoy en día con 38 años, pero ya no vive en la colonia, porque se casó y se fue con su esposo y sus hijos a una de las colonias nuevas de la periferia. Pero la casa, una finca modesta de dos plantas, pintada de blanco, ya tiene nuevos dueños.

Las vecinas de enfrente, Sanjuana de Vázquez y Virginia Arenívar, señoras de edad, no son crédulas y toman distancia. “La señora Anita y su familia creían que el diablo fue el que rasguñó a Yolandita, pero yo no le doy esas explicaciones a un simple rasguño”, dijo Virginia. Sanjuana, su vecina de al lado, respalda esa opinión: “Otro día, yo vi que Yolanda andaba toda rasguñada, su mamá no sabía qué era, yo pienso que ha de haber sido un gato, pero no sé”.

Un grupo de señores, que se precian de haber estado aquí desde la fundación de estas colonias, de momento se desconciertan, pero luego van recordando detalles.

En estos viejos revive no sólo ésta, sino otras leyendas urbanas que, como gente de edad y como memoria viviente de esta ciudad que es más joven que algunos de ellos, se placen en contar en la sombra de la tarde delante de los jóvenes y de los niños. Sus interlocutores regresarán por la noche a sus casas, con un miedo sabroso metido en el corazón, miedo que los seguirá hasta la cama y que los sobresaltará con el menor ruido extraño en el camino. Con el más menudo aletear de cualquier avecilla en un árbol.