El horror nuestro de cada día (234)

CONVERTIDA EN PILTRAFA HUMANA


El horror nuestro de cada día (234)

La Crónica de Chihuahua
Septiembre de 2015, 23:12 pm

Por Froilán Meza Rivera

Atormentada por una legión de demonios y fantasmas que la acosaban, siguiéndola a donde quiera que iba, la mujer terminó sus días en la calle, semidesnuda, trastornada su razón y hablando incoherencias.

Las crónicas la describen como una “piltrafa humana” a la pobre, y hay una versión que asegura que arrastró en su locura a sus dos pequeños hijos, y que a ellos los recogieron —literalmente los arrancaron del cadáver de la madre— y fueron llevados a un orfanato de la capital.

Dicen que enloqueció porque no pudo cumplir con la última voluntad de su marido, un general que se licenció de los cuerpos irregulares que comandó Francisco Villa en los días previos a su rendición y desarme. La misión que le encomendó el esposo a la mujer fue recuperar un entierro de oro y plata que aquél había tenido bajo su resguardo.

El general revolucionario Fabián Martínez regresó a su pueblo derrotado, tras haber apoyado la retirada de los villistas. En la desbandada, solamente unos cuantos prosiguieron en la lucha contra Carranza y el gobierno constitucionalista, en desiguales batallas que habrían de terminar con una especie de tratado de paz que signó Villa a nombre de las fuerzas que en adelante desmovilizó.

Pero mientras que Villa atendía y no atendía el llamado del gobierno para dejar las armas, Martínez no pudo siquiera conformar un batallón en las estribaciones de la sierra, por lo que se desmoralizó y se dirigió a refugiarse temporalmente a Santa Ana y Santa Rosa, donde estaba su familia. Llegó acompañado de un pequeño grupo de soldados que lo siguió al ranchito que tenía al pie de la sierra.

Dicen que un día antes de recibir el documento que lo liberaría del servicio militar, díjole Martínez a su esposa: “Sabes, vieja, yo ya me siento cansado, y ya flaquean mis fuerzas para la lucha, por lo que te prometo que voy a pasar el resto de mis días dedicado a ti y a mis hijos”.

Pero, presintiendo el fin de su vida, el general le confesó a su compañera que él tenía todavía bajo su cargo el secreto de un tesoro oculto debajo de un árbol.

“Si acaso llego a morir antes de desenterrarlo, te encargo que vayas tú a sacarlo. Es mucho dinero de una hacienda, que yo creo que no lo van a reclamar porque murieron los dueños”, le explicó.

Y por escrito y con un dibujo detallado, dejó las señas del tesoro a su mujer.

Quiso la mala suerte que, en efecto, a Fabián Martínez lo traicionaran dos de sus compañeros y, aunque lo torturaron aplicándole carbones encendidos en la panza y en los testículos, nada dijo, y sus victimarios no maliciaron nunca que la esposa pudiera tener parte en el ocultamiento del oro. Así fue como ella no fue molestada, no así el general, quien murió en el tormento.

La esposa, tal y como le había sido indicado, esperó algunos meses, y un día salió con sus hijos, un peón, dos caballos y dos mulas, hacia la Sierra Magistral, a donde apuntaba el derrotero.

Pero a pesar de que las señas eran bastante claras, nunca encontró ella el lugar.
Con los nervios destrozados, regresó la mujer a Santa Ana con sus acompañantes, y a los pocos días empezó ella a manifestar los síntomas de su insania. Se paseó interminablemente en una y otra dirección del pueblo, y salió la loca a los caminos, y se internó en la sierra, y seguía los arroyos, sin comer apenas. Hasta que llegó el día en que se le encontró en lamentable estado, tirada en frente de la capilla.

Todavía escuchan las buenas gentes del rumbo los alaridos de la infeliz, de quien dicen que continúa en la búsqueda del tesoro perdido.