El horror nuestro de cada día (252)

EL CATRÍN DEL PARQUE LERDO


El horror nuestro de cada día (252)

La Crónica de Chihuahua
Noviembre de 2015, 16:52 pm

Por Froilán Meza Rivera

El hombre era toda una estampa, un cromo de tan elegante, de corbata de moño y cabello relamido que nunca se despeinaba, de traje azul oscuro de buen corte, zapatos de charol, tan seductor él, tan labioso...

...Y tan asesino, si hacemos caso a lo que cuenta la gente en torno a la persona de Jesús Carlomagno Villerías, y en torno a la misteriosa desaparición de por lo menos catorce muchachas. Las sospechas gravitaron siempre en torno a este personaje, porque entre las jóvenes mujeres que entraron en su órbita de seducción, de 14 a 16 de ellas ya nunca se supo nada, ni la mitad de una mínima referencia.

Conducía él un Cadillac negro, muy a tono con la personalidad que el tipo se había construido. La gente, monstruo urbano de los mil ojos, se dio cuenta de que muchas mujeres subieron a la comodidad de aquellos asientos fragantes de piel; de que muchas probaron -sedientas de lo nuevo- sorbitos del jerez semidulce que portaba Don Jesús en un anexo de la guantera en el Cadillac.

Vivía El Catrín en la avenida Ocampo y Primero de Mayo, en una casona de su propiedad que hoy en día está deshabitada frente al Parque Lerdo, entre las actuales oficinas de Sedesol y la agencia de las copiadoras Gestetner que está en la esquina.
Muchos pensaban en él como un vampiro porque nunca lo veían a la luz del día, y sólo cuando disminuía por las tardes el azote del sol, dicen que revivía el individuo. Se le veía entonces en el parque Lerdo zumbando alrededor de las muchachitas, o se apostaba en las inmediaciones de la YMCA en su rastreo de las jóvenes que salían de la alberca chorreando agua y juventud.

En los cafetines del centro, su mirada aguda podía discernir entre las multitudes, a las mujeres jóvenes y bellas inconformes con el estilo asfixiante y provinciano de vida de la Chihuahua de entonces. Eran éstas, candidatas para sus propósitos.

Su sirvienta en casa le llamaba Don Jesús, pero todos lo conocían como El Catrín.
Y no faltó quien lo tildara, como ya se dijo, de vampiro.

Era famoso El Catrín porque acosaba a cuanta mujer le llenaba el ojo. A todas les prometía que las iba a convertir en estrellas de cine, y siempre que escogía alguna para cortejarla, tenía que ser de gran belleza.

A una ex cuñada mía, Lupita, hermana de mi ex mujer, la persiguió El Catrín, la rondó en su casa, pero cuando la mamá descubrió el acoso, amenazó al tipo, furiosa, con enviarlo a la cárcel “si sigue usted rondándola como zángano”.

A mi ex cuñada la abordaba con mil reverencias y amabilidades. Le hablaba de libros, de arte, de cine, y le bajaba el cielo y todas las constelaciones del universo, pero como a la muchacha el Catrín le daba miedo, quizás eso la salvó de la desaparición y de una muy probable muerte.

A la vuelta de la YMCA, el tipo se había encontrado a Lupita una tarde, y su figura femenina de formas sugestivas se le hizo una obsesión. La seguía el seductor, le hacía la ronda, pero nunca pudo atravesar la coraza que interpuso mi hermana política entre ella y él.

Años después, siendo ya una mujer casada y con varios hijos, le pregunté a Guadalupe acerca del Catrín, que por qué lo había rechazado, y ella me confesó que el tipo nunca le atrajo. “Me inspiraba temor, no nomás por su aspecto tan poco común, sino por la forma como aparecía y desaparecía, como si fuera un fantasma, un vampiro con poderes sobrenaturales”.

Tan escandalosas llegaron a ser las versiones que señalaban al Catrín como responsable de las numerosas desapariciones, que la policía lo investigó, aunque nunca dio pie con bola, como sucede hasta la fecha.

Sin embargo, don Jesús Carlomagno Villerías, quien por supuesto no se llamaba así y nadie supo nunca cuál era su verdadero nombre, desapareció un día.

En la casa de la Ocampo, que está ahora pintada de naranja, se oyen por las noches ruidos de cadenas, murmullos y lamentos, según dice la gente del rumbo.

Y como el propio Catrín, desaparecieron sin dejar huella también todas aquellas jovencitas a las que ahora ya nadie recuerda, precursoras de las mujeres sacrificadas en Ciudad Juárez.